El de la despedida

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Luisita se despertó con una resaca emocional demoledora.

Se había quedado dormida muy tarde, intentando olvidar la cara de decepción que había puesto Amelia cuando la había dejado en su portal. Le hubiera gustado no ser tan cobarde y no anteponer el miedo a la felicidad, pero no le resultaba nada fácil. A pesar de haberse dejado llevar y haber dado pasos que un tiempo atrás ni se había planteado, aún le dolía pensar en la despedida de Amelia.

En esa semana, se había acostumbrado a hacer planes con la morena, a pensar donde llevarla, qué podría enseñarle que le gustara, cuanto tardarían en verse... Y una vez que Amelia se fuera, tendría que asumir que esa rutina a la que se había habituado rápidamente iba a desaparecer.

A veces, se imaginaba subiendo a Madrid, avisando a Amelia, quedando con ella y teniendo esa cita que le había pedido, pero al segundo siguiente se reprendía por haber dejado a su mente volar tan lejos. Ya había pasado por ahí y se había prometido no volver nunca a tener una relación a distancia. Además, ni siquiera sabía que esperaba Amelia de todo eso. La morena había dejado claro que vivía un rollo tras otro, dejándose llevar y esperando sentir algo y a Luisita le jodía pensar que pudiera ser una más en su larga lista de conquistas, una sustituta ante el fracaso de Susana.

Intentó pasar el día sin pensar en Amelia, entre películas y series, pero fue inútil porque cualquier tontería le recordaba a ella y pensaba en lo qué podría decirle por estar viendo "Los Caraconos".

Tienes que mirarte ese gusto por las películas malas.

Había pensado en escribirle, pedirle perdón por su actitud del día anterior, explicar qué le había pasado y quedar para verse, pero sabía que era mejor dejarlo así. Sin más explicaciones, ni acercamientos, dejando a salvo sus sentimientos.

Seguramente Amelia pensaba igual que ella porque tampoco le había escrito, aunque después de la despedida de ayer, era normal que la morena no tomara la iniciativa. Quizás estaba dándole su espacio, como se había pasado haciendo toda la semana.

Aun así, cuando Luisita descubrió que eran las ocho de la tarde y se le había escapado el día sin haber visto a Amelia, se sintió miserable. No sabía en qué se diferenciaba de Susana en ese momento, ni qué la hacía mejor que ella sino era capaz de enfrentar a la de rizos.

Si creía estar haciendo lo correcto, ¿por qué su corazón protestaba de esa manera? ¿por qué sentía que estaba cometiendo un error al no escribirle?

Cogió el móvil con determinación, dispuesta a arreglar esa situación, pero lo arrojó sobre el sofá cuando llamaron al timbre. No esperaba a nadie. Tal vez Marina se había hartado de su fin de semana deportivo, hasta donde ella sabía no era capaz de hacer ni media sentadilla.

—¿Sí?

—Bikini a domicilio — escuchó la voz de Amelia.

Tragó saliva y, tras un silencio que a la morena se le hizo eterno, abrió.

De repente, estaba bastante nerviosa. Amelia había tomado cartas en el asunto por ella. Ni siquiera le había avisado de que se pasaría a dejarle el bikini. Seguramente porque sabía que le iba a decir que no fuera, así que había sido más lista que ella y se había presentado allí.

Luisita esperó en la puerta que subiera los dos pisos que las separaban, pensando en lo que podría decirle, pero se le olvidó en el momento que la tuvo delante, con esa mezcla de timidez y nervios que no le había visto antes.

Podría ser que para Amelia también fuera importante lo que fuera que había entre ellas.

—Hola — saludó Luisita cuando la tuvo delante.

Siete díasWhere stories live. Discover now