Capítulo 1

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—¿Kee?

Preguntó la mujer desaliñada en la oscuridad de la pequeña casa. Llevaba una simple una bata blancuzca, casi transparente, que si la luz incidía de forma correcta se podía observar que no llevaba ropa interior alguna. Su cabello café despeinado a medio caer en su cara; sus pies descalzos se movían con suavidad sobre el piso frío mientras avanzaba por un largo pasillo. Manos sudorosas cubiertas de una sustancia negra parecida al carbón manchaba las paredes blancas a medida que estas rozaban suavemente la superficie.

—Ven con mami. No te escondas de mi, mami te quiere —dijo en un tono suave y dulce, mientras temblaba nerviosa con cada nuevo paso que la acercaba hacía el cuarto de su hijo.

Llegó a la entrada del dormitorio y se quedó un momento en silencio esperando que un minúsculo sonido delatara la ubicación de su pequeño, en cambio, solo el ruido de la propia puerta abriéndose por el peso de su mano apoyada en ella, fue lo que le dio la bienvenida a la penumbra de la habitación.

—¿Kee? —pronunció bajo y con precaución, avanzando con cuidado al interior.

Todo el lugar estaba a oscuras producto de un corte del servicio eléctrico, debido al atraso en el pago.

Miró en todas direcciones buscando hasta donde la oscuridad le permitía.

Un tenue resplandor en la esquina de la habitación envuelta por una pequeña sombra captó su atención.

—¿Kee, estás bien? —dijo con suavidad, acercándose con cuidado.

Un niño delgado, bastante sucio cubierto por la misma sustancia que en ese momento cubría las paredes y palmas de la mujer, salió de entre la oscuridad.

Las puntas de sus delicados dedos emitían un leve resplandor intermitente, no tan fuerte, pero sí el suficiente como para destellar. El niño miró por un segundo a su madre. Sus ojos acuosos eran apenas visibles en la oscuridad, pequeñas lágrimas se empezaban a formar y un sentimiento de miedo y confusión lo envidian.

Aunque no era la primera vez que aquel extraño ritual ocurría. Ese día su madre tenía una mirada distinta, espeluznante.

La mujer se quedó un momento observando la silueta del pequeño acurrucado en el suelo, antes de abalanzarse sobre él, tomándolo de sus pequeñas muñecas, apretando con fuerza.

—¡Te dije que no lo hicieras más! —Su voz se tornó oscura, casi enfermiza. Se inclinó un poco para mirar el leve resplandor en los pequeños dedos del niño—. Eres un hijo de los condenados —agregó la mujer, mirando cuidadosamente la intermitencia con la que brillaban las puntas de los dedos.

—Ma-má —balbuceó el pequeño, antes de ser levantado de sus delgados brazos, hasta quedar a la altura del rostro de su madre. Podía sentir el dolor producto de la presión con la cual era sostenido.

—No, no digas nada —le respondió la mujer, tomando por un segundo un poco de lucidez—. Ellos lo sabrán, lo van a descubrir, vendrán y te llevarán como lo hicieron con tu padre.

—Ma-má —repitió el pequeño, ahogando sus propias ganas de llorar.

El resplandor de sus dedos se intensificó pasando a iluminar por completo sus manos y cegando por un momento a su madre, la cual lo dejó caer al suelo, recibiendo el golpe en sus rodillas; inmediatamente el niño se arrastró lejos de su madre lo más rápido que pudo hasta volver a la esquina de la habitación. Ocultó sus manos entre sus piernas en un intento por esconder la luz que emitían.

—¡Ven aquí! —dijo la mujer, llegando de nuevo a la esquina. Su mirada fija y vacía puesta sobre su hijo. Sentía miedo, tenía que hallar una forma para que su hijo no sufriera el mismo destino que su padre. Debía protegerlo, aun a costa de su propia voluntad.

Los Vigilantes: Herencia AngelicalWhere stories live. Discover now