V. La señora Duncan

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A la mañana siguiente, me levanté algo más tarde

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A la mañana siguiente, me levanté algo más tarde. El día anterior me había dejado agotada tras la visita a los establos y mi pequeña incursión en la nieve, aunque había merecido la pena. Había sido agradable poder conversar con otra persona que no fuera yo misma, así que decidí que aquel día no iba a ser menos. Daría un paseo por la casa esperando encontrarme con alguien.

Entre que la señora Duncan estaba enferma, la señorita Evans no salía de su cuarto y Matthew se encerraba en su despacho, se respiraba un ambiente solitario y apagado en la mansión. Era increíble lo grande que era y lo vacía que parecía.

Salí de mi cuarto y comencé a divagar pensando en la cantidad de vida que le daría yo a ese lugar si viviera allí con mi familia. Lo más probable sería que hiciéramos vida todos juntos en el salón-comedor, el cual, por cierto, no había tenido la oportunidad de conocer aún. Pasaríamos estupendas veladas conversando y divirtiéndonos allí, con mi marido tocando un ostentoso piano de fondo. Mis hijos corretearían por toda la estancia, jugando e intentando que me uniera a ellos. Yo le dedicaría la más hermosa de mis sonrisas a mi apuesto marido a cada rato y él me la devolvería moviendo su cabeza al son de la melodía que estuviese entonando.

Sumida como estaba en mis más que frecuentes divagaciones, cerré los ojos sin darme cuenta y terminé chocando contra una puerta; me reí en voz baja frotando mi frente por el golpe.

Cuando abrí la puerta, me encontré con un asombroso y enorme salón. Mi boca se abrió por la sorpresa, era el fiel reflejo del que había estado imaginando. Formidables estanterías se alzaban sobre una de las paredes, y había dos divanes de color claro donde acomodarse. El suelo era de madera y las paredes, también de colores claros, iban a juego con los muebles. Una chimenea se encontraba junto a la ventana, decorada con todo tipo de antigüedades. El color morado de unas orquídeas resaltaba junto al piano que presidía la habitación.

Al acercarme para olisquear las flores, me fijé en que el piano estaba cubierto de polvo; parecía haber pasado bastante tiempo desde la última vez que fue usado. Era extraño que Mary no lo hubiera limpiado. Levanté el tapete y acaricié suavemente sus teclas. El sonido era alentador.

Miré por encima de mi hombro para ver si alguien lo había escuchado y, al cerciorarme de que estaba sola, me senté en el taburete. Acomodé mi vestido y examiné las partituras que reposaban sobre el atril. No entendía nada, pero ¡qué bonito sería poder hacerlo!

En ese mismo momento, me propuse aprender a tocar aquel instrumento. Tal vez el señor Duncan podría enseñarme; si debía pasar semanas en esa casa, saldría renovada de la misma. Esperaba que la señora Duncan se recuperara pronto también, no podía contener las inmensas ganas que tenía de aprender a leer.

Presioné teclas del piano al azar, imaginando que era una profesional, y había que reconocer que la melodía que emitía no era tan nefasta como había pensado en un principio. Tal vez no se me fuera a dar mal después de todo.

Hasta que cese la tormentaWhere stories live. Discover now