IX. Nuestra peor pesadilla hecha realidad

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La imagen que acababa de presenciar no me había agradado en absoluto

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La imagen que acababa de presenciar no me había agradado en absoluto. ¿Quién se creía que era esa mujer para acercarse al señor de esa manera?, ¿una ramera? No entendía cómo había podido tomarse esas confianzas. ¿Con qué derecho se creía ella para no guardar distancias con alguien de la posición de Matthew? Creí haberle dejado claro que no podía entrometerse entre nosotros, pero, al parecer, a la señorita no le gustaba obedecer órdenes.

Mis pisadas eran fuertes contra el suelo mientras corría hacia la señora Duncan con la esperanza de poner fin a este soporífero asunto de una vez por todas. Necesitaba pararle los pies, no podía continuar por ese camino. Conseguiría que se fuera de esta casa, costase lo que costase. Nadie me había pasado nunca por encima y ella no iba a ser la primera. ¡No, señor!

—¡Oh, santo cielo! —irrumpí en la habitación—. Por fin la encuentro, señora Duncan. Qué desgracia, ¡qué desgracia más grande! —exclamé.

—¿Qué sucede, Grace, querida? Me estás asustando —contestó ella poniéndose en pie.

—Que el Señor nos pille confesados con la que se nos viene encima —exageré.

—Tranquilízate, Grace, y cuéntame qué sucede.

—Esa señorita a la que su hijo se empeña en mantener bajo su techo... —comencé a decir.

Me acerqué hasta la señora Duncan con paso apresurado. Ella me miraba impaciente por mis siguientes palabras mientras intentaba mantener la compostura con sus manos entrelazadas a la altura de su vientre.

—¿Qué ha pasado con Ella? —inquirió tomando asiento en su mecedora.

—Esa mujer es nuestra peor pesadilla hecha realidad. Traerá la desgracia a esta buena familia.

—¿De qué estás hablando, Grace? —preguntó, molesta.

—¿No se lo ha preguntado? ¿Por qué apareció de forma tan repentina? ¿No es extraño? Justo cuando su hijo acaba de hacerse con dos de los grandes cultivos de Maryland. Piénselo, señora Duncan. Las casualidades no existen y no querrá que el imperio que consiguió su difunto marido se vea perjudicado por esa joven. —Caminé hasta la ventana.

Hasta que cese la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora