21 de agosto de 1868: Viajero del tiempo.

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21 de agosto de 1868: Viajero del tiempo.

21 de agosto de 1868: Viajero del tiempo

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Dem abrió los ojos. El océano que habitaba dentro de sus cuencas había pasado de ser cálido y confortable a ser una masa de abismales recuerdos desafortunados. Era como el mar en medio de una tormenta. En medio de la nada. Con la desolación cubriendo cada centímetro de la existencia misma.

Encontró el techo con sus ojos, que se movían delicadamente y con dolor. Hacerlo con normalidad implicaría una serie de quejidos provenientes de sus dolencias. Entrecerró los ojos y contuvo el aliento. Sus agrietados labios se entreabrieron, queriendo formular alguna palabra, pero de entre ellos no salió más que un simple suspiro que terminó por romper su interior. El dolor explotó y lo cubrió de pies a cabeza en estallidos que martillearon su conciencia.

Sus ojos viajaron por el techo. Una encrucijada de tablones de madera viejos y polvorosos que dejaban entrar unos cuantos rayos de luz solar. El único indicio de que el día había acunado con dedos ardientes el mundo. La mitad de él. Pero no a Demetrie, quien había pasado la última semana refugiado en la oscuridad de algún lugar en alguna parte del mundo y del tiempo que, para él, era aún desconocida.

De sus labios brotó un gemido sangriento cuando sintió el escozor de sus muñecas latir contra su piel. Estaba sujeto con fuerza a una cama metálica, sin ningún soporte acolchonado bajo sus huesos.

Había pasado los últimos dos días en aquella misma postura, con cientos de tubos de hierro encajándose en su piel, dejando su carne al rojo vivo.

Cerró los ojos, rendido, y sintió las lágrimas ardientes barrer el polvo de sus mejillas.

Entonces la puerta de su habitación se abrió con un crujido y los resonantes pasos le indicaron a Demetrie de quién se trataba. Los mismos pasos, el rumor de ellos y la melodía que arrastraban bajo ellos, se había taladrado en los sesos del muchacho pelirrojo. Los rayos del poco sol que entraba por el agujereado techo rebotaron en sus rizos y fue como si, por un momento, el escarlata de sus cabellos fuese ardiente fuego que se mezclase con el viento.

Los pasos se detuvieron junto a él y Dem se obligó a encontrar su mirada.

Esos conocidos celestes ojos lo encontraron un momento. Esos conocidos largos mechones rojizos y ondulados. Esas conocidas pecas que surcaban sus pómulos y mejillas. Ese conocido mechón de cabello pálido que salía de entre sus cabellos, mezclándose con el rojo natural.

Demetrie encontró la mirada del joven y se encontró con que este sonreía.

—¿Cómo se encuentra nuestro invitado estrella? —su voz, un manojo de latidos martilleando su garganta. Demetrie le sostuvo la mirada. El silencio de su agonía era palpable aun para los menos desafortunados.

Pero Dem no abrió la boca, a pesar de querer decir miles de cosas, había decidido que se ahorraría las palabras. No quería correr el riesgo de que aquellas personas tomaran sus confesiones como algo más allá de un insulto. Así que apretó los labios y se mantuvo firme.

TRES ERRANTES © Where stories live. Discover now