8. El castigo adecuado

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—¿Mi señor, adónde vamos? —preguntó por tercera vez la muchacha, tratando de quitarse el fétido líquido de la cara con una mano. Nuevamente no hubo respuesta— ¡Ah, vamos! No puede estar molesto por lo que pasó, ¿verdad?

—Todo esto ha sido tu culpa, Rin —le dijo seriamente él. Rin refunfuñó.

—¡No fue mi culpa que esa cosa quisiera comerme! ¡Ni fui yo quien la hizo explotar! ¿Pero qué...? ¡Ah! —justo antes de preguntar qué estaba pasando, la luz que los envolvía se disipó y ella cayó estrepitosamente en una fuente de agua. Sacó la cabeza mientras se sacudía la mezcla de agua y babas del cabello, mirando con reproche al demonio parado en la orilla— ¿Y esto por qué?

—Asumo que no querrás quedarte con el olor de esa criatura impregnado en tu cuerpo —le dijo con su voz aterciopelada, adentrándose hacia donde ella estaba. Rin se escandalizó por su tono y reparó entonces en que estaban en las mismas aguas termales donde lo había visto... desnudo semanas antes. Se hizo hacia atrás buscando ganar más espacio, completamente avergonzada.

—No, claro que no, pero...

—¿Entonces por qué te quejas? —la chica se había quedado sin lugar al quedar aprisionada entre una gran roca y el demonio que la acechaba con sus brillantes ojos dorados. ¿En qué momento se quitó la armadura? Se preguntó al no ser capaz de sostener el peso de su mirada. Sólo quedaba la estola colgando inerte en su hombro, y flotando por el agua que a esa profundidad le llegaba hasta la cintura. A Rin le llegaba justo a la mitad del pecho, y al tener al youkai a menos de un metro de distancia, nunca se había sentido tan bajita.

Sesshomaru dio otro paso hacia ella, y su corazón comenzó a latir con violencia, llevando oleadas de sangre hirviendo a su rostro. El Daiyoukai se estaba quitando la ropa, sin apartarle la vista de encima. La chica tragó con esfuerzo, olvidando repentinamente que el apuesto hombre estaba cubierto de pies a cabeza con la pestilente baba verde mientras abría las telas de su haori y descubría su pecho. Se le acercó un poco más ya con el torso desnudo, lanzando las prendas a una roca cercana.

—¿Qué pasaría si el señor Jaken viene? —fue lo primero que se le ocurrió decir para tratar de alivianar el ambiente. El demonio de cabello blanco entrecerró los ojos.

—Tengo buena puntería —Rin rió nerviosa mientras su acompañante retiraba la estola de su hombro y la dejaba a su lado, flotando en el agua caliente—. Ayúdame a lavarla —le dijo de repente.

—¿Qué?

—Después lavarás mi cabello —continuó él, dejándola desencajada. La sangre acoplada en sus mejillas se desvaneció de golpe.

—¿Está hablando en serio?

—Sí —asintió él con total seriedad. A juzgar por su estricto rostro, el cual Rin conocía a la perfección, estaba aguantándose una risa siniestra—. Comienza.

Le extendió un extremo de su preciada estola mientras él sujetaba el otro y comenzaba a restregarla, hundiéndola varias veces bajo el agua en un intento de desprender el líquido pestilente. La muchacha se le quedó viendo anonadada con la boca entreabierta mientras se daba cuenta de que, seguramente, esa no era la primera vez que el demonio hacía tal cosa. Se veía tan acostumbrado... Esto es lo más bizarro que he visto en mi vida.

—¿Qué esperas?

—Pensé... cuando se acercó... q-que quería... —murmuró ella, tomando la piel de perro con ambas manos e imitando las acciones del hombre.

—¿Por qué crees que estoy apresurándote? —preguntó Sesshomaru con la voz grave, observándola perspicazmente. ¿Pero quién entiende a este sujeto? ¡Si continuaba molestándola de esa manera le daría un infarto! Y pensar que era considerado el demonio más cruel y poderoso del país... Bah, es que nadie lo ha visto lavando su ropa—. No te distraigas.

La humana estuvo a punto de soltar una carcajada pero continuó restregando enérgicamente, evitando pensar en el imponente demonio perro haciendo labores del hogar.

...

—¿Dónde pueden estar? ¡Esa cosa casi me devora! —se quejó Jaken mientras volaba a lomos del dragón. La secreción se había secado, adhiriéndose a ambos youkais como si fuese una segunda piel semitransparente. Al menos con la corriente de aire ocasionada por el vuelo del animal el olor se disimulaba bastante, haciéndolo más llevadero—. Es increíble, se supone que Bakusaiga destruye absolutamente todo lo que toca, no entiendo cómo es que esa cosa continuaba con vida... ¡Amo Sesshomaru! —llamó a todo pulmón, esperanzado de ver algo que revelara la presencia de su señor en el denso follaje del bosque—. ¿Qué estará haciendo con esa niña fastidiosa? Ah-Un, ¿no los ves tú por aquí? En unas horas anochecerá y me gustaría encontrar al amo antes de que eso pase.

El dragón negó con una de sus cabezas mientras hacía movimientos enérgicos con sus patas para impulsarse mejor en el aire y tomar más de velocidad. Jaken refunfuñó en voz alta, insultando a todos los individuos que conocía —exceptuando a su amo, claro— para echarles la culpa de su actual situación. No tenía nada más que hacer, y hablar mal de otras personas siempre lograba subirle los ánimos.

Pensó repentinamente en Rin, la niña —no, la mujer, se corrigió— y en la extraña actitud que mantenía con su adorado amo. Y la actitud que mantenía él con ella, que era aún más alarmante. Jaken sabía perfectamente que había algo raro ahí, pero todavía no sabía qué. Sea lo que sea, parecía ser algo malo, algo de lo que tenía que salvar a su Lord a toda costa para que no acabase como el tonto de su medio hermano.

¿Y si Rin le había hecho algo para cambiarlo? ¿Y si lo había hechizado? Después de todo había crecido con una sacerdotisa, ¿las sacerdotisas no eran expertas en hechizos y magia? ¡Seguramente todo era un truco! ¡Uno para mantener controlado al Señor del Oeste! Jaken abrió los ojos de par en par, casi haciéndolos saltar de sus cuencas. ¡Tenía que rescatar a su amo antes de que fuera demasiado tarde!

—¡Lord Sesshomaru, yo lo salvaré! —gritó el pequeño youkai, dando un salto en la montura de Ah-Un y apretando el báculo con decisión—. ¡Muévete, Ah-Un, el amo puede estar en peligro! ¡Vuela más bajo para captar su olor, tenemos que apurarnos!

...

—¡Ah! Fue más difícil de lo que pensé —se quejó Rin cuando al fin habían terminado con la estola y ésta guindaba de una rama para secarse. La muchacha se dejó caer dramáticamente en el agua, simulando que se desmayaba. Los brazos le dolían terriblemente, y aún estaba envuelta por esa peste. Aquel había sido un castigo muy injusto, ¡como si tuviera la culpa de que esa cosa gigante explotara! Se quedó quieta un rato, olvidándose completamente de su acompañante y su comportamiento tan peculiar. Si le decía a alguien que había estado en unas aguas termales con el mismísimo Lord del Oeste lavando ropa, le cortarían la cabeza por demente. ¿Y quién podría culparlos? ¡Esto es ridículo!

—Aún no has terminado, Rin —le dijo el demonio cuando se disponía a recostarse sobre una roca para descansar. Había anochecido y lo que más le apetecía era acostarse a dormir. Ese día ya había sido bastante raro.

—Un momento, mi señor, no puedo moverme.

—Lo harás igualmente.

—Tienen razón al decir que usted es muy cruel... —suspiró.

El youkai se paró a su lado, alzando la cara con esa altanería que tanto lo caracterizaba. ¡Y tenía que lavarle el cabello! Creo que ya no me gusta que lo tenga tan largo... Mañana no podré mover los brazos.

Justo cuando iba a indicarle que se colocase a su altura, un grito muy agudo resonó por las paredes rocosas de las termas captando la atención de la pareja.

Jaken había salido de entre los matorrales y los miraba con sus enormes ojos amarillos desorbitados, señalándolos con un huesudo dedo mientras su mandíbula inferior se abría hasta casi tocar el suelo. Rin frunció el ceño hacia él con extrañeza, preguntándose por qué su amiguito verde tenía esa cara de espanto tan pronunciada. Entonces cayó en cuenta de que estaba en unas termas con el señor Sesshomaru, y él estaba desnudo de la cintura para arriba. Antes de que pudiera decirle que aquello no era lo que parecía, una inmensa roca le dio de lleno en la cabeza haciéndolo caer hacia atrás, noqueándolo al instante. El Daiyoukai no hizo ningún comentario al respecto y, con mucha dignidad, le dio la espalda a Rin:

—Procede.

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