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Refugiado entre las cuatro paredes de su habitación, recostado sobre la cama, con su volumen de El silencio más allá apoyado sobre la almohada, casi acariciándole su oreja derecha, se dispuso a ingresar en una de las redes sociales que más utilizaba, escondido en el anonimato de su perfil numérico, con intenciones de mensajearse con Olivia. Las últimas conversaciones entre ambos habían sido muy productivas, según su manera de ver las cosas.

Poco a poco, la chica con la cual la separaba una distancia de más de diez años de edad, había ido hundiéndose en las arenas movedizas de enamoramiento precoz a las cuales la había ido arrastrando con su habilidad para expresarse a través del celular. Él también sentía estar enamorado, creía en sus propias fantasías, pero no desconocía la realidad y, sin importar el sentido de sus intenciones, las consecuencias que seguirían, en el caso de concretarse un romance con Olivia, no serían del todo favorables para él.

Así que, desde el comienzo, manejó con suma cautela su acercamiento hacia ella, a tal punto que, de algún modo, todo lo que llegara a suceder sería porque ella lo convocara. Haciendo uso de esa estrategia desde el principio, llegó el momento que, a propósito, fue construyendo pieza por pieza: Olivia comenzó a insistirle para que se pudieran encontrar en algún lugar y conversar cara a cara.

Fue el domingo previo a que comenzara el ciclo escolar. Esa noche, Olivia le envió un par de fotos de su uniforme y de la mochila, y luego le preguntó si le había gustado ver la foto del uniforme arriba de la cama o hubiera preferido que le enviara una foto de ella vestida con ese atuendo. Pero él, hábil para detectar las intenciones que había detrás de esa pregunta, con la cual entendió que ella estaba probando hasta donde podía subir la temperatura de la conversación, desvió el tema preguntándole si estaba ansiosa por volver a clase. A ese cambio de rumbo, ella también le dio un girón y, sin dar muchos rodeos, le preguntó si le gustaría ir a tomar algo cuando ella saliera de su primer día de colegio. Como para cambiar un poco el aire después de la primera jornada, añadió Olivia.

Pero, una vez más, tal como lo había hecho ya en dos ocasiones anteriores, escondido en su perfil numérico, le repitió lo linda que le parecía y lo mucho que le encantaría que eso sucediera, pero que, al día siguiente, estaría muy cargado de actividades, así que, por mucho que lo invadieran las ganas de, por fin, estar a su lado, le resultaba prácticamente imposible poder concretar el encuentro.


Por debajo de la puerta de su habitación, se colaba el aroma de la cena que estaba preparando Elsa, su tía, con quien vivía desde pequeño. Poco tiempo pasó entre que sintió el atractivo aroma de la comida salida del horno y los tres suaves golpes de los nudillos de Elsa, que le indicaban, del otro lado de la puerta, que ya era momento de la cena. Pero él no podía abandonar la conversación en el punto en el que estaba en ese momento. Había llegado a una etapa en la que, tal como se estaba dando todo, y como lo tenía planeado, sabía que no habría más posibilidades de seguir postergando el encuentro con Olivia. Era una chica joven, que siempre quería más, no había manera de aplazar eternamente el asunto. Así que no tenía más remedio que avanzar a la otra etapa de su plan, que sería comenzar a plantearle, él a ella, la posibilidad de un encuentro.

Claro que, como tenía estudiada la rutina diaria de Olivia, sabía que podría proponerle un día y un horario en que a ella le resultara imposible decir que sí. Y si sucediera que aceptaba la invitación, vería de qué manera continuar. Pero entre tanto que pensaba y, a la vez, iba escribiéndole mensajes a ella, sentía que había comenzado a acorralarse solo, a enredar el sentido de sus oraciones. Sumado a eso, la prisa de saber que lo estaba esperando su tía con la cena servida, con los codos sobre la mesa del comedor, resoplando de fastidio, no le quedó más remedio que decirle a Olivia que le deseaba dulces sueños y mucha suerte para el día siguiente, que se despedía de ella porque tenía que terminar con una tarea laboral que le había quedado pendiente.

Afortunadamente para él, Olivia, quizás absorta por los sentimientos que él había despertado en ella con sus encantos y con el rumbo que, de a poco, había ido tomando su relación virtual, no le objetó la negativa a su propuesta de un encuentro para el día siguiente. Es más, parecía realmente conmovida por la manera responsable con que él ponía su trabajo por sobre todas las demás cuestiones y, disculpándose con frases breves y concisas, le dijo que no quería entretenerlo más, que no quería que se le hiciera tarde atendiendo ese asunto laboral, que al día siguiente podrían seguir en contacto.

Mientras sonaban las notificaciones en el celular de él, con los mensajes que contenían esas disculpas y la propuesta de continuar al día siguiente con la conversación, el aparato ya estaba en su bolsillo y él, como si nada, estaba sentado a la mesa, frente a su tía, Elsa, rodeados por los portarretratos que inundaban la casa y que habían sido colocados por ella con claras intenciones de mantener el calor familiar en el hogar, pese a las dos tragedias que los habían dejado a ellos como únicos integrantes de la familia.


Un par de horas más tarde, cuando de la cena sólo quedaba el aroma que se había impregnado en la ropa y los quehaceres posteriores habían sido realizados, él desbloqueó su teléfono celular y, al fin, pudo darle la atención necesaria a las notificaciones que le indicaban que Olivia le había enviado cinco mensajes seguidos en ese breve instante en que él caminaba desde su habitación hasta el comedor de su casa, antes de cenar.

Ya era casi medianoche, dudó un instante, mirando la pantalla del aparato casi sin pestañear, mientras el brillo de ésta perdía intensidad, señal de que en pocos segundos se apagaría. Pensó que, tal vez, ella ya estaría durmiendo y que eso le permitiría contestarle de manera tal que su mensaje fuera lo primero que ella se encontrara a la mañana siguiente. Y eso fue lo que hizo. Improvisó una respuesta en la que, además de agradecerle por sus disculpas, aunque las creyera innecesarias, concordó que podrían seguir en contacto al día siguiente y que, también como ella proponía, no faltaría ocasión en la que pudieran encontrarse.

Dejó su celular sobre la mesa de luz, para prepararse para ir a dormir, pero no alcanzó a apoyarlo en ese lugar cuando sonó una nueva notificación de mensaje. Olivia no estaba durmiendo como él creía y, a juzgar por la velocidad con la que había respondido, debería haber estado todo ese tiempo en vela, esperándolo. Así que, nuevamente, sin proponérselo, pero sin intenciones de evitarlo, comenzaron con su vaivén cotidiano de mensajes, el cual se extendió hasta entrada la madrugada, cuando ya el silenció de las calles, al otro lado de la pared, podía percibirse con sólo detener por un momento la atención que recaía sobre el celular.

Una pausa en el intentoWhere stories live. Discover now