iii.

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—Umh... Lo lamento, no fumo—respondió Jeongin con los nervios a flor de piel, pero tratando de sonar de lo más normal—. Pero... Hay una tienda de conveniencia a un par de calles, ahí podrías conseguir uno.

—¿Enserio? Suena bien —habló el pelinaranja levantándose de el rechinante columpio, Yang lo vio caminar un par de pasos, pero después se paró y volteó la mirada —¿No vienes?

—¿Y-yo?—preguntó el castaño. —¿A dónde?

—A la tienda, claro. No soy de por aquí y no conozco todo muy bien. Creo que sería muy amable de tu parte si me acompañaras.

—Mamá dice que no debo acompañar a los desconocidos.

—Seguro tu madre también te dijo que no debes hablarles, y mira, estamos teniendo una conversación—dijo el desconocido formando una diminuta sonrisa—.Vamos, no sé como llegar y necesito fumar esto. No te secuestraré, lo juro.

Durante unos segundos, Jeongin pensaba en negarse e ir de regreso a casa. Su madre, como a todas las personas se les había educado, le específico desde pequeño que no debía hablar con desconocidos, ni siquiera acercarse a ellos. Pero ahora se encontraba caminando por las oscuras calles de aquel vecindario, con un pelinaranja a su lado -al que ni siquiera se había atrevido a preguntar su nombre aún- y guiándolo a comprar el tan ansiado encendedor.

El silencio se hizo presente durante todo el trayecto, pero los ruidos de los autos pasar lo hacía menos incómodo, mientras Jeongin tomaba un par de fotos con su cámara para luego revelarlas agitando un poco el papel y por último, con una sonrisa de satisfacción, guardarlas en el bolsillo que llevaba para no perder el objeto preciado. Finalmente, después de no más de 5 minutos llegaron a una tienda algo solitaria por la hora con un par de focos encendiéndose y apagándose en señal de que estaban dañados además de un fuerte olor a licor y alguna que otra sustancia ilegal siendo consumida por unos tipos sentados a la puerta de esta.

Fueron a una tienda en un barrio de mala muerte, ya que en donde estaba su casa no había tiendas abiertas a tal hora. Ese barrio estaba pegado a el suyo, pero nunca iba ahí ya que su madre se lo prohibía.

"Ahí sólo podrás encontrar gente drogándose y alcohólica. No te conviene juntarte con ellos, hijo."

Básicamente lo mismo que había en las "reuniones sociales" a las que su familia era invitada, sólo que con gente menos elegante.

—¡Genial!—dijo el pelinaranja apenas llegaron a esta. —Espera aquí, ya vengo —dijo para adentrarse a la tienda, pero un suave jalón en su brazo lo detuvo.

—Yo también voy, compraré algo.

Entonces se encogió de hombros y fue directamente a pedir un encendedor económico mientras el castaño se dirigía a los refrigeradores, específicamente por una leche de fresa.

Cuando ambos pagaron sus compras, salieron de ahí y volvieron a su anterior ubicación, nuevamente en silencio. El desconocido no encendió su Marlboro hasta que estuvo sentado nuevamente en el columpio azul. Le dio una profunda calada y se dirigió a el castaño.

—¿Quieres?

—No, gracias. Ya me tengo que ir.

El ceño de el pelinaranja se frunció un poco mientras veía al castaño tomar sus cosas y levantándose de el columpio rojo.

—Espera, aún es temprano—intervino el desconocido. —No me haría mal la compañía.

Jeongin miró su reloj: 11:16 p.m.
Ciertamente no tenía obligación de llegar aún, había sido advertido de tener que llegar a las 12:00 a.m. Aún faltaban tiempo.

—Está bien.—accedió el castaño, ganándose de nuevo una pequeña sonrisa de el desconocido. Entonces se sentó nuevamente en el columpio y abrió el envase con la bebida.

Ambos se acomodaron en su columpio y se mecieron suavemente en él mientras miraban al cielo, uno con un cigarrillo, otro con una leche de fresa.

—¿Qué piensas de la vida?—murmuró el pelinaranja para dar una calada.

Jeongin suspiró. ¿La vida? Difícil de explicar, todos vivían de formas distintas, distintos problemas, distintas situaciones. Las opiniones de la vida son realmente subjetivas.

—Creo que no está mal, tal vez hay cosas que... No a todos nos agrada, tal vez nuestro entorno no es adecuado para nosotros. Pero... Es lo que hay.—finalizó dando un trago a su dulce bebida.

El desconocido soltó una pequeña risa:—Así que eres conformista. ¿Eh?

—No me considero un conformista, pero tampoco puedo cambiar lo que no me agrada en un chasquido de dedos. Es simplemente... Lo que hay.

—Buen punto, niño.—aceptó el pelinaranja.

—¿Qué piensas tú de ella?—preguntó esta vez Jeongin, interesado por la posible respuesta del contrario.

—¿Yo?—el desconocido rio nuevamente, esta vez de forma tal vez melancólica. —Que es una mierda.

El castaño dirigió su mirada a su costado, donde se encontraba aquel chico:—¿Una mierda?

—Sí, una mierda. Es decir—dio otra calada y soltó el humo— todo el mundo te controla a su gusto si no eres lo suficientemente inteligente como para defenderte sólo. Tal vez si la gente fuera empática todo sería diferente: no existiría algo como el bullying y los suicidios, o no existirían los asesinatos, probablemente los asesinos sentirían remordimiento por sus víctimas—otra calada— pero de todas formas, la gente comete estupideces y siempre hay consecuencias. Es algo como... Un círculo vicioso. La gente se va corrompiendo una a una, hasta que el mundo se vuelve simplemente en una mierda; un mundo donde tenemos que vivir día a día. Naces, creces, te "educan", afrontas situaciones estúpidas, envejeces, mueres y al final nadie te recuerda. Sólo fuiste un alma más entre millones.... Insignificante.

Jeongin admiraba de la forma más atenta como cada una de aquellas interesantes y realistas palabras salían de los regordetes labios del desconocido, mientras este fumaba su cigarrillo y veía atentamente el cielo.

—Creo que... Tienes razón.

Las campanas marcando las 11:30 p.m. resonaron, Jeongin no se inmutó ante eso, pero se sorprendió cuando el chico a su lado se levantó y comenzó a avanzar, sin siquiera despedirse.

—Hey. ¿Te vas ya?

El pelinaranja se giró a verlo: —Ya son las 11:30, bonito. Aquí se rompió una taza y cada quién para su casa.

—Pero... Tú me pediste que me quedara, y lo que dijiste era interesante.

—¿Eso crees?—Jeongin asintió tímido.

—Entonces ven mañana a la misma hora, aquí estaré.—dijo dando la espalda y gritó suavemente:—¡Oh! Y trae tu leche de fresa.

El desconocido dio una última mirada, guiñó un ojo hacia el castaño y sin esperar respuesta retomó su camino, perdiéndose entre la oscuridad de las calles.

Yang no podía creer cuantas reglas de su madre había roto en tan sólo una noche, pero principalmente no podía creer que conversó con el chico interesante. Suspiró. Terminó su bebida, tiró el envase en el cesto de basura de el parque y volvió a casa ideando como escapar la noche siguiente para volver a sentarse en el columpio rojo, escuchando hablar a el tipo de mirada triste.

     ᥫ᭡ 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐖𝐁𝐄𝐑𝐑𝐈𝐄𝐒 & 𝐂𝐈𝐆𝐀𝐑𝐄𝐓𝐓𝐄𝐒 !Where stories live. Discover now