CAPÍTULO II

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Capítulo II: El viejo Carl Thompson.

     El pelirrojo manejaba la patrulla de policía, un vieja patrulla que antes le pertenecía y que habían decidido conservar para él en buen estado. Pasar por las calles del pueblo traían recuerdos buenos, pero ahora estos se tornaban grises al saber que sangre se derramaba por el pavimento.
     Al llegar a la comisaría, estacionó el vehículo y bajó para adentrarse a esta. Sus botas pesadas hacían un ruido que le hacía parecer un astronauta por lo grandes que eran. Su mirada dura estremeció a los nuevos oficiales que no conocía, y en algunos rostros causó admiración.
     —¡El viejo Carl Thompson!
     Fue recibido por su viejo amigo, el oficial Dante Olivera. Un oficial de raíces mexicanas que se había graduado como policía en El Paso hace más de tres décadas. Las canas eran más visibles, pero aún se mantenía en buena forma y seguía manteniendo una apariencia joven por su piel morena.
     —Amigo, me da gusto de por fin verte, ha pasado tiempo.
     —Bastante, cada vez que nos vemos estamos más viejos.
     —Hablen por ustedes.

     Se acercó un hombre más alto como de un metro noventa, rubio, de ojos verdes y labios pálidos. Era de complexión delgada, pero se veía fuerte.
     —Ryan, qué gusto de verte también después de mucho tiempo.
 

   —Igualmente, Carl. Es una lástima el tener que reunirnos con esta situación, me habría agradado más una comida en el jardín como en los viejos tiempos que vernos en un caso por un puto loco en el pueblo.
     —Estoy completamente de acuerdo.
     —Los veré en un segundo en la oficina de Ramírez, ahora vuelvo.
     Carl notó ese tono seco y malhumorado en sus palabras. Su rostro estaba tenso, sus músculos no parecían descansar correctamente, arrugando su rostro en formas horribles que lo hacía verse más grande de edad.
     —¿Por qué está así?
     — Todos estamos agotados, no es nada personal, Carl. Hemos tratado de atrapar a este "puto loco" desde hace tres años. Estamos agotados, asesina sin compasión, deja su obras en la cantera y se larga sin ser visto por nadie. Tratamos de encontrarlo y nada, nada en un pueblo tan pequeño como este.
     —Todos cometen errores en algún momento.
     —¿Sí? —lo miró con una mirada sarcástica, sonriendo como si fuera gracioso aquél pensamiento—. Pues esta rata asquerosa me hace pensar en lo contrario. Hubo una vez en la que pudimos seguirle el rastro, Ryan lo siguió y jura haberle disparado. Claro, no sirvió de nada porque pasó una ola de asesinatos más graves en la siguiente semana como una venganza o una advertencia para que no lo retáramos de nuevo.
     —¿Han restringido la zona y la han analizado?
     —Ya hicimos todo lo convencional, nada funciona ya. Incluso pedimos una orden para registrar todas las casas donde viven hombres, sobre todo la de los solteros y no encontramos nada. Cubrimos toda la zona, nada. Llegamos a pensar que vivía en las afueras y solo llegaba por carretera para cometer sus atrocidades, vigilamos el paso al pueblo, pero no encontramos a nadie sospechoso y los que entran y salen seguido son por cuestiones de trabajo.
     —¿Cuál es el rango de edad estimado del sospechoso?
     —Por la fuerza, la altura que dijo haber visto Ryan y por lo que ha hecho, calculamos entre unos veinticinco a treinta años.
     —¿Sólo han buscado de acuerdo a ese rango de edad?
     —Sí y no, —carraspeó ruidosamente, echando su cuerpo hacia adelante cuando se sentó en una de las sillas pegadas a la pared— quisimos hacerlo con adolescentes, pero las mamás se ponen histéricas protegiendo a sus hijos. Aseguran que ellos no son, y no logramos obtener el permiso para registrar a menores de edad... Salvo a dos.
     —¿Nombres?
     —Michael Hilton y Nathan Watson. Ambos mayores de edad ya, independientes.
     —¿Mickey?, ¿en dónde están sus padres, Charles y Mary?
     —Salieron por cosas del trabajo, lo dejaron solo desde hace cuatro meses. Consiguió trabajo en el bar de sushi a cuatro calles de aquí, además de que a veces se ofrece como voluntario en el servicio comunitario.
     —¿Y el otro chico?
     —No es de aquí, se mudó hace unos años para estudiar y trabajar desde casa, cumplió dieciocho años hace tres meses. Su padre trabaja en bienes raíces en Florida junto a su nueva esposa y su hija, su hermana mayor trabaja como abogada en Londres y él le ayuda a redactar sus casos.
     —¿Un estudiante normal?
     —Sí, incluso está en el cuadro de honor con un promedio de diez cerrado. Es un cerebrito, nada peligroso y solamente hace su trabajo. Ambos son chicos normales, no tienen nada entre manos y seguimos en la posición de que deber ser mayor de veinticinco años nuestro objetivo.
     Carl asintió, mirando por la ventanilla de la oficina. Su compañero estaba ahí, frotando su sien con la yema de sus dedos mientras repasaba los archivos escritos en sus manos una y otra vez. Notó gotas de sudor recorrer su frente hasta llegar a la altura de sus orejas.
     —Escuché que cierto policía le debía una muñeca de esas de porcelana a mi hija, ha estado triste desde entonces.
     Olivera sonrió con vergüenza, pasando su mirada hacia el techo, negando con la cabeza.
     — No se le escapa nada jamás, ¿verdad?
     — Grace te manda saludos, pero dice que esa muñeca —negó, chasqueando la lengua— no te la va a perdonar.
     —Lo sé, tal vez le consiga una, aunque creo que ya no juega con ellas.  
     —No, pero una promesa es una promesa, Dante, y nunca deben de romperse. ¿Cierto?
     Miró de nuevo hacia la ventanilla, justo cunado el oficial Ryan le hizo una seña para que se integraran a la oficina de Ramírez. Ambos policías fueron hacia allá, sentandose en el sillón negro de cuero que se encontraba pegado a una de las paredes de ladrillo sin pintar.
     —Es un gusto poder tenerte de nuevo aquí, se te extrañó bastante, Carl.
     —Lo sé, ha pasado bastante tiempo.
     —Demasiado, ahora en vez de decir "el joven Thompson", le diremos "el viejo Carl Thompson" —bromeó Dante.
     —Aún me defiendo bastante bien, estoy en forma.
     —Cuando entraste eras un joven, casi un niño novato —continuó Ryan.
     Carl recordó aquellos primeros días en los que entró a la fiscalía del Condado, cuando nadie lo tomaba en serio y lo creían solo un joven entusiasta con un grado bajo de realidad. Nunca hubiera pesando que algún día, de ser alguien burlado por todos, se convertiría en una figura de respeto y autoridad.
     —Bien, hablaremos de esto más tarde.
     Interrumpió Ramírez, se acomodó sus lentes y miró seriamente a los tres policías frente a él. Pasó su vista fugazmente por el archivo que sujetaba con su mano izquierda y regresó su vista de la misma manera a ellos.
     Esperaron unos segundos en silencio, hasta que más oficiales empezaron a llegar a la oficina de Ramírez. Pronto, ya eran diez oficiales ahí adentro de la oficina junto a otros que esperaban afuera de esta.
     —Hemos tenido estos asesinatos por tres años consecutivos, cada vez es más cansado y estresante seguir buscando al responsable. Los cuerpos de esos jóvenes continúan apareciendo en esa cantera a pesar de vigilarla día y noche.
     Apretó los labios, pasando con pesadez su mano sobre su rostro desde la frente hasta la mandíbula. Su voz era cansada, exhausta. Podía verse en su rostro las horas escasas que dormía y descansaba.
    —Sé que la mayoría de la fiscalía ya está harta y cansada de seguir buscando y no encontrar nada, pero debemos de hacerlo. Ahora con la ayuda de nuestro querido amigo Carl Thompson, podremos dar otro paso, podremos encontrar a ese hijo de perra.
     Los aplausos surgieron entre el silencio.
     Carl sonrió de lado, mirando al lado del jefe, notando todo ese enrederio de las pistas de los casos y que no llevaban a ninguna parte. Ahora debía de encargarse y tomar cartas en el asunto, debía de preparase para toda aquella investigación que seguramente lo tendría con los nervios de punta día a día.

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⏰ Last updated: Jul 03, 2022 ⏰

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𝐇𝐀𝐒𝐓𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐀𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐒𝐄𝐀 𝐋𝐎 𝐍𝐄𝐂𝐄𝐒𝐀𝐑𝐈𝐎Where stories live. Discover now