Theo.

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Miraba su reloj de mano, el carruaje llevaba al menos media hora sin moverse y él comenzaba a desesperarse, sacó la cabeza para encontrar a los sirvientes tratando de arreglar la rueda en medio del camino y preguntó:

—¿Aún falta mucho, caballeros?

Uno de los sirvientes alzó la cabeza y le regaló una sonrisa forzada.

—Casi terminamos, milord.

—Les dije que yo podría ayudar —aseguró.

—No, sir Phillip —se apresuró el sirviente a responder—. Nosotros debemos encargarnos...además, casi llegamos a su destino.

Phillip asintió con una ligera sonrisa tímida en el rostro. Volvió a acomodarse en su asiento, cruzó los dedos de sus manos sobre su regazo y cerró los ojos. Esperando poder quedarse dormido y al cabo de unos minutos, terminó por lograrlo.

Había sido casi imposible para él conciliar el sueño. Se negaba a viajar a Londres para darle la noticia a la familia Featherington de su reciente viudez. No quería hacerlo, pero tenía qué. Además, esa familia era lo único que le quedaba a su difunta esposa.

Su matrimonio había durado un año, los niños eran pequeños y nunca conocerían a su madre, ya que habría dado su último aliento durante el parto. Dejando a Phillip con dos hijos, dos hijos de su hermano George, oficialmente sus sobrinos, aunque para la sociedad, esos dos niños huérfanos eran sus hijos.





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Eloise parecía algo agitada, en sus adentros, suplicaba que la reina no se deshiciera del negocio de ese chico y su padre. No solo porque eran los únicos en tener información certera sobre el paradero de Lady Whistledown, sino que le había parecido un buen ser humano y consideraba desafortunado si le quitasen su fuente para ganarse la vida.

—¿Por qué no avanzamos? —preguntó Eloise cuando se acabó su pensamiento.

—Hay un carruaje dañado al frente, señorita —respondió su acompañante.

Eloise miró por la ventana, efectivamente, había un carruaje siendo arreglado por los sirvientes a unos metros de ellas.

—No parecen de aquí —susurró Eloise.

—¿Por qué lo dice, señorita? —preguntó la joven acompañante.

—Nadie en Londres permitiría que los sirvientes llevasen uniformes tan viejos —respondió.

Y justo en ese momento, el carruaje comenzó a avanzar de nuevo.

Eloise pudo ver a su tripulante.

Era un chico, no, más bien, un hombre.

—¿Lo conoce? —preguntó su acompañante, que también había mirado por la ventana.

—No —respondió Eloise.





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Theo había explicado todo lo que sabía, el mensajero, el trabajo que tenía que hacer cada mañana y cómo es que nunca tuvo intenciones, ni él ni su padre, de conocer a esa tal Lady Whistledown.

—Es trabajo, oficial —exclamó Theo—. Mi padre está enfermo y necesitamos el dinero, no tenemos interés en esa tal lady no sé...

—Se lo ruego —dijo el padre de Theo, con voz áspera y cansada—, hemos dicho todo, además, desde hace un año que no hacemos un solo encargo para esa mujer.

(RDT) BRIDGERTON || ELOISE & PHILLIP || PHILOISE || CARTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora