7

199 33 2
                                    

— ¿Por qué no? –una sonrisa curvó las comisuras de la bien delineada boca de Perth.

– Cuando tenía dieciocho años hice una lista de lo que quería exactamente de un varón – Saint suspiró–. Vi a mis hermanos tener relaciones con varones inapropiados y sufrir por ello, y juré que eso nunca me ocurriría a mí.

– ¿Qué hay en la lista? –preguntó Perth, confiado–. Me encantan los retos.

– ¿Sabes cocinar? –Saint escrutó su rostro y, al ver la expresión de sorpresa que arrugaba su frente, suspiró–. Yo no sé cocinar, así que decidí que necesitaba un varón que supiera hacerlo.

– Puedo proporcionar un chef –apuntó Perth con toda seriedad–. Y, obviamente, sé meter cosas en el microondas, pero suelo comer fuera cuando trabajo.

– Nunca encajarías en la lista, Perth. Imposible. No eres modesto, ni romántico ni afectuoso.

– Tampoco estoy pidiéndote que te cases conmigo –arguyó Perth con apabullante franqueza–. Y, por lo que dices, hiciste la lista como prueba de aptitud para un posible compañero para toda la vida.

Saint ladeó la cabeza, nunca había considerado ese punto de vista.

– Tienes razón. No tienes por qué ser Don Perfecto.

– Elígeme para pasarlo bien, dentro y fuera de la cama –propuso Perth, seductor.

– No, sin duda no eres modesto – comentó Saint con una risita, escrutando su rostro y maravillándose de que esa combinación de facciones pudiera excitarla tanto– Los modestos siempre pierden las batallas en las salas de juntas –le confió Perth con seguridad, acercándose más a ella–. Y probablemente mientan sobre cómo funcionan en la cama.

– ¿Y cómo sé yo que tú no estás mintiendo? –preguntó Saint con voz entrecortada. Estaba tan cerca de él que el aroma cítrico de su colonia le cosquilleaba la nariz, recordándole la sensación de estar en sus brazos, asaltado por su boca. Le dio un vuelco el estómago.

– Pretendo demostrártelo –enredó una mano bronceada en su melena, lo atrajo y capturó su boca.

Para Saint fue como morir y volver a renacer con un estallido de fuegos artificiales. La consciencia de su cuerpo se disparó del cero al máximo en segundos, reaccionando al calor que él generaba.

– Juntos ardemos –dijo Perth, escrutando su rostro arrebolado con sus abrasadores ojos negros.

Deslizo su mano hasta el botón de su short y empezó a abrirlo. A Saint lo paralizó la amenaza de estar desnudo a plena luz del día. De repente, deseó poder apagar las luces, estar en una cama que le permitiera esconderse bajo la sábana.

– ¿Qué es lo que va mal? –preguntó Perth.

– ¡Nada va mal! –negó el doncel, intentando controlar sus nervios. Se dijo que era necesario librarse de ciertas prendas, eso era inevitable. Miro fijamente a Perth, y se sacó el short y el polo con un movimiento sensual, o bueno esa era la intención aunque por la mirada que Perth le dirigía lo estaba haciendo perfectamente. Eso era mucho mejor que la alternativa de quedarse allí sentado como un muñeco para que él lo desvistiera; así tenía la sensación de mantener cierto control.

Saint lo miró tratando de no pensar en que solo estaba cubierto por un polo y un calzoncillo Calvin Klein.

– Es hora de que te quites la camisa – le dijo el castaño.

Los ojos del varón brillaron divertidos mientras se desabrochaba la camisa y se libraba de ella. Cuando se estiró, la tabla de lavar de su abdomen, lo dejó sin aliento. Tenía un cuerpo perfecto, y los músculos ondulaban bajo su piel bronceada con cada movimiento. Se le secó la boca cuando Perth bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó con un movimiento fluido, revelando unos calzoncillos negros que se ajustaban a sus caderas. Vio, habría sido imposible no verlo, el bulto de su erección bajo los calzoncillos, y algo se tensó en su interior, obligándolo a desviar la vista con aprensión. Se preguntaba si la primera vez sería doloroso, era lo bastante realista para suponer que sentiría al menos cierta incomodidad, pero no había forma de evitar ese rito de iniciación. Por supuesto, podría decirle que era virgen, pero temía que Perth pensara que era una especie de rareza por seguir intacto a su edad, y esa idea le molestaba.

S.D.P.Where stories live. Discover now