Viajera, como yo

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Cuando Cris despertó sintió como si la hubieran introducido en una licuadora a máxima potencia. Tosió y llevó su mano a la cabeza, mareada, aturdida y con un fuerte dolor en el estómago que la estremeció. Le dio paso a la inconsciencia con la esperanza de que su malestar desapareciera.

Despertó más tarde, la cabeza le punzaba como si estuvieran aguijoneándole el cráneo. Se sentó con mucho esfuerzo, tocó sus costados y estiró sus piernas, despacio, para comprobar de que no hubiera sufrido una fractura. Luego se percató que su calzado, aretes, y ropa habían desaparecido.

Miró a su alrededor, la maleza era copiosa y densa. Intentó levantarse, al no poder sostenerse tuvo que volver a sentarse, recostó su cabeza sobre la corteza de un árbol y reflexionó en lo que había ocurrido. Luis Emilio le aseguró de que era un viajero en el tiempo; le mostró algunos artículos como evidencia, entre ellos el reloj de arena.

Recordó que puso una fecha al azar, 1492, el año en que Colón llegaba a la isla. Después todo a su alrededor empezó a cambiar. Cerró los ojos al experimentar temblores musculares, juró que iba a desmayarse.

Llegó a sus oídos el canto de cotorras que se mezclaron con otros sonidos que no pudo identificar; el pánico que la envolvió fue abrumador. No supo cuánto duró sentada, esperaba que, de una forma u otra, todo volviera a la normalidad. Pensó que perdería la razón si reconocía que había viajado más de quinientos años en el tiempo.

Supo que era más del mediodía por el estirón que sintió en el estómago. Observó las copas de los árboles entrelazados que no permitían que los rayos del sol tocaran la tierra. La dureza del suelo estaba moliendo sus glúteos, le costó respirar debido a una opresión en su pecho. Hizo un esfuerzo para normalizar su respiración. Tenía que moverse, salir de ese sitio; por eso se levantó a explorar.

Todo le parecía lo mismo, ¡árboles!, ¡maleza!, ¡arbustos!...

El entorno la exasperó y abrumó por igual. Todo era un monte tupido y nada más, pero luego empezó a sentir la grandeza del lugar. Dio un traspié con una piedra suelta y por poco pierde el equilibrio.

Se enderezó y respiró un par de veces, y se preguntó cómo saldría de allí. Chilló al sentir piedras filosas y espinas que lastimaban sus pies, lo que provocó que no se alejara mucho. Cris se obligó a ser razonable, sabía que podía regresar, la cuestión era, ¿cómo? No podía darse el lujo de enloquecer, aunque no faltaba mucho para que eso ocurriera.

Algo brillante, no muy lejos llamó su atención, anduvo con cuidado, no deseaba encontrarse con un gusano de monte, o extraerse otra espina. Levantó el objeto, lo que resultó ser la mitad del reloj de arena donde se encontraba la brújula.

¡Crismaylin, puedes oírme!

Cris miró a su alrededor, era la voz del tío Luis Emilio.

No es seguro que estés allí.

—¿Cómo regreso? —protestó con un hilo de voz.

No pierdas el reloj; es la única forma de volver. Recuerda que debes colocar la fecha actual.

Se le agarrotaron los músculos al percatarse de que faltaba la otra parte.

—¡Ay, Dios mío! —susurró llena de pánico.

La comprensión de que estaba atrapada quinientos treinta años de su época fluyó como ácido por sus venas. Volvió a sentirse mareada, las palabras de Luis Emilio daban vueltas y más vueltas en su cabeza.

Aunque le costaba asimilar su situación, debía localizar la otra parte antes de que la noche la arropara. Despejó la maleza que había en el suelo con la ayuda de un palo. Cris sufría de ofidiofobia, de solo pensar en encontrarse con uno de esos reptiles le ponían la piel de gallina.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora