Otra vez juntos, demasiado pronto

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Hoy
Nueva York
Teatro Graumann
Primer día de ensayo



Camino a toda prisa por la acera abarrotada y un sudor nervioso me cubre todas mis partes menos glamurosas.

Oigo la voz de mi madre en la cabeza: «Una estrella no suda, Louis. Resplandece».

En ese caso, mamá, estoy resplandeciente como un cerdo.

De todas formas, nunca pretendí ser una estrella. Digo para mis adentros que estoy «resplandeciente» porque llego tarde. No por él. Tristán, mi compañero de piso/coach personal, está convencido de que no he pasado página, pero eso es una chorrada.

Le tengo más que olvidado

Le olvidé hace mucho tiempo.

Cruzo correteando la calle, esquivando el imparable tráfico de Nueva York. Varios taxistas me maldicen en distintos idiomas. Estiro alegremente el dedo corazón porque casi seguro que ese gesto significa «Que te jodan» en el mundo entero.

Echo un vistazo a mi reloj al entrar al teatro y me dirijo a la sala de ensayos. Maldita sea. Cinco minutos tarde. Casi puedo ver el gesto burlón en su cara de cabrón y me horroriza que, incluso antes de poner el pie en la sala, sienta el impulso irrefrenable de abofetearle.

Me detengo junto a la puerta.

Puedo hacerlo. Puedo verle sin venirme abajo.

Puedo.

Suspiro y presiono la frente contra la pared. ¿A quién diablos voy a engañar? Sí, claro, puedo interpretar una obra apasionada con mi examante, que me rompió el corazón, no una, sino dos veces. No hay problema. Me doy cabezazos contra la pared. Si existiese el país de los estúpidos, yo sería su rey. Inspiro hondo y exhalo despacio.

Cuando mi agente me llamó para darme la noticia de mi gran oportunidad en Broadway debería haber intuido que había gato encerrado. Puso por las nubes a mi compañero de reparto. Liam Payne: el chico it del momento en el mundo del teatro. Con mucho talento. Premiado. Adorado por fans histéricas. Un pibón.

Pero, claro, ella no estaba al corriente de nuestra historia. ¿Por qué iba a estarlo? Jamás hablo de él. De hecho, me alejo cuando mencionan su nombre. Resultaba más fácil sobrellevarlo cuando él se encontraba al otro lado del mundo, pero ya está devuelta, empañando el trabajo de mis sueños con su presencia.

Típico.

Cabrón.

Poner cara animosa no va a ser fácil, pero no hay más remedio. Saco un pañuelo y me miro al espejo. Maldita sea, brillo más que el edificio Chrysler. Me doy limpio el sudor y me observo más detenidamente mientras me pregunto si me encontrará distinto después de todos estos años. Mi pelo castaño, que antes era mucho más liso en la universidad, ahora es totalmente rebelde pero sigue siendo suave y liso. Aunque tengo la cara un poco más afilada, supongo que en esencia sigo siendo el mismo. Labios decentes. Constitución ósea aceptable. Ojos ni azules ni grises, sino una rara mezcla de ambos. Más azul que gris.

Tiro el papel y guardo el paquete de pañuelos, lo echo al bolso, cabreado por el mero hecho de plantearme tener un aspecto presentable para él. ¿Acaso no he aprendido nada?

Cierro los ojos y pienso en todas las maneras en las que me hizo daño. En sus absurdos argumentos. En sus excusas de mierda. Me invade la amargura y suspiro aliviado. Ese es el acicate que necesito. Hace aflorar a la superficie mi rabia. Me sirve de protección a modo de escudo y encuentro consuelo en el rescoldo de agresividad.

Maldito Romeo [lilo paynlinson]Where stories live. Discover now