Los reescribas

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—¿Qué le pasó en el cuello? —inquirió el Behique mientras terminaba de colocarle a Turey una cataplasma que obtuvo al machacar hojas en un mortero a la que añadió un poco de agua caliente.

Los hombros de Cris se tensaron. La pregunta la incomodó y no pudo evitar tocarse la quemadura, de inmediato al recodar su viacrucis.

—No quiero hablar de eso —dijo en respuesta.

—Solo quería ser amable—respondió, encogiéndose de hombros.

—Déjese de rodeos, ¿quién es usted y qué hace aquí?

La viajera tocó la piel del taíno, estaba húmeda. La sangre de una de sus heridas resbalaba en zigzag por su pecho. Murmuró algo, pero su voz sonaba lejana. Acarició su rostro, le brindó una leve sonrisa cargada de pena y compasión. Se dedicaron a curarlo y darle un té que le calmara la fiebre y el dolor. No fue fácil, pero al final pudieron lograrlo. Cuando estuvieron seguros de que Turey descansaba, Cris le clavó la mirada al Behique para que le respondiera su pregunta.

—Mi nombre es Alejandro Montero, nací en Santiago de los Caballeros. Segundo de cuatro hermanos, estudié artes dramáticas, el orgullo de mis padres si percibe mi sarcasmo.

Crismaylin torció los labios en una sonrisa cínica.

—Sé que no le interesa mis orígenes; aun así, lo considero necesario.

—Sufro de déficit de atención—mintió.

—Bueno, para saber el final se debe comenzar por el principio. Desde pequeño fui muy expresivo, amo el arte con todo mi corazón. La elección de mi carrera fue una verdadera vergüenza, incluso, me tacharon de homosexual. Tal vez si hubiera estudiado algo más rentable, los rumores habrían desaparecido. Sin embargo, en el arte encontré la paz sin que me importará un carajo, lo económico.

—¿Cómo llegó aquí?

—A eso voy—prosiguió y se rascó el muslo—. Conocí los aplausos, unos que se multiplicaron con el tiempo, mis ahorros no. Mis padres me negaron su ayuda y pasé dificultades. A veces, el amor por algo no es suficiente. Tomé el consejo de mi primo Simón de mudarme a la capital y buscar un trabajo "decente". Llegué con el corazón roto y con menos dinero que un mendigo.

Cris sacudió la cabeza, se puso de pie, estirando las piernas. Dejó escapar un sonido parecido a un suspiro.

—La sociedad nos engañan al pregonar "estudia lo que te guste" —admitió el behique contemplando un punto infinito en la lejanía, abstraído—. Al final es cierto que uno no es lo que quiere, sino lo que puede ser.

Cris le sostuvo la mirada durante un segundo, con el entrecejo arrugado.

—No sea payaso.

El Behique le sonrió mientras acariciaba con gentileza su barbilla.

—La vida muchas veces se resumen en una canción, pero bueno, Dios se recordó de mí, encontré un trabajo, era vendedor de artesanía por el Conde. Una noche un Pipero me persiguió intentando que le comprara un tarro con pictografías taíno.

—¿Una vasija?

—Ese día no vendí nada y tenía que pagar ese día el alquiler con cuatro meses de atraso. Su insistencia me sacó de quicio hasta que me dijo que si lo compraba viajaría en el tiempo. Comprenderás que no le creí.

Cris asintió con la cabeza, lo mismo hizo con su tío Luis Emilio.

—Supuse que quería comprar drogas.

—Así que ayudó a un drogadicto a obtener su dosis —le cuestionó—. Dios tuvo que estar orgulloso de usted.

Alejandro les restó importancia a sus palabras con un movimiento de la mano.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora