29. Corrientes fatales

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Teba recupera las fuerzas rápidamente, pues sus deseos de salvar a su hijo son más fuertes.

- ¡Espera, Teba! – advirtió Zelda, alarmada. – ¡No puedes irte así!

- ¡Tengo que rescatar a Tureli! – respondió el Orni, preparándose para tomar vuelo.

- ¡No tienes una estrategia, recapacita! – indiqué serio.

- ¡No necesito una estrategia para salvar a mi hijo! – respondió el Orni, furioso. – ¡Lo rescataré sano y salvo así me cueste la vida!

El guerrero Orni no hace caso a ninguno de nuestros pedidos, así que toma vuelo para ir hasta el Noroeste de la aldea. Quizás a la zona de entrenamiento, como indicó el niño.

¿Qué tan grande es el amor de un padre? Los ojos del Orni, llenos de impotencia y angustia por la seguridad de su hijo, trae a mi mente una escena desgarradora... o quizás un recuerdo.

Aquella noche lluviosa en la que mi vida cambió...

*.*.*.*.*

Anoche nació mi hermanita Abril... y también se fue mamá.

Yo no la vi partir, solo se fue, como esos pétalos de rosa que se lleva la fuerte ventisca de invierno, la que rompe su tallo sin consideración alguna y que solo se esfuma sin dejar rastro.

Ella me explicó, la última vez que estuve en su cuarto, que el bebé ya iba a nacer y que todo iba a salir bien. No sé en qué momento me sacaron de ahí para esperar junto a mi abuelo, y mucho menos cuando varias mujeres vestidas de blanco, unas de ellas médico, creo yo, entraban y salían de la habitación, asustadas.

Mi abuelo me abraza, tratando de mantenerse sereno, y por primera vez puedo verle la cara. Ya las canas y arrugas lo embargan un poco, pero aun así se ve un hombre fuerte y con energía.

También sé cómo se llama... Smith.

De repente, una de las mujeres me toma en brazos y me saca de la casa. ¿Por qué? ¡Yo no quiero irme! ¡Quiero ver a mi mamá!

...

No entiendo por qué dormí en casa de la vecina.

Ella es muy buena y sus hijos jugaron conmigo, pero yo quiero ir a casa a ver a mi mamá y al bebé. Pregunto muchas veces, pero nadie sabe nada, solo veo que mi vecina llora por momentos, pero se limpia las lágrimas apenas me ve.

Horas después, por fin, llega papá, vestido de negro, y me saca de la casa de la vecina. Me lleva a un sitio apartado y se agacha para hablar conmigo.

¿Por qué papá se ve tan mal? Me mira de una manera extraña, además que tiene ojeras.

- Mamá se fue al cielo, hijo. – dijo mi padre, quebrando su voz. – Desde allá va a cuidarnos.

Quedé de piedra... Siempre que escuché esa frase en otros terminaban llorando, y ahora que es para mí, sé lo que significa.

Mamá se ha ido siempre y nunca la volveré a ver.

- ¡No! ¡No es cierto! – reclamé enojado. – ¡Es mentira!

Me voy corriendo, deseando no escuchar más a papá. Sé que mamá está en casa esperándome... pero con el tiempo me doy cuenta de que no es así. Toda la gente de la aldea está vestida de negro, mi abuelo está encerrado en su cuarto, llorando, la casa está decorada con lazos color muerte.

Mamá se fue para siempre...

No lo soporto más y salgo de la casa, llorando, llamando a mi mamá por todos lados, pero ella no responde ni lo hará jamás.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora