37 (PARTE UNO)

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Los corazones azules ya no están sobre las marcas de mis muñecas, pero, sin embargo, tal me parece sentir que todavía siguen ahí

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Los corazones azules ya no están sobre las marcas de mis muñecas, pero, sin embargo, tal me parece sentir que todavía siguen ahí. Quizá, lo que sigue presente en mi piel, es la energía vibrante y hermosa que Alana me transmitió cuando les dio otra visión a mis heridas.

Alana me presentó la posibilidad de ver a mis cortes de una manera distinta, y nunca antes me había pasado.

Siempre me pasó que me encontraba con personas que también tenían sus marcas, por lo tanto, la mirada que me regalaban, era una que me decía lo mucho que me entendían. Una mirada cargada de tristeza, dolor y miedo.

Pero, lo que Alana me hizo sentir, no lo pudo conseguir nadie. Por primera vez en mi vida, no sentí pena o rencor al ver mis muñecas, sino que, a diferencia de ello, pude sentir que podía verme lejos de esas marcas. Pude verme progresando, construyendo mi vida en base al amor, cariño y amistad.

Recuerdo que Charly siempre tuvo la intención de hacer lo que ella hizo. Aun teniendo cortes por gran parte del cuerpo. Pero jamás consiguió nada bueno. Siempre lo rechazaba, insultaba o hasta me reía de sus ideas absurdas.

Supongo que, de alguna manera, estuvo presente en los corazones azules que Alana dibujó.

Supongo que mi mejor amigo acompaña cada buena acción de Alana.

Acostado en la cama, junto a Rocket, pienso en Charly y me disculpo por todas las veces que me alejé cuando intentó darle un nuevo sentido a mi vida. Y también lo perdono por haberme dejado solo cuando tuve la valentía de hacerlo.

Cierro los ojos y viajo por mis memorias, todo para dirigirme cuando tenía doce años. Por aquel entonces fue cuando me lastimé por primera vez.

A mis doce años de edad me practicaron por primera vez sexo oral. Yo no quería, lloraba y rogaba para que no me tocaran. Pero mi voz era silenciada entre la música, las risas, los insultos de mi padre, y el llanto de la muchacha que tampoco quería estar ahí.

Tampoco entendía por qué mi cuerpo reaccionaba y no procesaba mi rechazo. Eso me hacía sentir mal. Luego, de más grande, cuando pude hablarle a Charly de esto, me dio la respuesta necesaria. Me dijo que el cuerpo actúa de forma natural, lejos de la angustia de la negación.

Recién ahí pude soltar un poco la culpa que sentía por haber dicho que no, cuando mi cuerpo decía que sí.

Cuando la muchacha terminó su trabajo, se secó las lágrimas y me miró con mucha tristeza, para luego encerrarse en el baño a vomitar.

Mi padre me felicitó, sus amigos igual. A mí me costaba entender qué había hecho de bueno si lo que acababa de pasar no solo me hizo llorar a mí.

Esa tarde, tuve tanta, pero tanta angustia que di con un objeto punzante. Y así, sin pensarlo dos veces, me quité la camiseta y hundí el filo sobre mi abdomen.

Cuando pase la tormenta Where stories live. Discover now