Más allá de las murallas [Eremin]

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Más allá de las murallas está el mar
y más allá del mar está la libertad

Eren caminaba por delante, aunque no por mucho. Tal como cuando eran niños. Al igual que en sus años como soldados, miraba sobre su hombro cada tanto para asegurarse de que Armin lo siguiera de cerca; y de la misma forma, agarraba su mano cuando sabía que comenzaba a cansarse o vacilar.

Aún hay mucho que Armin no comprende y sabe que debería sentirse molesto con Eren, pero lo cierto es que tener la oportunidad de volver a caminar juntos lo llena de una felicidad que ya había creído muerta. No podría romper la fragilidad de la escena. Así fuera una ilusión y despertara para descubrir que Eren ya no estaba, quería alargarla lo máximo posible y mantenerla firme en sus recuerdos.

Sin embargo, no puede evitar que su cabeza se llene de pensamientos intrusivos, los mismos que llevan meses e incluso años rondándolo como fantasmas en pena.

¿Por qué, Eren? ¿Por qué te vas solo, sin dar explicación? ¿Por qué nos dejas a la deriva? Eren, ¿no querías ir conmigo a conocer el mundo? Sé qué hay un mundo que aún no descubrimos más allá de lo que vemos. Sé que lo sabes. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué elegiste la destrucción? ¿Ya no vas a tenderme la mano cuando estoy abajo? ¿Serías capaz de, en lugar de eso, aplastarme con tus pies?

—... Así fue que Ymir luchó contra su esclavitud para obtener la libertad —Eren sigue con su disertación y Armin se había distraído.

—¿Puedes repetir esa parte?

Eren suspira, girándose para hacerle frente. La resignada fatiga acumulada en sus ojos verdes no calza con su aspecto de niño. Aunque ya ninguno de los dos era un niño, Eren puede usar el poder del titán fundador para llevar a sus cuerpos a cualquier edad y ubicarse en cualquier ambiente. Pero no puede hacer que vuelvan a la niñez y la inocencia, borrando todo lo que habían vivido y aprendido.

¿Por qué Eren escogió mostrarse como un niño cuando lo llamó a Los Caminos? Armin se había topado de lleno con el cielo en todas direcciones y a Eren en medio, exultante, extendiendo sus brazos como si deseara convertirse en ave para surcarlo.

—Este es el paisaje —exclamaba con voz triunfal—. Esto es la libertad, ¿no es así, Armin?

Ciertamente, un cielo ilimitado, despejado y por el que circulaba un viento fresco se sentía como la imagen ideal de la libertad. Sin murallas, sin conflictos, sin personas. La libertad cruda, la libertad imposible que solo se puede soñar y vivir de forma fugaz.

Antes de que Armin atinara a decir algo, el paisaje idílico desapareció y ambos se encontraron en Shiganshina. A Eren no le quedaba rastro de su emoción previa, como si hubiera sido arrastrado del cielo al infierno en un parpadeo, atrapado por el peso de la realidad. Como si hubiera llegado exactamente a la conclusión que llegó Armin o hubiera leído sus pensamientos. Ahí fue cuando empezó su explicación desde el principio: la fundadora Ymir.

Eren no podía ignorar la realidad misma que lo empujaba a querer vivir una fantasía imposible, pese a que eso significara ser detestable. Se retrotrajo a su infancia buscando cobijo temporal en la inocencia, el egoísmo infantil y la falta de responsabilidad. Le resultaba más fácil lidiar con la realidad escapando de ella.

No es demasiado diferente a lo que la Legión estuvo haciendo por años para mantenerse luchando. Soportaban la cruda experiencia, el terror y las bajas pensando en ideales y sueños. Fantaseaban sobre lo que harían una vez que atravesaran el infierno, o de lo que habrían hecho en su ausencia. Querían creer que sus vidas significarían algo especial, o al menos parte de algo especial. Y cuando sabían que había llegado su hora o cuando cometían errores en momentos críticos, muchos buscaban un último placer, un consuelo frente a las fauces del fracaso. Así fuera uno imaginario.

Plumas caídasWhere stories live. Discover now