𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖚𝖓𝖔

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-Y como dice en Romanos 3:23, Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.-Finalizó el pastor Kim con la predica del Domingo antes de que las alabanzas se escucharan por todo el lugar.

El pequeño Jungkook de diez años se encontraba somnoliento, pero fue aturdido por un leve codazo de parte de su madre para que este se levantara a aplaudir al son de la música. No había tomado la suficiente consciencia de su breve siesta, hasta que sus ojos se fijaron en la belleza del unigénito del pastor Kim.

Él podría denominarle "admiración" si se le necesitara explicar el porque no podría dejar de mirarle, consideraba que el rostro de aquél chico unos dos años mayor que él, deducía, era un esplendor.

Los aplausos cesaron repentinamente, las personas se dirigían hacía los pasillos buscando la salida, sin embargo, los padres de Jungkook, le tomaron del brazo casi arrastrándole hacía el altar con la intención de llegar al pastor y presentar su familia.

Tratando de disimular el sentimiento de desesperación de su madre por que su hijo introvertido finalmente tuviera algún amigo y este fuera un buen ejemplo para el pequeño Jungkook, le empujó al frente casi haciéndole chocar con el chico ligeramente más alto.

Aquella sonrisa del que ahora sabía que se llamaba Taehyung, le había cautivado el corazón. El pequeño se sonrojó al pensar dentro de su inocencia lo suave que eran las manos del chico y se propuso a memorizar lo suficiente aquél nombre pese a su mala retención.

-¿Qué te ha parecido el niño?-Le preguntaron sus padres con entusiasmo, cruzando los dedos en espera de una respuesta positiva ante el posible inicio de una amistad cristiana e influyente. No obstante, la respuesta del pequeño los desconcertó.

-Es muy guapo.-Achinó sus ojos en una casta sonrisa. Sus padres sólo chocaron miradas y decidieron ignorar el incidente por completo.

Su familia era bastante ortodoxa y como todo en exceso en esta vida, no era del todo bueno. Habían desarrollado en Jungkook aquella personalidad insegura, introvertida y poco expresiva en lo que se refería a sus emociones. Le tenía miedo a tomar riesgos o incluso en cosas tan banales como opinar sobre alguna comida que no sea de su agrado, ya que constantemente su cabeza sólo pensaba en que debía ser perfecto o no se ganaría el cielo y que si abría la boca, correría peligro de pecar.

A partir de aquél día, cada Domingo el pequeño Jungkook era el primero en tomar la ducha y peinar su cabello con cautela de que ninguna hebra quedara despeinada, así lucir pulcro para la iglesia. Aunque la realidad era que su motivación estaba en ir a admirar la belleza del hijo del pastor nuevamente, cada que tuviera la oportunidad.

No obstante, las aguas del río no estarían escasas de rocas perpetuamente.

Un par de meses después, el pequeño tuvo que colocar los pies sobre la tierra y experimentar por primera vez lo que era el dolor, uno real, uno que no se podía ver, uno que no se comparaba con el raspón de sus rodillas.

Su padre sufría de hipertensión arterial, lamentablemente para su mala suerte, el infarto tocó su puerta y se lo arrebató de la vida.

Jungkook no sabía de que modo expresar la melancolía, más que llorar escondido bajo su cama, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie pudiera responder a las interminables preguntas que rondaban por su cabeza.

El día del funeral decidió quedarse dentro del auto, agradeció a Dios que su madre le entendiera y no le insistiera que debía estar presente. Se había encerrado en este mientras la radio reproducía "Chiquitita" de Abba, canción cuya cuál sólo alimentaba el manojo de emociones incomprendidas que saboreaba.

La religión de tus labiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora