Capítulo 2

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Como si fuese una broma, al día siguiente el reloj despertador tampoco sonó. Arantza lo miró con rabia, con los ojos entrecerrados, lo desenchufó y lo tiró al cesto de basura que estaba cerca del baño. No volvería a comprar porquerías así. Ella quería depender menos del teléfono y por ello había decidido no usarlo de alarma, pero esto era el colmo. Tendría que usar el celular, ese nunca le había fallado. La porquería de reloj chino...

—Otra vez se cortó la luz —le llegó la voz de su madre de la cocina. Por el tono alto y medido, estaba hablando por teléfono o videollamada. Efectivamente, tras un momento de silencio la escuchó hablar de nuevo—. Ajá. Sí. Como tres veces durante la noche. Y luego a las siete.

El reloj chino tenía la alarma programada a las siete. Arantza se giró a mirarlo en el tacho de basura. Esa cosa sólo funcionaba estando enchufada, así se ahorraba tener que comprar pilas (en su momento había parecido una idea genial). ¡Y había sido un maldito corte de luz! ¡Con razón! Con cierta culpabilidad, lo sacó de la basura y le limpió el polvo con la manga del pijama. Tendría que poner su teléfono de todos modos con una alarma de respaldo, pero ahora veía que no era el reloj el que tenía la culpa.

Como esta vez iba con un poco más de tiempo que el día anterior, aunque casi fuese tarde, se vistió con más calma, se peinó incluso, eligió una camisa limpia y fue precavida al buscar un abrigo del armario. Esta vez nadie la iba a manchar de barro. No, señor.

Entró a la cocina cuando su madre colgaba la llamada, y Arantza la interrogó con un movimiento de cabeza mientras se buscaba galletitas de una lata y miraba a ver si había café hecho en la cafetera (no había).

—Era Carmen —le contestó su madre—. Quería saber por qué no le mandé el trabajo de traducción anoche. Estuve intentando, pero entre la luz que iba y venía, y lo que tarda en reiniciar el router...

—Pues a mí me ha jodido la alarma dos días seguidos —bufó Arantza—. Ayer llegué tarde por eso. Y encima se volvió a cortar cuando estaba en el ascensor y me quedé como por veinte minutos encerrada hasta que volvió la electricidad.

—Qué claustrofobia —comentó su madre arrugando la nariz.

—Vergüenza más bien. Iba con la camisa sucia de barro, como viste cuando llegué, pero recién sucia. Fresquita, el agua marrón. Y encima un inversor de la empresa se quedó atrapado conmigo en el ascensor.

—¡No! —exclamó su madre, soltando una risa.

—Lamentablemente sí. Un papelón.

Su madre volvió a reírse de su desgracia, y Arantza no pudo menos que esbozar una sonrisa. Bueno, sí, visto desde afuera era gracioso. Se metió una galletita a la boca, se despidió de su madre con un sonido inarticulado, y salió en dirección al trabajo. Su precaución de llevar abrigo fue redundante esta vez, porque ningún auto la salpicó de agua sucia.

En cuanto llegó a la empresa y marcó su entrada, la luz de todo el edificio se apagó de golpe. Estirando el cuello hacia la doble puerta de cristal, Arantza pudo corroborar que todos los negocios de enfrente también estaban a oscuras, excepto un par que debían tener generadores a gasolina.

—Es el colmo que "Martina's PetShop" tenga un generador, y este edificio no —dijo una voz irónica a su lado, y Arantza no tuvo que mirar para saber que era Lucas. Sonrió para sí misma, y luego sí giró la cabeza para observarlo. El inversor estaba parado con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo un fajo de papeles.

—Y eso que ya pasé el reclamo al encargado de eso —le aseguró Arantza—. Pero se llenan mucho la boca sobre lo perfecta que esta empresa, y luego pasan cosas así.

• CAFÉ •Where stories live. Discover now