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El lunes por la mañana Jennie se despertó a las cinco y media entrelazada en el cuerpo de Lisa, que permanecía profundamente dormida y ni siquiera se enteró cuando ella se escabulló de la cama. Se detuvo un momento a mirarla. Bañada por aquella luz tenue del alba, parecía más joven y Jen sintió el deseo de acariciarle la frente. El día anterior había considerado la posibilidad de acabar enamorándose de ella. Hoy lo sabía ya con certeza. «Le quiero y vamos a disfrutar al máximo del tiempo que pasemos juntas.» Por miedo a despertarle, Jennie no cedió a la tentación de tocarla y se dirigió al salón para ir al otro cuarto de baño.

Aunque la noche anterior había preparado espaguetis y albóndigas, no había comido mucho; el sexo parecía estar robándole el apetito de cualquier otra cosa.

Después de cenar habían ido a dar una vuelta en el coche de Lisa —sin rumbo fijo, sólo para estar sentadas y charlar—. Lisa le había contado que soñaba con montar su propia empresa de seguridad algún día. Dentro de unos doce años, a los cuarenta y seis, podría jubilarse como policía y calculaba que para entonces ya tendría ahorrado el dinero suficiente para hacer despegar el negocio.

Esta confidencia animó a Jennie a explicarle que ella siempre había querido escribir novelas. Le contó que ya había escrito varios relatos en los que desarrollaba argumentos de cuentos de hadas en el mundo actual. Lisa le pidió que le dejara leer alguno, pero al ver que ella se mostraba algo reacia a compartir sus creaciones, no insistió.


Hablaron de todo: de sus películas favoritas, de cuántos hijos quería tener cada una...
Aquella mañana, al reflexionar sobre las conversaciones que habían mantenido,
Jennie se dio cuenta de lo atípica que era Lisa. Se sentía cómoda hablando de sus sentimientos y de las cosas que eran importantes para ella.


Jennie lanzó una mirada al reloj que había en la repisa del baño: las seis menos veinte. Tenía que estar en el trabajo a las ocho y cuarto, y la reunión de Lisa era a las nueve. Mientras se duchaba fue repasando mentalmente las opciones para el desayuno: en casa sólo había huevos y tostadas. Tendría que pasar por el supermercado al volver del trabajo, de modo que empezó a elaborar mentalmente una lista de la compra con todo lo que necesitaba.

Al salir de la bañera se envolvió en una toalla, se cepilló el cabello y se maquilló. En cuanto hubo terminado, abrió la puerta del baño y se topó con una oleada de aroma de café.

Enseguida se asomó y vio a Lisa en el rincón de la cafetera. Estaba dando un sorbo a su taza mientras leía los titulares del periódico. Llevaba el pelo mojado, el torso descubierto y los pies descalzos.
A Jennie le dio un vuelco el corazón. Estaba tan sexy allí plantada y tan... en casa.


Lisa debió de notar el peso de su mirada porque levantó la cabeza.

—Buenos días, ¿te sirvo el café?
Algo avergonzada, asintió.
Lisa desapareció en la cocina y volvió con una humeante taza de café. —Voy a hacerme unos huevos revueltos. ¿Cómo quieres los tuyos?

—Ya lo hago yo —se ofreció Jennie al coger la taza.

—Yo ya estoy casi vestida, y tú no. Para cuando estés arreglada, tendrás listo el desayuno, ¿los quieres revueltos tú también?


Jennie no discutió. Aquella situación resultaba tan natural, tan cotidiana, tan agradable... Se dirigió al dormitorio absolutamente enternecida.


A las seis menos cuarto de la tarde, Jennie atravesaba su portal y se dirigía al buzón para comprobar si había recibido correo. Encontró una nota de color amarillo que avisaba de la llegada de un paquete.
El vigilante de turno era Frampton. Lena se acercó hasta su mesa con el papel en la mano.

VoyeurverWhere stories live. Discover now