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El reloj marcó las 9:00 am. Ya iba una hora tarde. ¿En serio se había quedado dormido? Bueno, con los ruidos provenientes del taller de Tony, quien se negaba a decirle en lo que estaba trabajando, sería una sorpresa, más bien, si se hubiera levantado a la hora que debía.

A veces llegaba a envidiar a Peter. Él tenía una habitación en el piso superior a la suya, así que podía dormir tranquilo. O, al menos, eso pensaba Steve. En realidad, Peter sufría casi tanto como él, sólo que corría con la suerte de tener audífonos, los cuales cubrían parcialmente el ruido.

-Ya me voy, amor. -Dijo el rubio, tocando la puerta del taller.

-No tardes -Contestó Tony, del otro lado, con cierta irritación en su tono, ya que el mayor lo había interrumpido de un proceso que requería su atención total, en el cual, se encontraba acomodando con pinzas, unas piezas tan diminutas que tenían que ser vistas con una lupa especial que tenía sobre su escritorio.

-Te amo -Dijo el otro, antes de irse, ya acostumbrado a escuchar de vez en cuando la molestia sin sentido.

Las largas horas trabajando y toda la concentración que debía poner en lo que estaba haciendo para no echar a perder todo, podían ponerlo vastante irritable de vez en cuando.

Al escuchar al rubio hablar de nuevo, el ingeniero frunció el ceño, más luego de un par de segundos de repasar lo que este le había dicho en su cabeza, su gesto se suavizó y fue sustituido por una sonrisa.

-También te amo -Dijo, en voz baja, a pesar de saber que el contrario ya se había retirado.

Steve Rogers, un ex-soldado durante la Segunda Guerra Mundial, antes conocido como el "Capitán América", ahora se encontraba combatiendo en la guerra más peligrosa a la cual se había enfrentado, el divorcio.

Su ex-esposa, Natasha Romanoff, una agente activa en S.H.I.E.L.D, una mujer con la cual pasó tres no muy gratos años de su vida, ahora era su adversaria en esta lucha, la cual, no sería tan difícil, de no ser por un pequeño inconveniente.

Había un ligero obstáculo que no le permitía apartar a esa mujer de su vida y finalmente decirle adiós para siempre. Su nombre era James, tenía diecisiete años, era pelirrojo y muy malhumorado.

Precisamente, se trataba del hijo de la agente y el ex-soldado.
Desde hacía cinco años, era la misma rutina. Steve debía levantarse a las siete de la mañana, para estar listo a las siete y media y llegar a casa de Natasha a las ocho para recoger al chico.

En realidad, desde el momento en que se hizo el acuerdo de que Natasha tuviera a James la mayoría del tiempo y Steve sólo pudiera verlo un fin de semana cada quince días, el rubio había estado totalmente en desacuerdo, más no había sido hasta un par de semanas atrás que propuso un nuevo acuerdo, en el que él pudiera estar más tiempo con su querido hijo.

Sólo había uno, no, en realidad, tres problemas. El primero, ya había un trato y este había sido implementado desde hacía ya varios años, el segundo, Natasha no estaba del todo contenta con que James estuviera tanto tiempo con alguien que claramente ya tenía otra familia, tercero, el propio chico no tenía ni la más mínima intención de estar más tiempo con su padre.

Era una batalla difícil, especialmente cuando Steve sabía que tenía un as bajo la manga que podría utilizar para que le permitieran estar más tiempo con su hijo, pero, aunque la utilizara, era un arma de doble filo, a parte de que seguramente sólo haría que su hijo se distanciara más de él al tener que permanecer más tiempo a su lado de forma no voluntaria.

Se trataba de que Steve sabía perfectamente que Nat continuaba trabajando para S. H. I. E. L. D y eso contaba como un empleo muy peligroso, en el cual, si era herida o, incluso, perdía la vida, dejaría a su hijo desprotegido, a parte de que este mismo trabajo, al tratarse de enfrentar a personas extremadamente peligrosas, implicaba muchos riesgos para ella y el chico.

Secretos de familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora