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El tiempo mejoró bastante durante el viaje de vuelta a Londres, ya que dejó de llover y la temperatura glacial disminuyó. Sin embargo, esa mejora exterior se veía contrarrestada por la frialdad surgida entre los recién casados. Aunque Félix fue rellenando a regañadientes el calientapiés, ya no volvió a invitar a Bridgette a acurrucarse entre sus brazos o a dormir apoyada en su pecho. Ella sabía que era para bien. Cuanto más lo conocía, más se convencía de que cualquier intimidad entre ellos acabaría en desastre. El ojiverde era peligroso de formas que él ni siquiera sabía.

Se tranquilizó pensando que, cuando llegaran a la ciudad, se separarían. Ella se quedaría en el club y él se iría a su casa y seguiría con sus actividades habituales hasta que tuviera noticia de la muerte de su suegro. Entonces, era probable que vendiese el club y usara el dinero obtenido para llenar las bóvedas vacías de su familia.

La idea de vender el Dupain's, que había sido el centro de la vida de su padre, entristeció a la ojiazul. Sin embargo, sería lo más sensato. Pocos hombres sabían dirigir bien un club de juego. Su propietario debía tener carisma para atraer clientela y habilidad para hacerla gastar mucho dinero. Y también, por supuesto, visión empresarial para invertir las ganancias.

Thomas Dupain había tenido una cantidad moderada de las dos primeras cualidades, pero nada de la tercera. En los últimos tiempos había perdido una fortuna en Newmarket, ya que en la vejez le había entrado debilidad por los estafadores que poblaban el mundo de las carreras. Por suerte, el club ganaba tanto dinero que pudo absorber las cuantiosas pérdidas monetarias.

La burla de Félix sobre que el Dupain's era un club de segunda, no era del todo falsa. De conversaciones con su padre, que no solía andarse por las ramas, Brid sabía que, aunque su club tenía éxito, nunca había alcanzado el nivel deseado. Había querido igualar al Astruc's, el club rival que se había incendiado muchos años atrás. Pero Thomas Dupain jamás había alcanzado el estilo y la astucia de Thomas Astruc. Se decía que Astruc había ganado el dinero de toda una generación de ingleses. El hecho de que el Astruc's hubiera desaparecido en pleno apogeo lo había consolidado como leyenda en el recuerdo de la sociedad británica.

Si el Dupain's no se había acercado a la gloria del Astruc's no fue por no intentarlo. Thomas Dupain había trasladado su club de Covent Garden a King Street, en el pasado un mero pasaje hacia la popular zona residencial y comercial de St. James pero por entonces una calle normal. Después de comprar una gran parte de la calle y de derribar cuatro edificios, Dupain construyó un club amplio y elegante, y anunció que disponía de la banca de juego más grande de Londres. Cuando los caballeros deseaban jugar fuerte, iban al Dupain's.

La peliazul recordaba el club de las veces en que de niña, le habían permitido pasar el día con su padre. Se trataba de un local bien equipado, aunque algo recargado, y le encantaba estar con él en el balcón interior del primer piso observando lo que ocurría en la planta baja. Con una sonrisa fraternal, Dupain acompañaba a su hija a St. James Street, donde entraban en cualquier tienda que ella quisiera. Iban a la perfumería, la sombrerería, la librería y la panadería, donde siempre regalaban a Bridgette un bollo recién horneado.

Con el paso de los años, las visitas de la ojiazul a King Street se fueron restringiendo. Aunque siempre había culpado a los Cheng de ello, ahora se daba cuenta de que su padre también había tenido parte de la culpa. Le había sido más fácil quererla cuando era una niña y podía hacerla feliz lanzándola al aire y atrapándola con sus brazos musculosos. Cuando podía despeinarle el cabello peliazul, y aliviarle las lágrimas dándole un dulce o un moneda. Pero cuando se convirtió en una joven y ya no pudo tratarla como a una niña, su relación se había vuelto incómoda y distante.

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