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Mehmed.

- Un mes - concreto - tienes que ayudarme a irme por un mes.

- Príncipe - exhalo - ¿no crees que es muy peligroso? Si su padre se entera, de lo que planea; será el fin.

El príncipe se encogió de hombros con una sonrisa.

- Si se entera - sonrió aún más - Por lo menos pagaré por algo que de verdad valdrá la pena.

El joven Osman le observó en silencio y tomó una decisión - Esta bien - accedió - me haré pasar por usted ¿como le hará con los guardias?

- ¡no te preocupes mi amigo! - le palmeo la espalda - ¡todo eso lo tengo arreglado!

Una semana después.

Palacio de lágrimas.

1538.

Mahidevran.

"Mi querida Mahidevran:

¿Como has estado pequeña?

No he podido comunicarme contigo en los últimos 2 meses, he estado algo ajetreada.

Querida, como disculpa te envío un pequeño presente para que te veas más hermosa que siempre.

Además, tengo que darte un aviso.

Suleyman ha decidido enviar nuevos guardias al viejo palacio, le preocupa que las revueltas lleguen hasta allá; llegarán en los próximos días, aparentemente serán 10 muy bien entrenados.

Querida, porfavor responde mi carta, quiero saber como te encuentras.

Atte: Valide Sultán Ayse Hafsa."

El vestido que la madre sultana le envío como regalo era precioso, rojo con un pequeño escote y ni hablar del precioso brazalete, la madre sultana se lucia con los pocos regalos que le envío estos años.

Lastimosamente, no había utilizado ninguno de ellos.

Su vida era monótona, silenciosa y aburrida.

No hablaba con casi nadie.

Solo con las pocas concubinas que quedaban en el palacio, una de ellas era Elmas Hatun, una de las más viejas concubinas del difunto príncipe Sehinsah, asesinado por su propio hermano el difunto Sultán Selim I.

La pobre Elmas tan solo tenía 30 años cuando eso ocurrió, y lo peor había sido el asesinato de su hijo, Mahmud, por órdenes de su propio tío, el padre de Suleyman.

La mujer tenía ya 55 años y la mayor parte de esta la pasó encerrada en este palacio.

Cosa que Mahidevran sabía que también iba a ser su destino.

Ahí viviría lo que reste de vida y posiblemente ni siquiera tenga una tumba digna, como las difunta concubinas que pasaron el resto de sus días en este lúgubre palacio.

- ¡Gülbahar! ¡¿Niña, donde te metiste?! - y hablando de la susodicha.

Suspiro, suplicando paciencia a Alá para soportar el regaño de la mujer.

- ¡Aquí! - murmuró mientras se hundía más en la pequeña banca del jardín, fingiendo leer el pequeño libro entre sus manos.

La mujer de cabello rubio salió de entre los arbustos con las manos a los dos lados del cuerpo y el ceño fruncido.

Otra vez.

- Niña - habló con fuerza - me podrías explicar por Alá, ¿porque no te presentaste a comer otra vez?

La rosa del Sultán. Where stories live. Discover now