Capítulo 29 - Ricordare

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Dante

La vuelta a casa de mi madre antes de las fiestas había sido, por decirle así, difícil

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La vuelta a casa de mi madre antes de las fiestas había sido, por decirle así, difícil. En realidad lo difícil había sido tener que decir la verdad. Cuando llegué sin Eva todos quisieron saber qué había pasado, y, fiel a mi "nuevo yo" que no dice mentiras, les conté todo.

Fue muy duro. Mi madre no me dijo nada, solo me observó con decepción, y creo que hubiera preferido que me insultara o me golpeara, pero no ese silencio desilusionado.

Con mis hermanos fue otra la historia. Ahí sí que hubo palabras, insultos y golpes. Carla me espetó que era un idiota, que no merecía a Eva, y que podía considerar que estaba muerto para ella. Desde ese día no me volvió a dirigir la palabra. Ale y Mariano, por otra parte, estuvieron a punto de liarse a golpes conmigo. Me insultaron, me empujaron y me dijeron de todo menos que era una buena persona. Con el pasar de los días se acercaron un poco más para preguntar cómo había sido todo, y de hecho ellos fueron los que me alentaron a escribirle en Nochebuena. Al ver que no me respondió pero sí había escuchado el mensaje, me acompañaron en mi tristeza y terminamos emborrachándonos los tres.

Recién un día antes de la Nochevieja abrí la última de las cajas que me había devuelto Eva. La mayoría eran de ropa, zapatos y libros. Pero había una más pequeña que tenía unas cuantas cosas variadas: mi máquina de afeitar, artículos de higiene, peines, fotos nuestras, algunos papeles y carpetas sueltos, y, en el fondo, la caja con el anillo. No lo había conservado, lo que para mí fue un claro indicio de que no me iba a perdonar. La realidad me resultó aplastante, y me di cuenta de que ella había decidido seguir adelante sin mí. Y por mucho que me pesara, tenía que respetar su decisión.

El ambiente en casa de mi madre era muy pesado. Carla no me hablaba, mis hermanos no me dejaban de dar la lata, y mi madre no me decía nada, pero estaba triste y a veces la encontraba mirándome con dolor, quizá preguntándose qué habría hecho mal para que yo me convirtiera en la mala persona que era.

Decidí que no me quedaría a recibir el nuevo año allí. Dejaría mis cosas y volvería después, pero necesitaba cambiar de aire, desconectar de todo, intentar olvidar a Eva.

Como si de una señal divina se tratara, recordé entonces una nota que había visto en la televisión esa mañana: era de una clínica que habían abierto hace unos años en Florencia, Italia. Su nombre era "Ricordare", que traducido al español significa "Recordar". Era una clínica especializada en el Alzheimer. Todos los pacientes que residían allí padecían la enfermedad, y la clínica buscaba brindar una atención especializada, con la contención emocional y afectiva que requieren estos pacientes, además de los cuidados necesarios para tratar este mal.

Era una locura, pero antes de darme cuenta estaba llamando por teléfono a la clínica, presentándome y preguntando si existía la posibilidad de ir a pasar un tiempo con ellos, ayudando y dando una mano en lo que fuera necesario. Ellos me aclararon que no necesitaban contratar personal, pero que estaban dispuestos a aceptarme como voluntario debido a lo que les había contado sobre mí. Les expliqué que no tenía interés en recibir una paga. Con tener donde dormir era suficiente. Coordinamos mi arribo a la clínica para el día siguiente, así que reservé un vuelo y se lo conté a mi familia.

A mis hermanos les pareció una locura. A mi hermana no sé qué le pareció porque no me dijo nada. Y mi madre, bueno, mi madre sonrió, y por un momento me pareció ver orgullo en sus ojos, la misma mirada que tenía cuando me veía junto a Eva.

Pensé seriamente en llamarla para contarle, pero decidí no hacerlo. Ella había sido clara al devolverme el anillo y no responder mi mensaje de Navidad. Además, el objetivo de este viaje era olvidarla, y hacer algo útil por otras personas. Tal vez el ponerme al servicio de otros me ayudaría a madurar y crecer como persona.

Cuando fui a despedirme de mamá, antes de ir al aeropuerto, ella estaba en su habitación. Al entrar dio unos golpecitos con su mano en el colchón, a su lado, como hacía cuando era niño y quería charlar con ella. Me acerqué y la abracé con fuerza, y algunas lágrimas comenzaron a caer por mi rostro.

–Perdóname mamá, lamento haberte desilusionado.

–Shhh, no llores, hijo. Tú no me desilusionaste. Te desilusionaste a ti mismo. Por eso he estado tan triste, porque veo que has perdido a la mujer de tu vida, y que estabas extraviado, sin hacer nada... Hasta hoy. No sabes cuánto me alegra este paso que vas a dar. Yo creo que es una manera de compensar el mal que has hecho a Eva, Dante. Esta experiencia te va a ayudar mucho, independientemente de si ella te perdona algún día o no. Cuando hacemos cosas de manera generosa, solo con la intención de ayudar a los demás, es como que tiene un doble efecto, un doble peso: ayuda a los otros, y nos ayuda a nosotros también. Nos da libertad, nos da paz. Sé que te ayudará también con Eva, pase lo que pase.

–Gracias por tus palabras mamá. No sabes cuánto las necesitaba, cuánto te necesitaba.

–Siempre estaré para ti, hijo. Aunque no me veas, aquí estaré siempre, en tu corazón...

–No digas eso, mamá. Suena a despedida...

–Y es que lo es, ¿o no te estás yendo?–bromeó. –Además, algún día me voy a morir, no pienso vivir para siempre. –dijo, y se encogió de hombros.

Le di otro abrazo fuerte, más largo que el anterior, y me detuve en sentir su cariño, su olor, su tacto, quise retener en mi corazón todo su amor, para cargarme las pilas en esta nueva experiencia que iba a vivir.

Cuando me estaba yendo de su habitación, me miró desde su cama, me tiró un beso y me dijo con amor:

–Estoy orgullosa de ti, hijo. Te quiero. Buen viaje, y que disfrutes este tiempo. Nos estamos viendo, cariño.

Salí sonriendo, y me crucé con Carla, que se mantuvo en sus trece, pero cuando estaba saliendo me gritó:

–¿Sabes que estás loco, verdad? Pero igual te quiero, imbécil. Ve con cuidado.

Volví, le di un rápido abrazo, y salí rumbo al aeropuerto, pero antes, hice una llamada que tenía que hacer. Temía que no fuera a responder, pero lo hizo al tercer tono.

–Mira que tienes que tener huevos para llamarme, ¿eh? ¿Qué quieres, Dante?

–Buenas tardes, Rodolfo. Sé que soy la última persona con la que quieres hablar, pero necesito decirte algo.

–Que sea rápido, no tengo tiempo para ti.

–Gracias. Esto te sonará inesperado, pero me estoy yendo del país, y no quería hacerlo sin pedirte perdón por lo que hice. Sé que mi palabra ya no vale nada para ti, pero me has recibido con mucho cariño y lamento haberte pagado de esa manera. A veces es necesario perder lo que más se quiere para darse cuenta de que uno estaba errándole al camino. Sé que me odias, y créeme que te entiendo. Sé lo que es Eva para ti. Te agradezco que no me hayas denunciado, y quiero decirte algo: hoy envié por correo certificado un documento para ti. Es un documento en el que renuncio a todo derecho o reconocimiento en la investigación del Alzhéimer. No va a reparar lo que hice, pero al menos le dará el crédito a quien verdaderamente se lo merece: a Eva. Sé que ella lo logrará, y se lo merece más que nadie en el mundo. Y quiero que sepas que de verdad la amo. Me enamoré de verdad, y estoy sufriendo cada día las consecuencias de mis acciones. Créeme que tengo suficiente castigo con haberla perdido. Lo siento, Rodolfo. De verdad.

Rodolfo se quedó en silencio del otro lado de la línea. Pasaron tantos segundos que pensé que se había cortado la comunicación. Pero de repente, volvió a hablar:

–Gracias, Dante. No puedo perdonarte lo que has hecho, pero esto significa mucho.

–Una cosa más: por favor, no le digas nada a Eva sobre esta conversación.

–Cuenta con eso. Adiós, Dante. 

Aunque no te pueda verWhere stories live. Discover now