22 Wolfsbane y Lúpulo

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Hola a todos, aquí Coco, quien se atrasó mucho en sus tareas para poder traerles el capítulo de hoy >3< pero que no se arrepiente, porque ahora sabe exactamente qué es lo que pasará y todas las cosas excitantes que se vienen para OMEGA, fufufu. Así es, gran parte del fin me la pase planificando mi historia, y ahora que tengo capítulo a capítulo lo que va a pasar, ya estoy lista para comenzar a escribir en vivo, ¡yei! ^u^ Sé que les va a gustar mucho, yo me emocioné tanto que apenas pude dormir XD Pero como aún no podemos acelerarnos, ¿qué les parece si mejor vamos a disfrutar de nuestra noche de lectura con este pedacito de melizabeth? Ya saben qué hacer UwU <3

***

Gotas de agua fría caían sobre la espalda de Elizabeth, sensibilizando toda su piel y deslizándose con un cosquilleo hacia su vientre. Sus mejillas estaban encendidas, su aliento se convertía en vapor por el frío que hacía... y su amado novio estaba embistiéndola con intensidad y dulzura en medio del bosque. No había podido esperar, pero como tampoco quiso hacerlo en casa con su tía ahí, se levantó aún más temprano de lo normal para hacer el desayuno, guardar un cambio de ropa en la mochila, y pedirle a su mate que salieran al alba para poder estar solos en el claro que se había vuelto su escondite. Una petición perfecta, considerando que se la estaba haciendo a un lobo. La albina apoyaba sus manos contra un árbol, de pie, completamente reclinada hacia adelante y con las piernas semiabiertas, mientras Meliodas sostenía su cintura y entraba rítmicamente en ella.

Sentía sus garras desplegadas sujetándola con gentileza, sus colmillos destellaban cuando le sonreía, y sus ojos verdes brillaban tanto que parecían un par de esmeraldas. Su cabello se desparramaba sobre su espalda, y sus pechos se balanceaban hacia atrás y hacia adelante con cada impacto de su cadera. Su corazón latía como un tambor en medio de una danza, y sus gemidos hacían un ligero eco entre las rocas frente a ella. Su miembro palpitante entraba y salía cada vez más rápido, inundándola con olas de placer que la hacían temblar. Hace tiempo que la luna llena había pasado, pero Elizabeth aún se sentía como la primera vez. Cuando las pulsaciones llegaron a un punto crítico, tuvo que contenerse para no terminar gritando su petición.

—Meliodas, por favor...

—Como ordene mi luna. —Entonces dió su último paso para enloquecerla en ese encuentro sensual: levantó su suéter, le bajó el brasier, y comenzó a apretar sus pechos mientras la embestía frenéticamente. Menos de un minuto después, entraron en un largo éxtasis que los dejó de rodillas y boqueando por aire. Como si estuviera de acuerdo con ellos en que ese momento de intimidad había terminado, el sol se asomó en el cielo nublado y comenzó a brillar sobre la pareja de amantes.

—Oh, Mel. ¿Siempre va a ser así entre nosotros?

—Eso depende. Si te refieres a si siempre voy a amarte tanto, me temo que sí. Por siempre y para siempre, hasta que te canses de mí. Si te referías a lo intenso de nuestros encuentros... debo confesarte que no lo sé. Yo también estoy asombrado de que el efecto de la luna esté durando tanto. Aunque claro, no tengo ninguna queja al respecto. —Acto seguido comenzó a atacarla a besos, y ella supo que había vuelto a ser el adolescente que de hecho era.

—Para, vamos. Tenemos que apurarnos, las clases están por comenzar, y no quisiera que nos pongan falta.

El camino hacia la escuela era el mismo: los mismos adoquines mojados por la lluvia, el mismo olor a pino en el aire, la misma bicicleta roja en la que se montaban los dos. Sin embargo, y aunque Elizabeth era inmensamente feliz... sentía que algo había cambiado. Algo dentro de ella era diferente, y aunque no estaba realmente segura de qué, solo deseaba que eso no rompiera la bella realidad que estaba viviendo.

*

—Cielos Elizabeth, estás empapada. ¿Por qué no trajiste un paraguas contigo? —Le dijo la rubia cuando salieron de la primera hora, y la peliplateada pensó que estaba muy feliz de que compartiera tantas clases con Gelda. Se habían llevado bien de inmediato cuando entraron al mismo club, pero ahora que estaban prácticamente todo el día juntas, sentía que podía llegar a convertirse en una verdadera amiga. El tipo de amiga con la que podía salir como una adolescente normal, divertirse, hablar de cualquier cosa... aunque claro, quizás no de todo. ¿Qué diría si le confesaba que la razón por la que se mojó fue por detenerse a tener sexo ardiente en el bosque con su novio el hombre lobo? En vez de eso le sonrió, tomó la toalla que le ofrecía, y sonrió tímidamente mientras se secaba el cabello.

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