El de cuando juegan a las casitas

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Tras su visita a la librería y la cerveza de después, habían tardado varios días en verse. Luisita andaba enfrascada en la búsqueda de pisos y tal como le había explicado a Amelia, no quería quedarse con lo primero que viera, así que aún no habían ido a comprar muebles. La rubia no quería adelantarse sin saber aún que piso terminaría alquilando de los dos que más le gustaban.

Uno era el primero que vio, que tenía que amueblar entero y el otro tenía muebles, aunque algo antiguos, pero estaba más cerca de la Plaza de los Frutos.

Al final, terminó decidiéndose por el más nuevo, puesto que podía ponerlo entero a su gusto.

El día que firmó el contrato y recogió las llaves, se pasó por la librería para darle la buena nueva y recoger los libros que había comprado que llevaban allí casi una semana.

—Confiesa que te has decidido por ese piso porque quieres tenerme cerca —le había dicho Amelia.

—Espero no necesitar ninguna excusa para eso —había respondido.

Y es que desde que se vieran la última vez, el tonteo entre ellas se había disparado y aunque solo se había visto un día en apenas siete, no habían dejado de hablar por Whatsapp. Las conversaciones se alargaban hasta la madrugada y el coqueteo era constante lo cual hacía que Amelia fuese con una sonrisa en la cara a todos lados.

Tanto era así, que cuando Luisita le había propuesto que la acompañara el sábado a comprar muebles, no había podido negarse. Incluso sabiendo que era su día para descansar, sus ganas de verla le habían podido.

Y allí estaban ahora, tomando café antes de salir.

Amelia se había levantado pronto porque había tenido que ir a enviar un par de libros. A veces, su clientela hablaba tan bien de ella y de la librería que le hacían encargos desde otros puntos de España. Solía añadir alguna nota personal para agradecer la compra porque creía tener mucha suerte de que contaran con ella, con lo fácil que resultaba comprar por Amazon y recibirlo al día siguiente.

—Mi tercer café de la mañana —dijo Amelia dejando un par de tazas sobre la mesa.

—¡Amelia! ¿Cómo vas a llevar tres cafés si no son ni las 11?

—¿Qué pasa? Me he tomado uno antes de salir de casa porque lo necesito para poder interactuar con el resto del mundo, después me he tomado otro mientras te esperaba y ahora este.

—Perdón —se disculpó Luisita por enésima vez.

En cuanto la rubia había abierto los ojos se había dado cuenta de lo tarde que era, por lo que avisó a Amelia antes de empezar a vestirse. Prácticamente había salido corriendo de casa de su hermana, así que no le había dado tiempo ni a tomar café y había tenido que ofrecérselo antes de salir a comprar.

La morena le perdonó el retraso en cuanto la vio llegar aun con cara de dormida. Luisita se excusó diciendo que la alarma no le había sonado, aunque terminó confesando que se había despertado con el móvil entre las sábanas por lo que no sabía si se había dormido antes de ponerla o la había quitado sin darse cuenta.

—No pasa nada, seguramente haya sido Toulouse —dijo Amelia, divertida, escondiéndose tras la taza de café.

Esa había sido una excusa que había puesto entre bromas mientras le avisaba de que estaba llegando.

—Piensas que es mentira, pero mi gato sabe que yo nunca me despierto a esa hora un sábado. Lo ha hecho por mí — continuó Luisita con la broma.

—Seguro —respondió con sorna.

—Y sino, para la próxima no me tengas despierta hasta las tantas.

—¿La culpa de que tú te hayas quedado dormida es mía? —preguntó Amelia, indignada.

Siete díasWhere stories live. Discover now