Capítulo 1

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Esta vez vengo con una adaptación, y con mucha ilusión, pues tengo varias historias comenzadas y en mente, que no publicaré hasta que no estén casi terminadas. En este caso con una adaptación Marina. Espero que os guste, y nuevamente, todos los créditos y derechos a su autora Karin Kallmaker.

*** 

Una tormenta de invierno anunciaba nieve para el día de Acción de Gracias. A Maya, la idea de dar las gracias le resultaba irónica. Tenía poco de lo que sentirse agradecida. Una nueva ráfaga de viento sacudió los cristales de las ventanas del tejado a dos aguas del desván, y Ford, con un gemido, apoyó todo su peso contra la parte posterior de las piernas de Leah. 

 —Ya lo sé, muchacho —dijo con aire ausente. 

 Le dio unas palmadas sobre el pelaje espeso y blanco. De algún modo, Ford siempre sabía cuando empezaban a escasear las provisiones. Si Maya no iba al pueblo y volvía antes de la tormenta, iban a tener que comer judías en lata el día de Acción de Gracias y varios días más. A la rubia le apetecía quedarse incomunicada por la nieve. Si la Madre Naturaleza la apartaba del mundo durante unos cuantos días, el aislamiento no habría sido por propia elección. Era su segunda Acción de Gracias sin Sharla. Se preguntó cuándo dejaría de contar. 

 —Vamos, muchacho —dijo. Se puso la parka a cuadros y las botas de nieve. Cuanto antes saliera, menos posibilidades tenía de que a la vuelta se viera obligada a poner las cadenas. 

 Ford no necesitó que le insistieran. Salió de la casa adelantándose a Maya y, cuando la puerta de la camioneta se abrió, introdujo de un salto sus cuarenta y dos kilos de husky de Alaska y se sentó en el asiento del acompañante. Cuando Maya cerró la puerta tras él, Ford ladró una vez.

 —Vale, vale, ya me doy prisa. 

 La ida al pueblo no fue difícil: la camioneta era lo suficientemente pesada para resistir un poco de viento. Pero cuando salió del mercado, caían pequeñas ráfagas de nieve. Puso rápidamente las bolsas de papel en el suelo, debajo de Ford, que jadeó y se relamió. 

 —Como se te ocurra mordisquear ese pavo, no verás ni un solo muslo. 

Maya no sabía por qué había comprado el pavo; lo único que se le ocurría era que estaba a muy buen precio. Conservaba esa especie de tacañería en las pequeñas cosas, propia de su educación religiosa, independientemente del estado de su cuenta corriente. En el fondo de su mente, tenía pensado poner la mesa con una silla vacía para Sharla. A lo mejor el espíritu de ésta la visitaba y al fin la dejaba sentirse entera otra vez, en lugar de seguir vagando como un fantasma, como si fuera ella laque se hubiera ahogado. 

 Se detuvo rápidamente en la oficina de correos. Había dos cartas y un paquete que recogió en la ventanilla. Una carta era de su madre. Maya no sabía si leerla. La otra era de Andy y Vic, amigas insistentes que seguían escribiendo a pesar de que Maya no contestaba. La dirección del remitente en el paquete hizo que Maya contuviera el aliento. Se frotó los ojos con la manga de la parka. ¿Por qué no había cancelado los pedidos a la tienda de artículos de arte? Cada vez que llegaba una de esas cajas, era como si le clavaran un puñal en el pecho. 

Las ráfagas arreciaban cada vez más. Tuvo que inclinarse ante el viento para que la nieve no le azotara la cara mientras regresaba a la camioneta. ¿Por qué todo le costaba tanto? Golpeó el volante con los puños. El estallido de rabia se desvaneció con la misma rapidez que había aparecido, y Maya cerró los ojos con un cansancio indescriptible. Ford gimió y le mordisqueó la manga de la parka. Ella lo apartó e intentó calmarse. La nieve caía con una absurda y constante firmeza... no tenía tiempo de darse el lujo de sufrir.

***

Carina se inclinó hacia delante y miró con ansiedad por el parabrisas. Puso las luces largas, pero el reflejo en la cortina de lluvia y aguanieve deslumbró aún más sus ojos ya cansados. Con todo, no podía ver más allá de la distancia que ocuparía otro coche; quizá dos. Con una mueca, volvió a poner las cortas y rezó para que las rayas de la carretera siguieran visibles a pesar de la lluvia que inundaba el asfalto. El cruce que conducía a Bishop apareció en medio de la oscuridad y Carina giró lentamente a la izquierda. Redujo la velocidad del MG al tomar una curva y después la carretera se convirtió en lo que parecía una subida donde la lluvia empezaba a helarse. Siguiente parada: mil ochocientos metros de altura.

Pintando la luna //MARINA AU (Adaptación)Where stories live. Discover now