¿No es eso suficiente?

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—Creo que me ha quedado claro por qué has dormido por tanto tiempo. Es decir, era bastante obvio, pero lo corroboré al leer la carta que me escribiste.

En la cama, Geten permanecía como lo había hecho durante lo últimos tres meses y medio. Touya se apoyó con una rodilla en la cama y, con cuidado, levantó el cuerpo de Geten, dejando que esté apoyará la cabeza en su pecho, para acomodar un poco la almohada antes de regresarlo a su posición anterior.

Después le acomodó el cabello solo porque en esos días había descubierto que disfrutaba mucho tocarlo: era suave y sedoso. Debía admitir que Himiko hacía un trabajo admirable: era la quien, voluntariamente, se encargaba del cuidado personal de Geten. Touya no se había sorprendido demasiado al descubrirlo, pues sabía muy bien lo profunda que era la amistad que tenían esos dos, de empleado o a jefe.

—Estás huyendo, es eso.— continuó, sentándose en la cama, a la altura de los hombros de Geten. Se recargó en el respaldo y, distraídamente, siguió jugando con el cabello de Geten. —Y creo que la única forma de que despiertes es que desees hacerlo por ti mismo.

Después de eso volvió a guardar silencio durante un largo rato, a juzgar por cómo iba cambiando la iluminación en el interior de la habitación.

—Tus cartas y tus sueños también me han hecho pensar mucho.— continuó. —Es muy injusto esto de conocerte a través de cartas que ni siquiera ibas a entregarme. Pero supongo que yo tampoco soy muy inocente o, de lo contrario, estaría hablándote de frente, cuando sé que puedes escucharme, y no a tu cuerpo inerte.

—Nunca te lo he dicho, Geten.— agregó después de un rato—, pero creo que siempre te he mirado a lo lejos, tal vez tus cartas me han dado más razones para...

Carraspeó. Dejó de pasar el cabello de Geten entre sus dedos y se puso de pie para acomodarse, mejor, en la silla junto a la cama.

—Creo que nuestra relación es algo confusa, para nosotros mismos y a los ojos de los demás. Pero no te odio, Geten. Y, como tú, creo que en verdad nunca te odié.

En los últimos días Touya no había dejado d e pensar en eso: en cómo su relación con Geten había cambiado tanto con los años y, en especial, lo que significaban estos meses de visitas continuas y de compartir espacio con él, aunque solo se vieran en los sueños. Pensó, también, en las cartas pues, al fin, después de tres meses y medio, había leído las doscientas veintitrés que había.

Pensar en las cartas era lo que más exhausto lo dejaba, pues las últimas de ellas habían removido, como Geten bien lo había dicho, pensamientos, sentimientos y deseos que no sabía cómo interpretar, pero que era mejor dejar. Ponerle nombre era volverlos reales y, a juzgar por cómo uno necesitaba cartas y el otro el silencio, ninguno de los dos estaba preparado para que eso sucediera.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido?— preguntó Geten.

—Cuatro meses.— respondió Touya.

—Vaya...

—Sí. ¿Qué hay hoy?— preguntó, viendo el sueño de esa noche. Parecía una especie de cena entre varios modelos que hablaban entre sí. Geten estaba entre ellos, reía a su lado y brindaba con todo aquel que se acercara. Así como ocurría en otros sueños, Touya era incapaz de entender lo que decían. —¿Sueño o recuerdo?

—Un poco de ambos.

—¿Ah, sí?— preguntó. Geten asintió.

—Sí. Los conocí, en Japón, tras el cierre de temporada... ese es el recuerdo.— explicó.

—¿Y la parte que es sueño?— cuestionó Touya.

—Esto fue lo que nos prometimos antes de salir.— respondió Geten—: cenar juntos, celebrar, beber hasta olvidar. Nunca ocurrió. El lugar fue atentado.

Las cartas de mis sueños.Where stories live. Discover now