Capítulo 2

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TW: Maltrato animal; violencia

Pasó casi un mes antes de que volviera a tener más de unos minutos para mí misma. Si no era bajo la mirada de halcón de mi padre era con alguno de mis clientes. Y cuando estaba sola, en general estaba demasiado cansada para hacer algo más que dormir o quedarme tirada en la cama, imaginando historias fantásticas e imposibles con finales felices.

Todavía tenía la espalda tirante y los músculos tensos a pesar de que mi padre había limpiado las heridas al momento de terminar de infligirlas. Me había curado también la herida del muslo como había prometido. Aunque sin medicina costosa o atención médica profesional, la herida había empezado a cicatrizar mal y me daba pinchazos con cada paso.

Debería agradecer ese lado amable de mi padre, debería agradecer que me curara y me cuidara como siempre había querido. Tal vez yo era desagradecida, porque esos cuidados eran fácil lo que más odiaba de él. Porque me hacían pensar que en el fondo me quería, que le dolía impartir disciplina de esa forma pero que, quizá porque su padre lo había criado de la misma manera, no conocía otra cosa.

Y los siguientes días, me había dejado quedarme en la cama, me había llevado el desayuno y un libro que había conseguido en la aldea. No había habido clientes y me había dado tiempo para curar. Se había quedado a mi lado y me había ayudado a cambiar los vendajes, habíamos charlado sobre mi mamá, recuerdos buenos, sobre cosas que nos gustaban a los dos. Y de repente, ya no recordaba por qué había querido escapar tan desesperadamente.

En una parte de mi mente, mientras rengueaba por el bosque con la escusa de cazar algo, sabía que era un ciclo. Sabía que ahora sería agradable por un tiempo y luego volvería a ser malo. Yo volvería a querer irme. Pero todavía me preguntaba... Me apoyé con más fuerza en la pierna herida y apreté los dientes para tragarme el grito de dolor. 

Si ese dolor se quedaba conmigo para toda la vida, sería una bendición. Un recordatorio imborrable de la realidad, de lo que sucedería una y otra vez. De por qué tenía que irme. Era mucho más difícil recordar cuando los moretones se desvanecían.

Y él sabía que no me iría ahora mismo, no herida como estaba y... confundida. Bufé frustrada y pisé más fuerte, me deleité en cada punzada. Los había enviado a cazarme como a un animal, y ellos lo habían hecho por diversión. Para recolectar su premio. La visión se me tiñó de rojo, era bueno que mi padre no fuera a volver hasta el amanecer, si tenía una mínima parte de esta furia cuando volviera a verlo... Terminaría haciendo algo de lo que me arrepentiría más tarde. Como tratar de matarlo... otra vez.

En cambio, canalicé esa ira en cazar algo para la cena. No me gustaba particularmente la actividad pero era una de las pocas ocasiones en que podía librarme de todo por unas cuantas horas. Además, hacía mucho que no comíamos una buena carne. Quizá, si yo lograba llevar algo de calidad a nuestra mesa, él... Me congelé en el lugar, la mirada fija en esos orbes plata.

El lobo seguía en el bosque y me estaba mirando. No estaba en posición de ataque pero tampoco en reposo, simplemente estaba allí parado. Tranquilo. Observando. Me temblaron las manos pero nada tuvo que ver con el miedo o el frío. No, era rabia lo que me hervía en el cuerpo.

Di un paso hacia él. No se movió. Di otro paso, apreté el cuchillo con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. Ladeó la cabeza, su mirada se burlaba. 

¿A quién vas a herir con eso, niña humana?, parecía decir.

Me detuve a un metro, el aliento se me congeló en una nube delante de la cara. El lobo era más grande de cerca de lo que había creído en mi embotamiento la última vez. Definitivamente no un animal común y corriente, si es que la inteligencia que le brillaba en los ojos no era prueba suficiente. 

Una corte de sueños rotosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora