Sin horizonte

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    Buenos Aires, siempre había sido una ciudad ruidosa. Los autos, producían gran bullicio. Las personas discutían. La iglesia, siempre, repetía sus campanadas. Todos esos ruidos marcaban la hora en donde el bibliotecario de los lunes y los martes, debía salir de su casa.

Él, tomaba una taza de café, mientras en silencio meditaba lo que Laura había dicho en su última carta, en su redacción, en los detalles de la letra y hasta en los garabatos que hacía en los márgenes para adornar un poco su carta, de qué color era la tinta, pero, la campana interrumpió sus pensamientos, debía irse.

Llegó a la biblioteca.

El olor de los libros lo motivaba, lo acercaba a su pueblo natal, recordaba las tardes de verano, en donde él y su prima segunda, releían los escasos manuscritos que su abuela conservaba en su cuarto, en donde comenzó a apreciar la literatura.

Una joven, se le acercó, necesitaba un libro de historia de la segunda guerra mundial. Él se limitó a decirle su ubicación, en el segundo pasillo de la derecha. Era una estudiante, parecía ser una persona curiosa, de buena memoria. No era extraño encontrarse con universitarios, entraban, buscaban lo que necesitaban en las estanterías, y después, se quedaban leyendo hasta la hora de cierre, tal caso, fue el de la joven. El bibliotecario, tuvo que llamarle la atención, ella se había perdido en la lectura, tal como él y Laura lo harían.

El turno del martes, había finalizado. La joven se despidió cordialmente, disculpándose de haber sido la última en salir, pero no era necesario.

—Los libros, siempre son atrapantes, no se preocupe, yo lo entiendo. Si algún día vuelve aquí, acuérdese que yo solo trabajo los lunes y los martes, mi nombre es Marcelo, usted puede venir a estudiar cuando quiera— Esa fue la respuesta que le proporcionó a la muchacha.

...

Sentado en el sillón de su casa, Marcelo, escribía, estaba concentrado. Las últimas cartas de Laura eran extrañas, hasta el punto en donde debía sobre analizarlas. Ella le pedía prestado dinero, pero nunca especificaba para qué, de todas maneras el cedía, ya que era su prima segunda, su mejor amiga, y confiaba ciegamente en ella.

Laura mencionaba en su carta más reciente, la abundancia de carteros jóvenes, siempre se confundían de casa o se olvidaban la encomienda, y ella después debía recibir al destinatario y volver a preparar la entrega, lo que retrasaba y complicaba su labor en el correo, donde era empleada.

En letra cursiva, Marcelo escribió su respuesta, mañana debía ir al pueblito, se preguntaba, si ella iba a ir también, pero, ya sabía que eso no iba a suceder.

Ese miércoles, llevó el bolso de siempre con algunos libros.

Extrañamente la ruta se encontraba desolada, a esa hora, los padres llevaban a sus hijos a la escuela, pero, la situación era diferente ese día.

Repentinamente, tuvo que detener su auto de manera tosca y precipitada, enfrente de él, se encontraba una gitana. Ella, le pidió que se bajara, él no entendía el porqué.

Ella dijo que podía leer su mano, que cada línea significaba algo y expresaba lo que el futuro deparaba. Marcelo, no le creyó y se negó. La quiromante se quedó quieta. ¿Cómo se atrevía? ¿Por qué hacía eso? ¿A quién no le llamaba la atención saber su futuro? Desde sus entrañas hasta el exterior, la mujer gritó, pataleó, se quejó, lo aborreció y en todo eso lo envenenó con la promesa de que lo había maldecido, ahora, debía sufrir. Después de sus últimas palabras, escapó, dejando la situación sin ninguna explicación.

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⏰ Last updated: Dec 23, 2022 ⏰

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Cuentos Nunosos ©Where stories live. Discover now