『••[Triginta Tres]••』

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Dulce como una luna de miel






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¿Entonces está bien? - Repetí por lo que parecía la octogésima novena vez.

El médico suspiró de una manera que me ofendió por lo molesto que sonaba. - Ya le he dicho, señorita Hayami, que su padre tiene diabetes y corre un alto riesgo de sufrir una enfermedad cardíaca. Tiene que aprender a controlar su dieta y cuidarse.

Levanté las cejas ante su tono. - Sí. - dije, siempre paciente. - Pero si toma su medicación y empieza a hacer ejercicio y a comer sano, se pondrá bien.

El médico frunció los labios, como si pensara que yo no estaba pensando lo suficiente en esto. Era mi padre, ¡claro que lo estaba pensando!

- Sí, lo estará. - dijo finalmente. - Y asegúrate de que reduzca la cerveza. Si esto vuelve a ocurrir, puede que no tenga tanta suerte.

Asentí y miré a papá, que seguía durmiendo plácidamente en la cama. Delia estaba sentada a su lado, con las orejas inclinadas hacia nuestra conversación, pero con los ojos fijos en su pálido rostro.

- Le dejaré la receta a mi enfermera, y ella puede ir a la farmacia si lo desea. - dijo el médico, cuyo nombre olvidé aprender.

Sonreí agradecida. - Eso sería maravilloso, gracias, señor.

Asintió con rigidez y se quedó agarrado a su portapapeles durante un momento antes de volver a asentir y salir de la habitación. Me reí para mis adentros por su extraño comportamiento, me senté en la silla junto a Delia y apoyé la barbilla en la palma de la mano. El médico me había dicho que papá se despertaría en cuanto se le pasara el efecto de los somníferos. Quería que descansara bien, o algo así.

- Se pondrá bien. - dijo Delia en voz baja. Extendió un poco la mano como si fuera a tomármela, pero luego la cerró en un puño y se retiró.

Mi boca se frunció ante sus acciones. Normalmente nunca era así. Mi padre debe haberla asustado mucho. - Sí, lo hará. - acepté, sin dejar lugar a la discusión. - Me quedaré en casa unos días para asegurarme de que está bien.

- No más allá del miércoles. - dijo ella. - No puedes faltar mucho más a clases.

Fruncí el ceño. - Pero es mi padre. - dije.

- Y yo estoy aquí para cuidarlo, Izumi, no tienes que preocuparte. Necesitas obtener tu educación.

Me aparté de ella y de su cara de enfado. Sus palabras me hirieron ligeramente. ¿No tenía que estar ahí para mi padre? ¿Quería decir que no era bienvenida?

Dulcis ut fragum.- Kageyama Tobio.Where stories live. Discover now