Capítulo XXIV: Borracho de pasión (1)

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"Tú pediste este matrimonio, Hefesto" dijo Afrodita.

Él inclinó la cabeza.

"Tienes... razón”

"¿Y me rechazas?”

"Yo... ¿cómo podría hacer eso? .. No estoy tratando de decir que no, sólo...”

Ella le hizo callar.

"No quiero oírlo"

Hefesto guardó silencio.

"Todavía tengo preguntas por responder"

Antes de su boda, cada uno había acordado permitir al otro hacer tres preguntas cada uno y responder sólo con la verdad. Hefesto ya había agotado sus preguntas asignadas, y ahora era el turno de Afrodita.

Juré no usar mis preguntas en vano... ¿Quién iba a pensar que acabaría usándolas así?

Aun así, Afrodita no creía estar desperdiciándolas. No había manera más segura de atraer a Hefesto que ésta.

Se inclinó hacia él con una bonita sonrisa y le susurró:

"Ahora haré una de mis preguntas, Hefesto. Quieres abrazarme, ¿verdad?"

Podría haberlo expresado en términos mucho más explícitos, pero lo mantuvo modesto para su avergonzado novio.

Hefesto dudó. Luego cerró los ojos y abrió sus labios carnosos, aquellos que Afrodita encontraba tan encantadores y habló como si admitiera la derrota.

"Sí, tienes razón”

Su caza fue un éxito. Una sonrisa radiante floreció en el rostro de Afrodita.

"Entonces hazlo"

Los brazos de él, que colgaban torpemente a los lados, rodearon su cintura. Afrodita había estado esperando este momento y se entregó a él por completo. Él la levantó suavemente de sus pies y la llevó hasta la cama.

La cama de Afrodita estaba engalanada con fragantes flores y almohadas de seda. Una nube de perfume colgaba a su alrededor como cortinas invisibles. La diosa se tumbó de espaldas, mirando a su marido mientras éste se subía encima de ella.

Nunca le había parecido poco atractivo. Le gustaba su aspecto, y eso le hacía esperar lo que le iba a hacer. Era muy musculoso y fuerte, imponente a pesar de que no intentaba presumir.

"Podría ser torpe” le advirtió.

Su vacilante confesión tampoco la molestó. Es muy bonito que haya sido rudo y estoico todo este tiempo para volverse honesto al final. Ella se echó a reír.

"No te preocupes, no voy a patear" lo tranquilizó.

Los labios de Hefesto dieron un extraño respingo.

¿Acaba de sonreír?"

Ella quería ver más de su expresión, pero estaba distraída por sus grandes manos que trabajaban para despojarla de su ropa. Su delgado vestido de novia se abrió con facilidad, revelando sus pechos en su inmaculada totalidad. Sintió un parpadeo de verguenza al ver a Hefesto mirando su pecho desnudo. Sin embargo, eso se olvidó en el momento en que él agarró sus dos pechos con sus grandes manos.

Sus calientes palmas ahuecaron sus pechos mientras sus duros dedos frotaban sus pezones hasta que se pusieron rígidos y se levantaron. Las pequeñas perlas de carne levantadas no tardaron en quedar atrapadas entre sus dedos enrojecidos.

"Ah..hah...” Afrodita jadeó.

Su afirmación de que podía ser torpe era una mentira. Cada vez que Hefesto le frotaba o tiraba de sus pezones, enviaba rayos de calor hacia su bajo vientre. Las caderas de Afrodita se agitaban de un lado a otro mientras luchaba con el placer.

"¿Por qué siquiera, ah, fingiste ser torpe?”

"Me alegro de que lo estés disfrutando”

La voz de Hefesto, ya baja, había bajado aún más. La piel de gallina se levantó en la espalda de Afrodita y el líquido se acumuló entre sus muslos. Y esto era sólo el principio. Hefesto siguió jugando con sus pechos mientras empujaba sus rodillas entre sus muslos. Sólo una fina capa de ropa interior cubría sus partes, una frágil barrera que apenas la separaba de la presión del duro muslo de Hefesto. Su núcleo se apretó en la excitación.

"¡Ah!”

La cabeza de Afrodita se inclinó hacia atrás en los cojines mientras se estremecía de placer. Su muslo, duro como una roca, seguía presionando su suave carne. Recordó que eran esas piernas gruesas y fuertes las que había visto y se había sentido atraída cuando había visitado el santuario de Hefesto. Sus músculos habían brillado en el calor, moviéndose bajo su piel cada vez que se movía. El recuerdo era vívido y un cosquilleo volvió a recorrer su columna vertebral. Por aquel entonces, sólo podía imaginar lo fuerte que era. Ahora sabía la verdad: era aún más fuerte en la realidad.

“Haah...”"

El dios comenzó a frotarla con su muslo y ella se retorció de éxtasis. El duro músculo rozaba su zona sensible una y otra vez. Su ropa interior húmeda le presionaba la carne y se desprendía con cada movimiento, aumentando la sensación. De vez en cuando, su virilidad, mucho más caliente que la carne de sus muslos, la rozaba, impacientándola.

El amor de AfroditaWhere stories live. Discover now