Capítulo 18. Wacan.

531 91 53
                                    

Vergüenza ajena.

Y la expresión se queda corta con lo que estoy sintiendo ahora mismo. Si es que... Menuda manera de reaccionar yo también. Hay formas y formas.

Al parecer, yo escogí ser un crío.

Es como si un elefante se hubiera sentado encima de mi pecho. No puedo ni respirar. Cada vez que pienso en ello necesito que la tierra me trague, que mis padres me borren del registro civil y que todo el mundo se olvide de mi existencia.

De alguna forma tengo que pedir disculpas por la forma en la que salí corriendo del café, eso ya lo sé. Después de una semana sin hablar, es lo mínimo que puedo hacer.

Es que salgo de un lío para meterme en otro.

Pero este lío es, desde luego, uno de los peores. ¿Cómo trato estas emociones? ¿Existe algún tipo de medicación que pueda tomar o rehabilitación que pueda hacer para deshacerme de este sentimiento?

Si no me va a llevar a ningún lado.

Es como aspirar a ser astronauta y que no te guste la física. Un sueño imposible. ¿No hay alguna forma de frenar esto? Siento que hay dos seres en mí.

Papá y mamá notan este cambio, notan cómo apenas pruebo bocado, cómo estoy pensativo la mayor parte del tiempo, cómo me cuesta sonreír. Y aunque intentan animarme de la mejor manera que pueden, estoy demasiado ido.

En otras palabras, estoy jodido.

"Yibo, ahora que hace más buen tiempo, ¿quieres que hagamos una barbacoa en el jardín? Y así invitas a tus amigos," pregunta mi padre. Estamos en el sofá los dos, mirando una película del oeste. No sé ni de qué va.

"¿Cuándo?"

"Este sábado mismo. ¿Qué te parece?"

Suspiro con fuerza. Mi padre me observa atento y desliza un brazo por mis hombros.

"¿Yibo?" Su voz es dulce. "¿Estás bien?" Niego con la cabeza porque ahora mismo soy incapaz de vocalizar nada. Él termina de envolverme entre sus brazos y acaricia mi espalda. "Mi hijo se está haciendo mayor, ¿verdad? Ahora todo lo que encuentras son problemas de adultos."

"Sí," suelto con la voz ahogada.

Vaya, qué fácil que es llorar con tus padres... Las lágrimas salen sin permiso y pronto he manchado el hombro de su camiseta.

"¿Quieres hablarlo?" Pregunta una vez se ha separado para traerme pañuelos. Me sueno la nariz fuerte antes de hablar.

"En este momento es una mezcla de todo. Ni siquiera sé qué me pasa exactamente," él asiente mientras escucha atentamente. "Tengo esta necesidad constante de no depender de nadie y ser totalmente autosuficiente. Bueno... Esta parte de mí la conoces bastante bien," él acaricia mi cabeza mientras ríe cariñosamente. "Pero el ser así hace que sea difícil... aceptar que puedo necesitar a alguien. O que quiera estar con alguien. Me da miedo pensar en mí mismo con pareja porque... ¿Y si a pesar de todos mis esfuerzos no soy suficiente? Porque se me da mal expresarme, expresar mis emociones y el cariño que le tengo a las personas. Pero a la vez... No sé, tampoco quiero estar completamente solo. No puedo parar de darle vueltas a esto."

"Yibo, no es ningún secreto de que eres demasiado autoexigente."

"Ya lo sé, pero no puedo cambiar esto de un día para otro."

"No. Y en la mayoría de los casos, ser así de autoexigente te ha ayudado a cumplir muchos de tus objetivos. Y eso es admirable. No te estoy pidiendo que cambies eso," mi padre suelta un suspiro mientras se acomoda mejor en el sofá. "Solo creo que no está bien que uses esa autoexigencia en todos los ámbitos de la vida. Una relación no tiene por qué ser perfecta. ¿Sabes? Eres un ser imperfecto, y lo único que vas a atraer será imperfección. Por lo tanto, no idealices a nadie, ni te infravalores nunca."

Perdiendo los estribosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora