Capítulo 20 Volver

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Aún no era el momento adecuado; todavía faltaba un poco más

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Aún no era el momento adecuado; todavía faltaba un poco más. Él lo sabía, así que con todo el dolor que aquello le desataba ahí -justo en el centro del pecho-, como una daga puntiaguda, volvió a sentarse.

«Un poco más, cariño», rogó mirándola, «Permíteme quitarte la venda de los ojos, dame la oportunidad de ser yo tu salvador».

Exhaló exhausto, le faltaba el aire. No resistiría tanto tiempo fuera. Tenía que darse prisa, sino, moriría en el intento, y no habría final más doloroso para él que no poderle mostrar la verdad a ella.

De enseñarle lo real a quién amaba de verdad.

De enseñarle lo real a quién amaba de verdad

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Continuación del capítulo anterior

Abrumada. Así me sentía hace mucho. Tal vez de todo. De los EK-Z, la guardia del reino, Los Elegidos, sus quejicas; las restricciones, las órdenes, lo minuciosamente controlada que me tenían a toda hora, los secretos. Estaba cansada de lo mismo todos los días.

Conocí a más personas en el reino, como a Los Elegidos, pero las circunstancias no nos daban crédito para hacer buenas migas por completo; de lo único que hablaban era sobre querer matar al ojiazul príncipe de mi izquierda, sobre que buscaban la venganza, también cuchicheaban algo acerca de quitarles el trono. Qué ingenuos eran al creer que podrían ¡siquiera! chorearles un miserable vello del culo, antes los EK-Z les ahorcarían o harían una de esas cosas lóbregas que hacían para raptar a Los Elegidos, como lo hicieron con Lucas y conmigo.

Cazados como bestias.

Jamás quise saber cómo les habían capturado a mis compañeritos, no me interesaba sentir miedo y ponerme en el lugar de ellos al escuchar sus vivencias con los EK-Z, no me incumbían.

«O puede ser que no quiero escuchar las malas habladurías de los EK-Z porque, muy en el fondo, sé que estoy confiando ciegamente en ellos», Apreté los dientes, deseando estar en mi habitación para golpearme contra un espejo y hacerme reaccionar.

Tonta, tontaa.

Mi compañero de balcón dejó salir una bocanada de aire, «compañero no, mi asesino». ¿De verdad podía mantener la calma junto a ellos?, ¿Junto a él? Un lado de mí, el racional, me escupía crueles palabras ácidas en mi mente advirtiéndome de que ellos me traicionarían en cualquier instante, que solo estaban jugando conmigo, que todos me mentían acerca de cada inútil pregunta que hacía, que ellos solo querían divertirse; y el otro, el lado estúpidamente débil -ambicioso de humanidad barata-, me pedía que, por el amor a lo que más apreciara, no desconfiara y no me alejara de ellos porque me autodestruiría, me rogaba que no tirara la toalla con ellos.

¿ES REAL?Where stories live. Discover now