Capítulo 23

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La Venganza es un plato que se sirve frío

—Tendrás que matarme para que no me lleve a mi hermana de esta casa —Contestó Alejandro.

—No dudaré en hacerlo —Respondió Luis Fernando con firmeza.

—Entonces que corra la sangre. —El Araujo se le encimó levantando los brazos.

—Que así sea. —El Montenegro quitó el percutor de su pistola.

María Victoria se encontraba detrás de su hermano y vio la seguridad con la que hablaba su flamante esposo, tuvo miedo que pudiera hacerle algo a Alejandro.

Ella se interpuso entre los dos.

—Quítate del medio María Victoria —le ordenó Luis Fernando.

—Tienes que irte Alejandro —le habló Vicky ignorándolo a él —no quiero que sufras ningún daño.

—No te voy a dejar en esta casa donde tu vida corre peligro. —Insistía Alejandro.

—Nada me va a pasar —le dijo para tranquilizarlo, aunque no se encontraba tan segura.

—Ven María Victoria —La llamó nuevamente Luis Fernando y está vez sonaba dura como el acero.

Ella miró a su hermano.

—Es lo mejor —le dijo con un nudo en la garganta mientras retrocedía hacia su esposo.

—Te sacaré de aquí enana te lo prometo.

—Te aconsejo que no vuelvas a poner un pie en la hacienda porque en un próximo encuentro no seré tan benevolente.

—Me importa un carajo lo que tú pienses.

—Alejandro vete por favor —le rogó su hermana no quería que nadie más se enterara de que él estaba allí, sobre todo, Micaela.

Su hermano se montó en su caballo.

—Volveré por ti. —dijo antes lanzarse a la salida al galope.

Ella no se giró para ver a Luis Fernando, aunque lo sentía pegado a su espalda, salió corriendo entró a la casa y se encerró nuevamente en la habitación.

No durmió en toda la noche, pensando y pensando en lo que haría en aquella casa, lo primero que anotó en su lista mental fue hablar con el abogado de la familia, tenía que haber una salida legal a ese embrollo que se había creado.

Muy temprano llamaron a su puerta.

—Señorita soy yo Julio. —La voz del hombrecillo se escuchó amortiguada.

Vicky se levantó de su improvisada cama en el sillón y abrió.

Tapó la entrada con su cuerpo.

—Buenos días patroncita, aquí le traigo su equipaje que me encargó ayer antes del casorio.

—Eres un bicho traidor —le dijo furiosa. —Siempre supiste quien era él y nunca me lo dijiste y eso que yo te trataba bien y hasta chocolate te daba. —Le recriminó.

Julio se agarró el sombrero y lo estrujó entre sus manos.

—No podía, el catire me hubiera quitao la cabeza.

—Además de traidor cobarde.

—Yo sé que usted está brava patroncita, pero yo le soy fiel, al igual que al catire.

—A ese hombre ni me lo nombres ¿Por qué no me dijiste que era un Montenegro?

—No podía.

—¿Eres un aliado de ellos?

Entre el Amor y el OdioWhere stories live. Discover now