Melancolía

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Largó un suspiro antes de abrir la puerta. El lugar estaba sumido en un silencio avasallador que lograba ponerla excesivamente incomoda. Jamás estuvo demasiado acostumbrada a ese tipo de ambientes y siempre era la primera en romper el hielo cuando se trataba de conversaciones.

Pero con Hyakkimaru Daigo no tenia una idea clara de como hacer las cosas, mucho menos cuando le veía tan absorto en su propio mundillo de preocupaciones personales.

"Trata de hablar con él, hazle plática para que se sienta más a gusto contigo".

Recordó las palabras de Jukai y lo que hablaron durante la noche anterior en casa. Le quedaba claro la parte de empatizar, sacar conversación, ayudarle un poquito a sanar mentalmente; pero decirlo era muchísimo más fácil que hacerlo, sobre todo porque Hyakkimaru seguía negándose a la idea de rehabilitarse.

Lo comprobó en el momento en que quiso colocarle un par de electrodos en la pierna izquierda y él se opuso.

Suspiró.

—Oye, en verdad no quiero obligarte a que cooperes —expresó, con cansancio, mirando fijamente el rostro serio de su paciente—. ¿Tengo que hablarle a un sujeto enorme de dos metros para que te sostenga?

—Tendrías que conseguirlo primero —Dororo entrecerró los ojos.

La insolencia abundaba en el cuerpo del hijo de Nui y aunque quería cachetearlo por ser tan testarudo, su ética profesional se lo impedía. Necesitaba tener paciencia, respirar profundamente, contar hasta mil si era necesario y encontrar una forma adecuada para conseguir el propósito de ese día...

Ponerle los malditos electrodos para la terapia.

—De acuerdo, hablemos entonces —dejando la pequeña maquina sobre una mesita adelante, la joven tomó asiento en el borde de la cama y se acomodó el pelo.

Hasta ese momento fue cuando pudo percatarse de la breve mirada que le envió Hyakkimaru, una algo triste, hasta melancólica. Era como si de pronto se le hubieran venido varios recuerdos a la cabeza, pero por alguna extraña razón prefería dejarlos todos en un recóndito espacio de su mente, alejándolos de la realidad.

Muy raro todo.

—¿Empecemos de nuevo?, ¿qué te parece? —cuestionó la hija adoptiva de Jukai, pero contrario a sus deseos, solo recibió el mismo silencio de siempre—. Entonces está decidido, mi nombre es Dororo Kobayashi, tengo veinticuatro años, soy fisioterapeuta, me gustan mucho los postres...

—Yo no...

—Y perdí a mis padres hace años en un accidente de coche —no permitió que el hombre a su lado le interrumpiera, quizás estaba siendo un poco grosera, pero Jukai siempre decía que, si quieres obtener algo valioso, debes ofrecer algo de igual magnitud a cambio—. Cuando mis padres murieron fui a dar a un orfanato como por tres años y medio, hasta que Jukai me encontró y me adoptó.

—¿Orfanato? —se sintió levemente victoriosa, al percatarse de un vestigio de interés brillando en los ojos marrón del hijo mayor de Nui—. Por eso dijiste lo del palacio.

—¿Cuál palacio?

—Que no todos tienen la suerte de vivir en un palacio —Dororo recordó entonces lo que le había dicho el día anterior, cuando prácticamente lo obligó a que se dejara examinar. Una leve risa se le escapó ante el recuerdo, antes de que retomara su postura relajada de siempre—. ¿Qué es tan gracioso?

—Nada, es solo que me había olvidado de eso —contestó—. Pero lo sostengo, es cierto cuando te digo que eres muy afortunado por vivir en esta casa y aun mas por tener a una persona como tu mamá que tanto se preocupa por ti, así que valórala.

Flor de BálsamoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora