Prólogo

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—Hasta cuándo seguirás con esto, Luzbel —preguntó uno de los ángeles que en un principio estuvieron bajo el servicio del creador.

—¡Hasta que nos perdone! —respondió Luzbel, mirando con esperanza a su hermano. Semyael, al igual que él, había sido expulsado del reino celestial, y ambos se encontraban atrapados entre el plano terrenal y el plano celestial, sin poder entrar una vez más al cielo.

—Él nos ha condenado, y nunca jamás ha cambiado una decisión —devolvió Semyael, como un antiguo guardián de la humanidad, sabía a la perfección que su creador era muy inflexible. Una vez que daba una orden o tomaba una decisión no había fuerza en el cielo que se le opusiera.

—Sí lo hizo...una vez —respondió Luzbel, mirando directo a Semyael, sus ojos azules como el cielo más limpio le lanzaron una flecha de esperanza a su hermano.

—A ti no te perdonó, solo fue incapaz de llevarse tus alas, pero sí te condeno a vivir en la tierra, junto a ellos. —La voz de Samyael se volvió distante y fría—. Yo fui encadenado y encerrado, ¿por cuánto? 5000 años, Miguel no fue precisamente amable conmigo, ni hablar de Gabriel, Rafael o Sariel, por poco desaparecemos de la creación, solo por seguirte a ti y tratar de ayudarlos a ellos. Ellos eran tu responsabilidad, tú serias quien los guiaría y cuidaría, nuestro trabajo era educarlos, enseñarles —agregó con reproche.

—No me hables como si todo esto hubiera sido mi plan, todos le desobedecimos. ¡Todos! —replicó Luzbel. El saber que todos ellos, y sobre todo él, eran responsables de tantos desastres, era un peso que sabía tenía que cargar hasta que fuera exonerado de su pecado.

—¿Viste lo que ocurrió la última vez que él desato su furia sobre nosotros? Apenas pudimos sobrevivir, todos nuestros descendientes y nuestras enseñanzas por poco fueron extintas. Y te agradezco por habernos ayudado, pero no quiero, ni deseo su perdón, lo que suceda en el cielo dejó de ser asunto nuestro hace milenios —devolvió Semyael con resentimiento. No culpaba del todo a su hermano, pero no podía o no sabía cómo sobreponerse a las consecuencias que habían tenido sus actos.

—¿Cómo puedes hablar de esa manera, hermano? Nosotros debemos y tenemos que hacernos responsables de lo que causamos, ustedes fueron los que pactaron procrear con ellos, siendo nuestra responsabilidad cuidarlos. Yo nunca quise nada esto —respondió Luzbel, recordándole a su hermano que todos habían fallado en sus misiones.

—Él nunca nos vio cómo te ve a ti o a ellos, ni mucho menos nos amó como lo hizo contigo —replicó Semyael —. Tú fuiste el primero de nosotros, el más bello, el más poderoso y el más cercano a él, les diste el conocimiento a sus hijos ¿y qué hizo? Te condenó a vivir junto a ellos, nosotros los ayudamos a crecer y a ser mejores, y como respuesta solo obtuvimos destrucción, ira, encierro y condena, un padre amoroso no les hace eso a sus hijos.

—Si logramos redimirnos, él nos perdonará, lo sé —respondió Luzbel, pero algo dentro de sí mismo le decía que su hermano tenía otros planes.

—Lo siento, Luzbel, sé que te debemos mucho, pero mi respuesta es no. Si él decidió condenarnos y hacernos los malos, y así sellar nuestro destino, no hay mucho que se pueda hacer —respondió Samyael. Dio media vuelta, dándole la espalda a su hermano, aquel que había roto las cadenas que lo ataban y retenían, aquel que se encargó de cuidar y proteger a sus descendientes. Sabía que le debía mucho a Luzbel, y no lo culpaba, solo no podía perdonar a su padre.

—Ten fe, hermano, ten fe —respondió Luzbel, mirando con desilusión a Semyael.

—La fe es solo algo reservados para ellos, y para nuestra desgracia, nosotros, no somos ellos —respondió Semyael, denotando un tono neutro sin ningún tipo de emoción. Desplegó sus cuatro pares de resplandecientes y destellantes alas blancas, las cuales eran el recordatorio de su origen celeste y el alto nivel que solía representar, despegando al vuelo alejándose con una velocidad sónica en el horizonte.

Luzbel lo miró alejarse, pensando en la forma de encontrar el verdadero perdón de su padre y descubrir la manera en la que sus hermanos volvieran a creer.

Lo encontraré, y volveré a ser digno de su amor. Pensó, y se dejó caer del valle donde sostuvo la conversación con su hermano.

Los Vigilantes: Herencia AngelicalWhere stories live. Discover now