Capítulo 6

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En mitad de la noche, la pecosa se despertó, pero esta vez no por las pesadillas, sino porque en pocas horas salía su viaje a Birmingham.
Se levantó de la cama, e intentó hacer el menor ruido posible, para no despertar al pecoso, quien dormía profundamente. Caminó hasta el baño y comenzó a arreglarse. Poco después, se dirigió a la cocina y desayunó, a la vez que leía un libro. Pagaría por congelar ese momento y permanecer en él el resto del día.
Antes de salir del lugar, se colocó un gorro y unas gafas, intentando parecer lo menos reconocible posible y pasar desapercibida. Esperaba que la situación no se torciese. Aunque en Birmingham nunca se sabe.

Cuando llegó hasta la estación, comenzó a buscar el billete en su bolsillo. Por un breve momento, pensó que lo había olvidado, pero no, ahí estaba. Chequeó el nombre que ponía en éste y reprimió una carcajada.

"Julieta Capuleto."— leyó. —Muy original, querida.

Lo que le parecía más gracioso todavía, es el hecho de que a la morena solo se le hubiese ocurrido ese nombre. Sabía cuánto amaba esa novela y las muchas veces que Ada la había leído. La mayoría de las tardes del verano anterior, ambas se tumbaban en el césped y la morena recitaba los innumerables versos de la novela. Por lo que, un sentimiento de nostalgia y tristeza se incrustó en su corazón. Pero agitó levemente la cabeza, intentando no pensar en ello, no ahora.

—¡Pasajeros al tren!— Se apresuró a decir el revisor, comenzando a cerrar las puertas de los vagones.

La pelinegra caminó hasta el tren y subió en éste. En estos momentos, le daba las gracias a Ada por haber escogido el último asiento del lugar. Para su suerte, ese vagón estaba completamente vacío. Por lo que, podría bajar ligeramente la guardia.

—Señorita, si es tan amable de enseñarme el billete, por favor.— El revisor entró al vagón con un sello en la mano.

—Por supuesto.— Lo volvió a sacar de su bolsillo y se lo extendió.

—Muchas gracias. Disfrute del viaje.— Selló el billete y se lo entregó de nuevo.

—Gracias.— agradeció, viendo como se iba y cerraba la puerta del vagón tras él.

Se acomodó en el asiento y sacó el libro que había comenzado a leer en el desayuno. Seguramente se lo acabase antes de llegar a Birmingham, ya que le esperaba un viaje de más de cuatro horas.
Al cabo de unas horas, y ya empezando a aburrirse, algo llamó su atención. El revisor del tren se encontraba caminando por el vagón anterior al suyo, y éste parecía algo alertado. Miraba hacia todos lados y preguntaba algo a los pasajeros.

—Disculpe, ¿ha visto a una jovencita pelirroja por aquí?— Escuchó que decía, ya que se había acercado un poco más a la puerta.

Justo cuando dijo eso, la pelinegra pudo divisar como la chica pelirroja se escondía en el pequeño baño que había entre las dos cabinas. Frunció el ceño levemente y cuando se dio cuenta de que el revisor se apresuraba a acercarse a su vagón, corrió a sentarse de nuevo.

—Disculpe que la moleste, señorita Julieta.— El revisor abrió la puerta del vagón. —¿Ha visto a una jovencita pelirroja por aquí?

—¿Por qué lo pregunta?— inquirió curiosa.

—Oh, no. Nada de lo que preocuparse.— dijo, intentando sonar lo más calmado posible. —¿La ha visto?

—No contestaré su pregunta hasta que usted no conteste la mía.

—La joven no ha pagado el billete.

—Ah.— Asintió con la cabeza. —No la he visto. Le informaré si es así.

—Muchas gracias, y disculpe las molestias.

La pelinegra esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes y esperó a que el revisor se marchase para levantarse. Caminó hasta la puerta del baño y la abrió, dejando a la vista a la pelirroja.

—¿Hacia dónde te diriges?

La jovencita levantó la vista. En ese momento, Vicki se dio cuenta de que tan solo era una niña. No llegaría ni siquiera a los quince años. La pequeña la miraba algo asustada y por ello extendió su mano.

—Ven. No te haré daño.— Seguía con su mano extendida. —No puedes quedarte ahí todo el viaje o te descubrirán.

La niña pareció vacilar unos segundos, pero finalmente aceptó su mano y se levantó del suelo con su ayuda. Vicki bajó la pequeña cortina de la puerta y caminó hasta su sitio.

—¿Y bien? ¿Qué hace una niña como tú por aquí sola?

La pequeña seguía sin hablar. Parecía asustada, pero no por la presencia de la pelinegra, sino por lo que iba a decir.

—Ey, no te preocupes.— Apoyó la mano en su hombro. —No hace falta que me lo cuentes. Si quieres, podemos estar en silencio todo lo que queda de trayecto.

Vicki hizo como cerraba una cremallera imaginaria en su boca, provocando que la pequeña riese. Ante esto, la volvió a mirar y se dio cuenta de que también tenía pequeñas pecas alrededor de la nariz.

—Al menos he conseguido que te rías.— Se encogió de hombros, esbozando una pequeña sonrisa.

—Isabella.— musitó.

—Isabella.— comentó, posando sus dedos índice y pulgar en la barbilla, haciendo como que pensaba. —Me gusta. ¿Puedo llamarte Bella?— Ésta asintió con la cabeza.

Antes de que pudiese añadir algo más, un ruido en la puerta hizo que ambas se pusiesen en alerta. Vicki, se levantó rápidamente de su asiento y caminó hasta la puerta. Abriéndola levemente para que no pudiesen divisar a la niña.

—Oh, disculpe si la he molestado, señorita Julieta.— El revisor otra vez.

—¿Qué se le ofrece? Porque más le vale que sea algo importante, ya que me ha despertado.

—Disculpe.— comentó. —Me han informado de que han visto entrar a la niña en este vagón.

—¿Y quién le ha informado de ello?— cuestionó, dirigiendo su mirada a través de la ventana del otro vagón.

—Lo siento, señorita, pero eso no puedo decírselo.

—Oh, claro que puede.— Lo fulminó con la mirada.

—La última señora de aquel vagón.— informó rápidamente.

Vicki caminó hasta allí, con el revisor detrás de ella. Se acercó a la señora y divisó que era la típica aguafiestas. Por lo que decidió actuar.

—Querida, cuánto tiempo.— La abrazó.

—¿Pero...?— La señora iba a hablar, pero rápidamente la interrumpió.

—Ni se te ocurra decir ni una sola palabra.— susurró. —Y ahora escúchame bien. Como vuelvas a decir alguna falacia sobre mi persona, te arrancaré la lengua. ¿Entendiste?

Se separó de ella, para mirarla directamente a los ojos. La señora asintió con la cabeza rápidamente y Vicki le susurró un: "sonríe", ya que el revisor seguía mirando.

—Ha sido un placer, querida. Espero que podamos volver a vernos algún día.— Sonrió, de nuevo, falsamente y comenzó a caminar de vuelta a su vagón. —No se preocupe, ya está todo arreglado. Es amiga mía y me ha querido gastar una broma.— le dijo al revisor. —Siempre está igual.


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𝐊𝐈𝐄𝐋 (2) | Finn ShelbyWhere stories live. Discover now