Capítulo 1. Huraño.

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Esto debe ser una broma. Fijo.

"Pero mamá... Me da cosa salir así..." sin darme cuenta, ya estoy haciendo pucheros. Es reflejo, forma parte del mecanismo de supervivencia del hijo pequeño. Y creo que ella lo nota.

"Yibo, cariño. Son las cinco de la tarde y no hay forma humana de llegar allí. Llevo 30 minutos en el coche y lo máximo que he recorrido han sido 100 metros. No exagero. Este atasco va para largo y me estoy poniendo de mal humor. Encima me estoy quedando sin tabaco," escucho las bocinas de los coches a través de los auriculares mientras ella suspira. "Así que hazme el favor y ven a casa andando, así puedo salir de aquí."

"Pero..." quiero insistir. En vano. Ella ya me ha interrumpido.

"¡Por cierto! ¿Podrías ir al supermercado y comprarme algo de nata montada? No compres la light, que está muy sosa," otra bocina armoniza de fondo. "¡Que sí que sí, deja de pitarme! Bueno, te dejo eh. ¡Nos vemos en casa!" Canturre, e inmediatamente cuelga.

Bueno.

Es que, a ver. No sé ni por qué me sorprende.

Por norma general, las cosas más random me tienen que pasar a mí. Es una ley universalmente conocida.

Y si soy una persona tímida a la que no le gusta atraer la atención, por norma general, el universo se encargará de meterme en situaciones que requieran que el entorno me observe. Mucho.

Situaciones de tierra trágame. Al menos para mí. 

Como ahora, que tengo que pasearme por las calles de la ciudad con unos globos en forma de 6 y en forma de 0 en mis manos. Flotando a mi alrededor de forma absurda.

Sesenta años.

Es el cumpleaños de mi padre. No el mío, eso que conste.

"Joder, si es que tendría que haber encargado el helio por Amazon... Lo que no me pase a mí..."

Naturalmente, no estoy loco.

Me hablo a mí mismo porque en estas situaciones soy mi único apoyo emocional. Aunque mis mensajes no acostumbran a ser muy positivos.

Bueno, la pandemia aún jugará a mi favor y la mascarilla cubrirá mi identidad. Espero no encontrarme a nadie de la facultad...

"Adiós," me despido del propietario de la tienda de globos. Este me hace una seña con la mano mientras prepara la comanda de otro cliente.

Allá vamos.

Hacer pasar los globos por una puerta tan estrecha es todo un reto. Decido que es inteligente, o, mejor dicho, prudente, atarme los hilos en la muñeca. Así al menos no los perderé, viendo como están teniendo lugar las cosas... No sería del todo raro.

No sé si es mi propia imaginación, pero estoy convencido de que la gente me está mirando más rato de lo normal. Odio no traer las gafas de sol puestas.

Mirada al frente y sigo andando.

El supermercado está justo al otro lado de la calle. Quiero atreverme a cruzar, pero a último momento decido que me conviene esperar los minutos que sean necesarios a que el semáforo se ponga en verde. Aun si tengo que hacer un recorrido innecesariamente largo.

Para el colmo, tan pronto como cruzo la puerta, suena la campanilla de mierda de:

¡EH! QUE HAY OTRO CLIENTE Y VOY A HACER UN RUIDO DE LA HOSTIA PARA LEVANTAR INCLUSO A LOS MUERTOS.

Es que no es normal. Este mundo está sobreestimulado. ¿Dónde ha quedado el efecto sorpresa?

Tanta notificación de mierda...

Perdiendo los estribosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora