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    La primera vez, él llegó antes. No sabía si ella vendría a su encuentro, ni siquiera habían pactado un horario, solo se sentó y esperó. Al cabo de una hora empezó a sentirse un idiota y supuso que ella debería estar en otra parte riéndose de él. Sin embargo cuando empezaba a darlo todo por perdido ella apareció. No dijo nada, solo se sentó a su lado, en silencio. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir o hacer, y se miraban de reojo, estudiándose, pensando quién daría el primer paso. Habiendo transcurrido un cuarto de hora ella se levantó y se fue. Había sido suficiente por esa vez.
    Al día siguiente él fue más preparado. Rama odiaba la improvisación, así que armó una lista de canciones en el mp3 que le había regalado Thiago para su cumpleaños. Si ella tardaba o no se presentaba al menos pasaría el rato escuchando buena música. Grande fue su sorpresa cuando al abrir la puerta del sótano ella ya estaba ahí, esperándolo. Ese día no hicieron mucho, simplemente cruzaron un par de palabras que se entremezclaron con la música de fondo. Sin embargo, cuando decidieron volver al hogar él se animó, y antes de cruzar la puerta le dio un beso corto pero sincero. La sonrisa tímida de ella le confirmó que había hecho bien.
    A partir de ahí empezaron a encontrarse todos los días. Poco a poco fueron perdiendo la timidez y conociéndose más. Eran dos adolescentes ocultándose del mundo para descubrir uno nuevo, uno que era suyo, y de nadie más. A veces solo se sentaban cerca, tomados de las manos, sin hablar. Era bueno tener un espacio en el que pensar y reflexionar, lejos del ruido y del caos ajeno. Otras veces gritaban y lloraban, se descargaban de toda la furia y el dolor que sentían, sabiendo que ahí abajo nadie los juzgaría. También se reían, y Rama se sentía un afortunado por ser una de las pocas personas que podía escuchar cómo sonaba la risa de Tefi, la real, una sincera y sin maldad por detrás. Y por supuesto, se besaban. No todos los días, ni todo el tiempo, pero a medida que pasaban los días se iban acostumbrando al contacto del otro, y se permitían disfrutar de esas nuevas sensaciones que iban naciendo entre los dos cada vez que sus labios se encontraban.
    Solo había una regla: no hablar de lo que pasaba entre ellos una vez cruzada la puerta que los separaba del mundo exterior. Para Tefi eso era fácil, estaba acostumbrada a fingir, y la realidad es que todavía no se sentía cómoda viviendo allí. Al que a veces eso lo angustiaba era Rama, todo lo que él sentía lo vivía con mucha intensidad, y no era muy bueno ocultando sus sentimientos, aunque se esforzaba porque no quería perder ese nuevo vínculo que estaban construyendo.
    Pero si había alguien que era muy viva para captar las pequeñas sutilezas en esa casa, era Mar. La primera cosa que le hizo empezar a intuir que algo raro estaba pasando fue cuando una tarde encontró a Rama dubitativo en su habitación, debatiéndose entre dos remeras que estaban cuidadosamente planchadas en la cama. El ambiente olía a su perfume favorito. Ella preguntó por qué se arreglaba tanto, y él le contestó que solamente iba a llevar a Alelí al parque a jugar. No le sonó muy convincente, quizás tenía alguna chica por ahí dando vueltas, pero instantáneamente se olvidó de todas sus suposiciones cuando escuchó pasar por detrás suyo a Thiago y corrió a hacerle un reclamo que no tenía ni pies ni cabeza, como su relación en ese momento. Su alarma volvió a encenderse una mañana en la que Rama se apareció en el cuarto de las chicas junto con Feli, trayendo varias bandejas con el desayuno para cada una. Eso no era inusual, él era de hacer esas cosas, Rama era bueno de corazón y nadie lo dudaba. Lo extraño fue que Tefi, en vez de rechazarlo como hacía siempre, se quedó a desayunar con ellas. Mar la miró desconfiada, su hermana nunca desaprovechaba una oportunidad para demostrar cuánto odiaba compartir su oxígeno con "los huerfanitos", pero esa vez hasta pareció disfrutarlo. Las cosas se pusieron aún más raras cuando un día la encontró cantando a solas una canción alegre que se había estrenado hacía poco en la radio. Apenas se dio cuenta que Mar la escuchaba cerró su boca, y volvió a su mal humor cotidiano. Pero ella no dejaba de pensar en qué cosas pasarían en la cabeza de su hermana. Quizás sus repentinos cambios de ánimo se debían a que estaba saliendo con alguien. Pero, ¿con quién? ¿Y si era con...? No, eso era imposible, solo eran casualidades. A no ser que...
    Sus sospechas fueron confirmadas una madrugada de fines de diciembre. Se despertó, acalorada, las altas temperaturas no daban tregua. Decidió levantarse e ir al baño a refrescarse un poco, y cuando miró a su lado, notó que otra vez Tefi no estaba en su cama. No se extrañó, ya que algunas veces se iba a las casas de sus amigas sin pedir permiso, y muchas otras se encerraba en el baño a hablar largas horas por teléfono y volvía al cuarto cuando todos estaban durmiendo. O bueno, eso es lo que suponía.
En eso estaba pensando cuando escuchó unas pequeñas risas en el pasillo, seguidas de susurros. No podían ser los chiquitos, ellos ya dormían plácidamente hacía horas. Tratando de no hacer ruido, se asomó, y lo que vio le hizo dar un vuelco en el corazón. Rama y Tefi entraban a la sala por la puerta trampa que llevaba al sótano, esa que tantas veces había usado Justina para ir a ver a Luz. No entendía de lo que hablaban, pero se los notaba extremadamente compinches. Quiso volver a su cama y hacerse la dormida, pero miren si será grande su torpeza que al intentar caminar para atrás, se chocó con una maceta y cayó redonda y chiquita como era al piso, con arbolito de Navidad incluido. Rama y Tefi se distanciaron enseguida, nerviosos, y Mar se incorporó rápidamente sacudiéndose la tierra de las manos para intentar sacarles conversación y romper la tensión.

—Uff, qué calor que hace, no? Justo iba a refrescarme un poco la cara... ¿Ustedes de dónde venían? —tratando de parecer casual.
—De la cocina.
—Del baño —dijeron al unísono.
—Ella venía de la cocina y yo del baño —trató de arreglar rápidamente él.
—Ajá... ¿Y vos cómo sabías que ella venía de la cocina? —indagó Mar, quien no tenía ni un pelo de tonta.
—¿Por qué hay que darte explicaciones a vos, tarada? Chau, me voy a dormir —se fue muy molesta Tefi, corriendo y casi chocando a su hermana en el camino. Rama la miró asombrado, era increíble cómo podía pasar de sentir sus dulces besos a escucharla escupir fuego por la boca en cuestión de minutos, como si fuera dos personas en una.
—Vos no te vas a ir, Ramiro Ordoñez —sentenció la morocha, impidiéndole el paso con su imponente metro cincuenta. Cuando lo llamaba por su nombre entero él sabía que la situación era grave.
—Dale Mar, es tarde, mañana nos vamos de viaje, si querés después hablamos, ¿dale? —amagó darle un beso en la mejilla, pero ella lo agarró de la ropa y lo detuvo antes de que él pudiera retirarse. Cuando se proponía averiguar algo no le importaba ir hasta las últimas consecuencias.
—Sí, mañana hablamos, pero hoy también —fue directa, parándose en puntas de pie para hablarle directamente a los ojos.
—Bueno, hablemos, pero soltame por favor, y baja el volumen que todos duermen —rogó él, y ella accedió—. ¿Qué querés saber?
—¿Por qué usas el perfume que te ponías cuando estabas conmigo? —lo olfateó como si fuera un perro sabueso—. ¿Por qué de repente Tefi está menos agresiva que antes? ¿Por qué de la nada canta canciones alegres? —enumeró los hechos—. ¿O por qué desaparecen por horas, y, oh casualidad, los vengo a encontrar volviendo juntos?
—Ya te dije, Mar, ella volvía del baño y yo de la cocina, quiero decir, al revés —se confundió, y bajó la mirada, sin saber qué más decir.
—Mirame —él agachó más su rostro—. Mirame, Rama, en serio —él lo hizo, y cuando se encontró con la mirada de Mar, vio que no lo juzgaba, sino que lo observaba con algo de ternura.
—Estás con Tefi, ¿no? —preguntó. Inconscientemente él hizo una media sonrisa, y ella dio por confirmado el asunto.
—Mar, no... —tartamudeó—. Por favor... No quiero que...
—¿...que se entere nadie? Perdón, ¿me viste cara de chusma a mí? —y él trató de disimular una risa, conociendo perfectamente a su amiga.
—En serio te lo pido, por favor. Si se llega a enterar que lo sabés no tenés idea lo loca que se pondría.
—Es mi hermana, creeme que la conozco —dijo ella, y al segundo añadió—. Igual, qué rápido que sos Ramita eh, cambias una tortita negra por un palito de grisin, una tuerca por un tornillo, y encima las dos vienen de la misma caja de herramientas... —él rió. Había entendido perfectamente su acusación, aún en la forma extraña que tenía ella de expresarse.
—¿Acaso estás celosa? —preguntó, provocándola.
—Ay, Rama, no digas pavadas y anda a dormir —contestó, siguiéndole el juego, aunque en el fondo sabía que él tenía un poquitito de razón. Un poquitito no más, eh. Solo apenitas. Ok, sí, estaba celosa. Pero como mejor amiga, como hermana, como compañera, como...
—Nos vemos mañana, que descanses —él interrumpió su monólogo interno y despidió con un beso, pero antes de que cruzara la puerta del cuarto ella le volvió a hablar.
—Rama... Cuidala, o te mato —avisó, levantando el dedito acusador. Él se limitó a asentir con una sonrisa. Le sería difícil descansar esa noche, pero ya vería cómo se las arreglaría al día siguiente.

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«Secret love, all the things we do
For secret love, baby me and you
Got a secret love
Stayin' under cover and out of sight
If nobody knows, then we're doin' it right»

🔊 Secret love - Hunter Hayes

INVISIBLEWhere stories live. Discover now