Capítulo 10

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Recomendación musical para este capítulo: Re:vale - SILVER SKY:

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Capítulo 10

Mu terminó de subir las escaleras hasta su templo. Dio un último vistazo atrás y concluyó la ronda de vigilancia para entonces adentrarse a sus aposentos. Dejó la armadura en la entrada, se encaminó hacia la cocina, pero unos murmullos captaron su atención.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando reconoció las voces delicadas y agudas que, melodiosas, recitaban «om mani padme hum». Los pies lo llevaron a la habitación donde el canto sonaba con más intensidad. Se asomó por la puerta: Mie y Kiki estaban sentados frente a una estatua de Buda; incluso habían prendido incienso.

El santo de Aries apoyó la espalda en la pared, con los ojos cerrados. Movía la boca como si recitara el mantra, aunque las palabras no se escuchaban. No conseguía liberarse de la ansiedad que le provocaban los pensamientos. Se sentía estancado, con un dolor constante en el pecho y el deseo de romper piedras a cabezazos.

El canto que retumbaba en el pasillo le recordaba a su madre. Necesitaba que le dijera «Entonces abandoná el Santuario», como cada vez que se escapaba a verla. Él le respondería que no iba a hacerlo, que no podía fallarle a sus antepasados ni al resto de la humanidad, para luego regresar a entrenar y cumplir sus deberes de caballero dorado, hasta que el ciclo se repitiera. Pero en esas circunstancias, no lo iba a conseguir. Su madre seguramente se molestaría al enterarse de que había dejado de lado las tradiciones del Tíbet; ni siquiera le había enseñado a Kiki aquel mantra básico: no podía presentárselo así al resto de la familia.

Se alejó del cuarto de meditación, acariciando la pared con las yemas, cabizbajo. El único consuelo era que ese día no estaba obligado a ir con el Patriarca. «¿Cómo hizo para enseñarme todo lo que sabía?», se preguntó. Kiki apenas empezaba a leer y a entrenar la telequinesis. Mu le mostraba cómo arreglaba las armaduras y le contaba detalles de lo que hacían los herreros. Pero hasta ese momento no le había hablado de la sangre, el cosmos, los sentidos, mucho menos sobre el sacrificio que hacía el maestro junto a su persona amada y ni hablar del combate.

Sintió algo duro en la frente. Al levantar la mirada se encontró con su amigo de Tauro.

—Parece que el Tíbet vino al Santuario. Hacía mucho que no escuchaba ese mantra.

El primer guardián apretó los labios.

—¿Cómo fue la vigilancia? —preguntó Aldebarán.

—Bien —respondió Mu sin ánimos.

—Por tu cara, necesitás comer algo.

A pesar de no tener hambre, Mu no pudo escapar de su amigo y juntos prepararon el desayuno. Cuando estuvo todo listo se sumaron Kiki y Mie -aunque ella comió en su cuarto. Mientras masticaba desganado, el santo de Aries no le sacaba la mirada de encima a su pupilo. Sentía que le fallaba como maestro. Trataba de convencerse de que con el pasar del tiempo se le haría más fácil. ¿También debía entrenarlo como santo? Antes de la guerra en la que Shion fue parte no era necesario que los habitantes de Jamir supieran pelear. Tal vez Shaka se preocuparía si Kiki resultaba herido.

Mu soltó el tenedor de golpe y se frotó la cabeza.

—Maestro, ¿está bien?

Al ver la cara preocupada de su pupilo la culpa se acrecentó. Aun así se obligó a sonreír.

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