11. Culpa de las hormonas

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Sesshomaru la estaba pasando mal. Por primera vez en su larga vida, se podría decir que realmente estaba sufriendo. Inaudito, increíble, imposible. ¡El demonio más poderoso del país, sufriendo! Bueno, tener una compañera embarazada no era fácil para nadie, pero cuando hay sangre demoniaca de por medio, la cosa era mil veces peor. Más cambios de humor, más antojos, más dolores y más suplicio para todos los que tenían la desgracia de cruzarse con la futura madre.

—Esto es horrible —soltó un aterrado Jaken. Era la quinta vez en lo que iba del día que tenía que correr de Rin gracias a su extraño comportamiento, ¡la quinta! En apenas diez minutos la había hecho enojar, reír y de último logró sacarle un llanto desesperado que lo hizo salir corriendo gracias a la mirada asesina de su amo; todo por decirle que se había ensuciado el kimono con té. El hombrecillo verde suspiró con alivio al no escuchar más los sollozos de la humana y salió de su escondite. No quería volver a la cabaña que Rin aún compartía con esa vieja sacerdotisa, no se expondría de nuevo a esa estresante tortura.

Sesshomaru, por el otro lado, no era tan afortunado de poder escapar.

Aún permanecía en esa casita de madera, con su semblante completamente serio e inmutable que lograba esconder perfectamente su confusión. No sabía si aquel extraño estado afectaba a todas las hembras encinta por igual o solamente a las humanas, aunque saberlo de todas formas no le sería de mucha ayuda. ¿Quién diría que en una de sus regulares visitas Rin lo atraparía desprevenido con ese cambio tan fuerte? Él muy en su interior era un buen hombre, honorable y responsable, por lo que siempre estaría cerca de su mujer por si algo sucedía sin importar las obligaciones que tuviera. Pero tener que pasar por eso ya era demasiado.

—Señor Sesshomaru, ¿quiere un poco más de té? —le preguntó ella soñadoramente, alzando la tetera de barro entre sus manos—. Oh, no ¡qué tonta soy! Ya está frío, soy una inútil, no puedo mantener ni siquiera el té caliente, ¿cómo podré cuidar un hijo si no puedo mantener bien las bebidas? ¡Seré una pésima madre! —comenzó a llorar de nuevo bajo la mirada estupefacta —y bien disimulada— del demonio. Pero él prefería no decir nada, ya había visto cómo le había ido a Jaken al intentarlo, así que sabía de antemano que abrir la boca no podría traer nada bueno.

Tan pronto como comenzó a llorar, comenzó a reír por lo bajo mientras preparaba otra tetera con té de jazmín, el que más le gustaba a ella, por lo que el hombre pudo relajarse un momento. Rin comenzó a parlotear alegremente sobre algunas personas de la aldea a las cuales él no conocía, alegando que aún recibía felicitaciones por su estado de embarazo. Sesshomaru gruñó sin que ella se enterara. No veía la hora del nacimiento del cachorro para llevárselos a él y a Rin a su hogar, una aldea humana no era lugar para el hijo y la mujer del Lord del Oeste.

Sin que el hombre pudiera preverlo, Rin emprendió un nuevo llanto.

—¡Parezco una vaca! ¡Me veo como la vaca del anciano Totosai, sólo me falta tener otro ojo y poder volar! ¡Estoy horrible! ¡No me extrañaría que mi señor Sesshomaru se fuera y no quisiera saber nada más de mí!

—Rin...

—¿Planea abandonarme, verdad? ¡Usted me metió en esto y encima se marchará! ¡Es un ser despiadado, señor Sesshomaru! ¡Y dice que me veo como una vaca!

¿Qué diablos...?

—No te he dicho...

—¡Miente, miente, miente! ¡Usted nunca es sincero conmigo! —lloró con más fuerza, tapándose la cara con las manos con desesperación. Sesshomaru no tenía ni la más remota idea de qué hacer, nunca había tenido que enfrentar algo así. Y para ser sincero, prefería combatir contra Naraku de nuevo en lugar de tener que lidiar con su hormonal mujer.

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