Capítulo 4: ¡Mi antihéroe!

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Estella caminaba tranquila por las calles de un pequeño pueblo de Brasil. Era de tez blanca, porque a pesar de los estereotipos, en Brasil no solo hay negras con buenos parachoques, pistas de aterrizaje y demás sinónimos aptos para todo público. Para decirlo de otra manera, si ella fuera una poesía, no sería de vanguardia. Ni de retaguardia. Ni siquiera rimaría.

Resumiendo, Estella no era la brasilera  de las propagandas, ni la de las telenovelas, y mucho menos la de las películas que se ven en soledad. Ella era blanca como un libro con pocos años,  y no de uno de los que los ciegos pueden leer.

Pero lo que no poseía en belleza, lo compensaba con gustos extraños, como coleccionar bichos diversos, que abarcaban desde insectos hasta su desgraciado novio. Y junto con el desgraciado, se formaba una pareja de esas que, de verlas en medio de la noche,   te pones a correr mientras rezas, y al ponerte a salvo llamas a Stephen King para darle una idea sobre un nuevo libro. Así de feos eran como pareja. Aunque individualmente y mirándolos con unas cuantas copas encima... sí, en esa situación estaban un poco por arriba del promedio.

La noche de brujas no había llegado, pero con su musculosa y sus shorts blancos, Estella era un esqueleto levantando polvo a cada paso.  Estaba tostada por el sol, pero solo un poco: salía a la mañana o al atardecer, evitando cosas desagradables cómo quemaduras solares, cáncer de piel y vendedores ambulantes.

Se dirigía a una parte de la selva del amazonas cercana a su pueblo, donde la mayoría de los animales que podían ser una amenaza para el humano terminaron siendo carteras, botas o tapetes. Allí abundaban bichos exóticos y coloridos. No como ella.

Se metió entre la maleza y divisó un mosquito de esos que te puede desangrar en dos o tres picaduras... si eres de baja estatura.  Por suerte, era un mosquito macho, con sus hermosas antenas y,  como es bien sabido, sin el aparato bucal necesario para imitar a Drácula o al intendente de turno.

Se acercó con cautela al animal, que estaba succionando los jugos de una planta cercana. Ya tenia uno de esos en su colección, pero observarlo vivito y coleando era algo hermoso. Al menos para ella, para  otras personas es simplemente un sinónimo de que se les olvidó el repelente.

Siguió su camino y se encontró con unas marcas extrañas en la madera de un árbol. Seis pares de muescas  agrupadas en la madera, y un par antepuesto a las demás. Ningún animal conocido por el hombre podía dejar esas muescas. Salvo claro un mono entrenado para usar herramientas.

Estella estaba  desorientada: en sus diecinueve años de vida nunca había visto algo así.

De pronto, un sonido de rompimiento se hizo escuchar en medio de la selva. Lo acompañaban unos pasos. Estella  se escondió detrás del árbol. Su corazón latía como concierto de metal en pleno solo de guitarra.

Sal de ahí, chivita chivita. Sal de ahí, de ese lugar—Entonaba una voz de hombre joven.

El hombre no se movía del lugar, y ella tampoco.

—No me hagas probar con la del lobo. Por el amor de Da...Dios, no me hagas probar con la del lobo—Esperó una respuesta, pero no recibió ninguna—Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está— Retomó su canto molesto.

—Esto es una selva, inepto—Masculló ella de manera casi inaudible.

—Sé que estás detrás del árbol, solo intento salvarte. Hay cosas peores que yo en esta selva. Enseuns, por ejemplo.

Ella salió de detrás del árbol con cautela, y pudo divisar al joven. Llevaba el sedoso cabello por la cintura, simplemente porque él lo valía.  Su cara tenía facciones refinadas, mas no femeninas. Esa cara la adornaba una barba de un par de días y dos ojos color azul profundo.

La manipuladora de mundos(Los nacidos de Aigma #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora