Capítulo 3. Ahogado

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Ahogado. En ajedrez posición donde no se pueden realizar jugadas legales, pero el rey no está en jaque. Al no poder mover, y no ser mate, la partida termina en tablas.

Matt

Odio mi mala suerte. ¿Cómo me he dejado convencer por el director Higgins para volver a jugar al ajedrez? Muy sencillo: porque no lo he hecho. Me ha chantajeado con impedir que me gradúe y no he podido decir que no.

Jugaré, claro que sí, no me queda otra, pero nadie ha dicho que tenga que ganar.

Echo un vistazo al interior del aula a través del cristal de la puerta. Hay seis mesas dispuestas en fila con sus respectivos tableros de ajedrez y varios estudiantes comentan una jugada sobre uno de los tableros. Mierda.

—¡Matt!

Me vuelvo un momento al oír mi nombre y Lana Reynolds se me echa encima, se cuelga de mi brazo y se roza conmigo descaradamente. Está buena, es algo innegable, pero nos lo montamos en una de las fiestas de Bo Perkins este verano y se creyó con derechos sobre mí, por lo que tuve que ponerle freno. ¿Es que no se va a dar nunca por aludida? Me empieza a dar vergüenza ajena.

—Hola, Matty, el viernes doy una fiesta en mi casa y estás invitado —dice arrastrando las vocales en tono meloso.

—¿Puedo llevar a Ash? —pregunto con toda la mala intención.

Desde hace poco más de un año me veo de manera intermitente con Ashley Gibbs, hasta ahora es la única que ha entendido lo que puede esperar de mí y no se comporta como una loca desatada porque nos hallamos enrollado unas cuantas veces. De hecho diría que pasa de mí. Los dos vamos a nuestro aire y si se tercia el tema, pues eso.

La cara de Lana es un poema, tengo que hacer un esfuerzo para aguantarme la risa. Me haría quedar como un auténtico cabrón.

—Eres odioso ¿lo sabes?

—Sip, nena, pero es lo que hay.

Lo de tener una amiga con derechos me da cierta tranquilidad y, ahora que mi vida se ha complicado de manera alarmante, necesito toda la tranquilidad del mundo. Las tías me sacan de mis casillas, pero tampoco puedo vivir sin ellas, así que de momento lo mío con Ashley es como si me hubiera tocado el premio gordo.

—Está bien, trae a quien quieras —me espeta antes de darse la vuelta de golpe y azotarme con su pelo.

Resoplo y la contemplo mientras se aleja con un contoneo exagerado que intuyo que está dedicado a mí. Sip, Lana tiene un buen trasero, de ocho rozando el nueve. Si no fuera tan pesada... Es una pena, una verdadera pena...

Un carraspeo junto a mí hace que me olvide del trasero de Lana. Alguien intenta salir del aula de ajedrez y le impido el paso.

Es esa chica... ¿cómo demonios se llama? Ava... Eva... no consigo recordar su nombre, pero de ella me acuerdo perfectamente. Me montó un numerito de enamorada en el baile de octavo ¿o fue en noveno? Recordarlo me hace sonreír, luego la estuve chichando durante semanas por lo que hizo.

En su momento admiré su valor, jamás me atrevería a hacer algo parecido, y eso sin contar con que no creo que vaya a encapricharme de nadie como para hacer una estupidez semejante. Vuelvo a sonreír, en aquella época recibir las atenciones de tantas chicas me hizo sentir halagado, pero era un capullo popular y tuve que desempeñar mi papel de perdonavidas profesional.

—¿Me-me permites? —me pregunta casi tartamudeando.

¿Me permites? ¿Estamos en el siglo diecinueve y no me he enterado?

—Tú primero —digo apartándome de la puerta del aula, que no se diga que no soy un caballero.

Eso me da la oportunidad de repasarla de arriba a abajo con la mirada. ¿Desde cuándo tiene unas curvas espléndidas la mocosa insignificante que me pidió que fuera su novio delante de todos?

Los chicos malos también se enamoranWhere stories live. Discover now