xvi.

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El día siguiente transcurrió de manera normal, exceptuando el terrible dolor de cabeza que sufrieron ambos chicos debido a las bebidas que tomaron la noche antes; por suerte Minho contaba con aspirinas a la mano y ambos se pudieron recuperar a lo largo del día. Jeongin avisó por mensaje a su madre que llegaría esa noche a casa para que no se preocupara, sin embargo ella ni inmutada estaba de su ausencia toda la noche anterior.

Durante la tarde, Jeongin tomó un baño y se vio en la necesidad de usar ropa de Minho ya que no tenía otra. Según el mayor lucía adorable con esa playera dos tallas más grande, Jeongin sólo rodaba los ojos y se acomodaba en el regazo contrario en busca de comodidad. Minho se sentó en la cama y Jeongin en sus piernas rodeando completamente al de cabellos naranjas.

— No pesas nada. Deberías comer más— comentó Minho mientras frotaba suavemente su nariz con la de Jeongin— ¿Quieres ir a McDonald's? No hemos comido y tengo un poco de dinero.

El menor hizo un pequeño ruido en forma de quejido: — Estoy muy cómodo aqui...

— Está muy cerca. Vamos, ¿sí? Hay que comer, Nini. 

El menor se separó del rostro de Minho y después de asentir y plantar un beso sobre los labios ajenos, se levantó del mayor y acomodó su ropa. Después de tomar un poco de dinero salieron de casa y se dirigieron a McDonald's a comprar dos hamburguesas. Regresaron en cuestión de quince minutos acompañados de una plática sobre porqué la leche de plátano es mejor que la de chocolate.

Las llaves abrieron la puerta y tras tomar los vasos y un jugo de mango que había en el refrigerador, se pusieron a comer alegremente.

— ¡Y Chan se cayó tan pronto se sentó en la silla!— Minho soltó una carcajada tras los pequeños relatos que el menor le contaba que vivía en la escuela.

— Ah... Extraño la escuela— mencionó el mayor dando una mordida a su alimento.

— ¿Hace cuánto que no vas?

— Creo que desde los... trece.

La boca de Jeongin formó una pequeña “o”.

— ¿Por qué dejaste de ir?

Minho resopló: — Mi padre no podía pagar los gastos básicos, mucho menos una colegiatura. Yo sobrevivo básicamente de una herencia que me dejó mi abuela al morir, además, a veces cubro a gente en una tienda cerca de la tienda de útiles escolares. El dueño es un conocido mío y no tiene problema en que lo haga, sólo quiere que haya gente que atienda a los clientes. Es lo mejor que tengo ya que, teniendo mi edad y con la primaria apenas terminada no hay muchas opciones laborales.

— Ya...

Sinceramente Yang no sabía qué decir.

— ¿Te gustaría que te recoja en tu escuela?— preguntó el pelinaranja de pronto.

— ¿Q-Qué?

— ¡Si! Yo podría irte a recoger y venir a dejarte a tu casa, seria divertido.

— ¿Enserio?

— ¡Por supuesto!

Las orejas de el menor se enrojecieron y asintió lentamente mientras daba otro bocado a la hamburguesa. Realmente le emocionaba la idea, pero... Ahora que lo pensaba, no era buena idea.

— Mejor no...

— ¿Por qué?— cuestionó el mayor.

— Harán preguntas. Todo el mundo preguntarán quién eres y no sería bueno decirles que no eres de las familias donde vivo.

Minho asintió recordando ese pequeño detalle.

— Tienes razón.

— ¡Pero nos vemos siempre en el parque! — comentó el menor emocionado por su costumbre de encontrarse durante la noche.

Siguieron platicando de cosas triviales y, tras una sesión de mimos, el menor se dirigió a su casa, ya era hora de volver después de casi un día entero de ausencia. Tan sólo esperaba que no fuera recibido con un regaño o estaría acabado.

Caminaba por las calles solitarias y se dedicaba a oler la fragancia de las flores que antes había mencionado, esas que soltaban un rico aroma cuando la noche caía.

Entonces, se dio cuenta que Minho era como esas flores. En el día no llegaba a algo más que hablar de cosas tan simples como su película favorita, escondiéndose o simplemente siendo pasado por alto. Pero en la noche, se abría y hablaba y hablaba de cosas sumamente interesantes a los oídos de Jeongin, liberándose.

Minho era como las flores.

Daba ese toque de delicadeza entre ambos chicos, ya que, aunque Jeongin pareciera ser el delicado y Minho el fuerte, a veces era lo contrario.

El pelinaranja podía ser tan vulnerable cuando menos se esperaba, derrumbarse ante los recuerdos de su pasado... Y llevarse a Jeongin junto a él, quien cargaba el peso de ser el soporte de el mayor. Jeongin no se daba cuenta, pero el estar con el pelinaranja comenzaba a absorberlo, a hundirse en ese lago de sentimientos encontrados que los atormentaba a ambos. Niveles distintos, situaciones distintas, mismo dolor.

Y es que no llegaba a comprender qué mierda era ese terrible sentimiento en su pecho, él quería ayudar a Minho, quería ayudarlo a salir adelante con sus problemas, sus pensamientos, su adicción. Pero lograba absolutamente lo contrario y terminaba perjudicándose a sí mismo.

Porque, aunque no nos queramos dar cuenta, ayudar a la gente con la magnitud de importancia que tiene Minho en Jeongin era realmente peligroso, para la mente, para el cuerpo y para el corazón.

Él nunca había tenido esa fea sensación de nostalgia en su interior, dormía bien por las noches, se consideraba a si mismo alguien bueno y tranquilo. Ahora se sentía ahogar, empezaba a despertaba con ojeras bajo sus ojos de tanto pensar en la noche y hasta le faltaba el respeto a sus padres escapándose de casa durante las veladas.

Finalmente llegó a casa tras un pesado suspiro, y encontró a su madre sentada en el sillón.

     ᥫ᭡ 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐖𝐁𝐄𝐑𝐑𝐈𝐄𝐒 & 𝐂𝐈𝐆𝐀𝐑𝐄𝐓𝐓𝐄𝐒 !Where stories live. Discover now