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La primera semana de clase quedó atrás cuando, luego de la última hora curricular del viernes por la tarde, sonó el timbre y todos se levantaron de sus asientos con más energía de la que habían tenido durante la semana. El único que parecía no tener tanta prisa era Julián. Aunque, en realidad, solamente así lo aparentaba por el simple hecho de que no había pegado el mismo salto hacia atrás, ese que hace rechinar las sillas contra el suelo, tal como lo hicieron todos los demás en la clase. Su demora estaba dada porque había encontrado, quizá buscado intencionalmente, una hoja en el cuaderno en la que había escrito su nombre unido al de Amelia con una letra Y.

Antes de que sonara el timbre, ya se había embarcado en la tarea de tacharlo, haciendo círculos sobre esa unión de nombres, mientras fingía tomar nota de lo que el profesor explicaba, aunque en realidad no sabía de qué estaba hablando el docente porque Julián, hundido en su imaginación, también estaba explicando algo, aunque no era precisamente historia antigua, sino el motivo de esos nombres enlazados, frente a Isa, que con cara sumamente seria, lo cuestionaba luego de haberlo encontrado.

Pero, por suerte para él, eso era solamente imaginario, ya que había tenido la fortuna de recordar que lo había escrito en el primer día de clase, cuando vio a Amelia sentarse en su lugar y él, ajeno a la posibilidad de animarse a conversar con ella, se propuso que, lo que escribía en ese momento, algún día sería real. Claro que, cuando hizo eso, no había aparecido, por lo menos hasta un par de minutos después, Isa en su vida. Y jamás hubiera imaginado lo que los siguientes días le depararían. Así que, por fortuna para él, alcanzó a tachar los nombres y cerrar el cuaderno mientras sus amigos, incluida su novia, se acercaban a él, formando una ronda mientras terminaban de guardar sus útiles en las mochilas y hablaban sobre la invitación a la fiesta en la casa de un compañero, a la cual, todos pensaban ir, a fin de cuentas, era para celebrar el reinicio de las clases.


La fiesta sería esa misma noche y la única consigna era llevar algo para tomar. A pesar de ser menores de edad, no fue impedimento para ellos conseguirlo porque Isa se ofreció a pedirle a su papá que le trajera bebidas para los cuatro cuando saliera del supermercado. En principio, Julián se negó, pero ella le insistió con que no sería problema alguno, que su padre, seguramente, le iría con cervezas y con su sermón acerca de los excesos en el mismo pack, pero que, de todos modos, eso sucedería, aunque consiguieran las bebidas de otra manera. Así que, resuelto ese asunto, lo único que les faltaba definir, y era de lo que hablaban cuando ya habían salido de la escuela y estaban al lado de la moto de Alex, era cómo harían para llegar hasta el lugar, ya que era bastante lejos como para ir caminando.

Y, dando por cerrado ese asunto, para poder salir rumbo a sus casas, el que aportó la solución fue Julián, que propuso pedirle el auto a sus padres y no tomar una gota de alcohol. Fue entonces, cuando Gabi les dijo que, mejor sería que a la vuelta de la fiesta condujera él el auto, ya que él sí tenía decidido no tomar porque al día siguiente tenía que trabajar para cubrir a un compañero.

Alex se despidió y salió a toda velocidad en su motocicleta. Los tres restantes salieron caminando, mientras tanto charlaban sobre asuntos vanos. Principalmente Gabi, que no paraba de hablar sobre la ropa que se pondría esa noche, que tenía que trabajar en la cafetería hasta medianoche, pero que llevaría una mochila con las prendas y se cambiaría en el auto, de camino a la fiesta, así que había que pasarlo a buscar por ahí. Mientras él hablaba, enérgico y efusivo como siempre, Isa y Julián se miraban y se dedicaban una que otra sonrisa de complicidad, aguantando el impulso por tomarse de la mano o darse un beso, aunque, si alguien les preguntara, ambos dirían que era muy pronto para mostrarse en público.

Al llegar a la esquina de la casa de Isa, los tres se despidieron. Para un lado salió Gabi, para el otro Julián, quien, luego de caminar unos cuantos pasos a ritmo sospechosamente lento, frenó su marcha y giró para asegurarse de que su amigo se había alejado varios metros y ya no volvería. Mirando de reojo hacia la esquina por la que aún se veía a Gabi alejarse, cada vez, un poco más, fue al encuentro con su novia, que lo esperaba en la vereda de su casa. Una vez juntos, se dieron los besos y abrazos que habían estado conteniendo durante el día.

Estuvieron así un largo rato. Conversaron poco y, cuando ya había pasado la euforia contenida, empezó la clásica despedida de pareja nueva, en la que se va otro tanto de tiempo. Antes de marcharse, Julián le propuso pasarla a buscar primero a ella para ir a la fiesta. Pero, con cierta razón, Isa le dijo que sería menos sospechoso si primero pasaba por Alex, que era el que primero estaba en el recorrido que debería hacer. Julián asintió, dándole la razón.


Algunas horas más tarde, ya rumbo a la fiesta, Julián pasó primero por Alex, quien debió subirse en el asiento de atrás porque de acompañante iba Matilda, que había insistido para que su hermano la llevara hasta la cafetería del centro. Al fin y al cabo, debían pasar por ese lugar para buscar a Gabi. Cuando salían de casa de Alex y Julián puso la luz de giro para doblar rumbo a la casa de Isa, su hermana, que no sabía que también debían pasar por ella, le preguntó que qué hacía, que el centro quedaba para el otro lado. Ante la respuesta de su hermano, Matilda no dijo nada y permaneció en silencio hasta que llegaron al siguiente destino, entretenida por el juego de luces que pintaban las estrellas en el cielo.

Al llegar ahí, un par de bocinazos y vieron que, luego de encenderse la luz del porche, Isa salió de su casa con las cervezas en una bolsa de mandados, seguida por su padre, quien los saludó de lejos, levantando la mano. Los tres ocupantes del auto le respondieron el saludo del mismo modo. El hombre giró sobre sus talones y entró en la casa, cerrando la puerta despacio cuando su hija terminaba de acomodarse en el asiento trasero del auto, después de dejar las bebidas en el baúl.

Una vez que salieron rumbo a la cafetería, la cual sería la última parada antes de llegar a la fiesta, Matilda giró en el asiento y, apoyada sobre el respaldo de éste, se presentó con la nueva amiga de los chicos y comenzó a bombardearla con preguntas, una detrás de otra y, cuando su hermano le dijo que parara, que la dejara tranquila, le contestó que era para conocerla, que no veía problema en ser un poco curiosa. En fin, sólo estaba preguntándole el nombre, la edad y algún que otro dato típico de un primer encuentro. El molesto sos vos, dijo mirando a su hermano con un gesto de resignación, se cruzó de brazos y volvió a su juego de mirar las estrellas en esa noche despejada. Isa sonrió y Alex tarareaba una canción.

Luego de diez minutos, en los que Matilda cortó el silencio que se había generado subiendo el volumen de la radio del auto, llegaron a la cafetería. Gabi los esperaba afuera, ya vestido con la ropa que usaría para la fiesta, a menos que la camisa azul oscuro, estampada con flores rosa y violeta, y el jean rojo fuerte fueran su uniforme de trabajo. Te ves genial, le dijo Matilda al saludarlo con un beso y un fuerte abrazo antes de cederle su lugar de acompañante en el auto. Obvio, siempre, Reina, contestó Gabi sonriendo. Aproveché que había poca gente y me cambié de ropa en el baño, dijo una vez que cerró la puerta, ya cuando el auto había comenzado su marcha, y, en un instante el habitáculo se inundó con el olor de su perfume. Qué rico perfume, dijo Alex, ¿me prestas un poco?

Una pausa en el intentoWhere stories live. Discover now