Capítulo 1: La agridulce ironía de la vida (Blake)

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Blake

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Blake

Me atrevería a afirmar que el mismísimo cielo se apiada de todos nosotros por la tortura que debemos soportar nuevamente durante los siguientes casi diez meses; hoy comienzan las clases, y a lo que a mí respecta, este es el inicio de mi último año de colegio. Y volviendo a lo anterior, la principal razón por la que proclamé al cielo como nuestro amigo fiel, es porque la madrugada ha sido tormentosa. No hablo de una tormenta normal, claro que no, sino todo lo contrario.

Al menos para mí, todo comenzó a las cinco de la mañana: me encontraba durmiendo placenteramente, y a pesar de que ahora no recuerdo bien sobre qué estaba soñando, puedo asegurar de que era un buen sueño. La cuestión es que todo era tranquilidad hasta que un ruido fuerte me despertó, parecía como si algo hubiera explotado, pero segundos después, entendí que se trataba de un trueno. El cielo constantemente se pintaba de un azul eléctrico, la lluvia caía con fuerza, los rayos dejaban sus vestigios en aquel manto oscuro para después dar paso a un constante estruendo que retumbaba por todos lados.

Debo admitir que me encanta este tipo de clima, pues a pesar de que su mayor característica es el ruido, es capaz de relajarme; hace que mi mente deje de pensar en cualquier problema o inquietud que me agobie, me ofrece paz y quietud. Además, no hay nada mejor que estar en casa mientras llueve, porque puedes buscar refugio bajo tus mantas, beber chocolate caliente, leer algún libro o ver alguna película. En la lluvia he podido encontrar un escape de toda la mierda que me abruma, me oprime y que consume toda mi energía y ganas de seguir; es un efecto placebo muy eficiente.

Aunque me hubiera gustado quedarme todo el día en la comodidad de mi cama, no era posible. Como no pude volver a dormir, decidí comenzar a alistarme desde antes para luego no estar en apuros, por lo que entré a tomar una ducha que duró casi media hora, cepillé mis dientes y finalmente salí a buscar mi uniforme para cambiarme. Me encontraba enfrente del espejo, mis ojos lucían sin vida, había ojeras poco visibles y mis labios trazaban una línea recta. Odiaba lo que veía en mi reflejo.

Para despejar mi mente, agarré el celular y coloqué mi playlist en aleatorio, Murder Song comenzó a sonar de fondo. Empecé una lucha con mi corbata mientras la intentaba anudar, y una vez hecho el nudo, me coloqué los zapatos. Ahí estaba con el mismo uniforme que llevaba vistiendo toda mi vida: la insípida camisa blanca manga larga, el pantalón de tela negro y la chaqueta marfil con su insignia tan estrambótica, todo hecho a medida. Intenté sonreír genuinamente frente al espejo, pero fracasé una, otra y otra vez, así que solo coloqué en mi rostro la misma sonrisa falsa de siempre y bajé a desayunar.

Sin hacer ruido, me acerqué a la cocina y observé por un tiempo a la mujer que se encontraba entretenida haciendo el desayuno, así que con calma entré para saludarla con un fuerte abrazo, el cual me devolvió al instante. Ella era una de las pocas personas que realmente podía decir que quería, pues fue una mejor figura materna en comparación con mi propia madre, a pesar de que solo estaba ahí para encargarse de los quehaceres del hogar.

Mi ambedo, tu litost (#PGP2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora