14 | Confesiones

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Capítulo 14

—¿Qué estás haciendo?

Chillando, me giré con la mano en el corazón, me mordí el labio inferior mientras entrecerraba los ojos en la oscuridad. No sirvió de nada, ya que sólo hizo que mi corazón latiera más rápido por el miedo. Pero entonces me relajé, sintiendo su presencia familiar (eso y que distinguía la forma de su silueta por la luz de la cocina que venía del pasillo). Hice un gesto a la sombra.

—¡Hola!— Me adelanté tímidamente e intenté alcanzar la pared, pero acabé aplastándome contra él. Sentí que me sostenía por los hombros y dejé de tambalearme. —¿Por qué estás levantado?— susurré, mirándole.

Me miró con ironía. —Yo debería preguntarte eso.

Me froté la nuca. —¿Te he despertado?

Negó con la cabeza y yo me limité a asentir contra su pecho. La verdad es que olía bastante bien. Como a jabón... pasta de dientes... Olfateé y enarqué una ceja. ¿Qué era ese olor? 

—¿Me estás oliendo?—, preguntó divertido.

Me quedé completamente congelada, el horror recorriendo mi cuerpo. —¡No!— balbuceé, intentando dar un paso atrás, pero su agarre se estrechó de repente y quedé atrapada en su abrazo. Levantó una ceja y yo desvié la mirada antes de suspirar. —Sí—, admití. —¡Pero sólo porque hueles bien!

Sus labios se movieron, pero sus ojos bailaron. —Si tú lo dices.

Asentí frenéticamente. —Eso digo.

Se rió y me soltó lentamente. Cohibida, me alejé un paso de él y me froté los brazos. Es una tontería encontrarme con tanto frío de repente.

Con nostalgia, giré mi cuerpo y me quedé mirando lo que me había despertado a esta hora intempestiva de la noche (o de la mañana, como se quiera ver). Oí a Oliver moverse detrás de mí.

—¿Puedes decirme... por qué estás mirando fijamente mi moto?

—La estoy admirando—, corregí. 

—Bien. ¿Por qué la admiras?

—Porque es preciosa—, le expliqué con tono de naturalidad. —Y sigo sin entender por qué te pusiste del lado de mamá y Jace—. Me crucé de brazos. —Quiero decir, entiendo que los padres nieguen mi necesidad de aprender a montar esa belleza. ¿Pero tú? Tú eres el que la compró.

Me miró fijamente durante un largo momento. —Creo que estás siendo demasiado dramática.

Dejé de agitar los brazos y adquirí una postura serena. —Nunca—. Mostré mi sonrisa sacarina. Su ceja se levantó. Estuve muy tentada de estirar la mano y bajar esa ceja... burlona. —Vamos, Oliver. Sabes que quieres hacerlo.

—En realidad no.

—Claro que sí—, insistí. A este paso, voy a estar de rodillas suplicándole. —¿No quieres transmitir tus habilidades y esas cosas?

—¿Esas cosas?—, repitió.

Le miré con odio por su tono de risa. —Oliver—, prácticamente lloriqueé. —Dios. Eres tan malo—. Crucé los brazos bajo mis pechos, frunciendo el ceño. —Vas en contra de los deseos de tu padre -¡rebelándote contra tu padre!- y cuando alguien te pide que le enseñes -¡te niegas!

—¿Se supone que eso tiene sentido?

Resoplé. —Sí.

Hubo un momento de quietud antes de que la comisura de sus labios se inclinara hacia arriba y empezara a reírse de verdad (quiero decir, de verdad). Se agarró a mi hombro, apoyándose en mí para apoyarse. Y por ese momento, me quedé congelada, escuchando su risa. Sentí que empezaba a sonrojarme.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2022 ⏰

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