𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟐𝟎 - 𝖒𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖑𝖙𝖞 𝖈𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉

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"I'd live and die for moments that we stole"

Ivy conocía ahora su maldición. Aquella a la que Vladimir la había condenado al convertirla. Estaba destinada a ver morir a sus seres queridos sin poder hacer nada por cambiarlo, viviendo para siempre en un mundo donde las personas eran efímeras.

Como Vanessa.

Nunca pudo recuperarse de aquel golpe, a pesar de que Ivy escondía su pesar en lo más profundo de su alma. Debajo de un puñado de piedras, en su corazón que ya no latía, manchado de la sangre que se había derramado por su culpa. Hecho ceniza por el fuego que había quemado su casa y a Vanessa.

Todo era culpa de Lucius Malfoy. Todas las desgracias que la habían rodeado. De solo pensar en su nombre, el malestar se apoderaba de su cuerpo. Ivy recordaba cada palabra que Lucius le había dicho alguna vez en su vida.

Recordaba haberse acostado con él con dieciséis años, uno de sus peores errores. Pero también se acordaba con frecuencia de haberse acostado con su novia y, aunque solamente fuera porque eso irritaba a Lucius Malfoy más que a cualquier otra cosa, Ivy se permitía sonreír con regocijo, burlándose de él.

Pero después recordaba su boda con Narcissa, cómo las pilló, y toda la burla desaparecía. Con todo lo que pasó, con todo lo que Malfoy juró y maldijo.

Habían pasado años desde entonces y, cuando Ivy pensaba que Malfoy no podría hacerle nada más, que su historia con Narcissa tenía un punto final definitivo, que podría vivir felizmente con Badger y su futura hija... Ahora Ivy estaba haciéndolo sin su mejor amiga.

Sabía lo mucho que le habría gustado conocer a Astoria Nessie Greengrass. Cuando nació, Ivy apenas podía creérselo. Tenía unos ojos negros y enormes, era mestiza (no solo en cuanto a la piel, sino también a la sangre, aunque eso no lo supieran los demás) y estaba llena de vida. Todo lo que Ivy había sentido durante el embarazo, el hambre, los dolores, los sentidos humanos... desapareció, porque estaban destinados a Astoria, no a ella.

Era una niña preciosa. Tenía los rizos de Badger.

Y Badger tenía la sonrisa más grande del mundo cada vez que aupaba a su hija, pero también los ojos más brillantes cuando Ivy la cargaba o la paseaba en su carrito. Badger era tan feliz solo viendo a su mujer y a su hija que Ivy, por unos segundos, se permitía olvidar todas sus desgracias.

Porque ella también quería a esa niña, que apenas tenía unos meses, con todo el amor que podía reunir.

—Es igualita a ti, Ivy —le aseguró Badger una noche, mientras la veían dormir tranquilamente en su cuna. La luz de la luna se colaba por la ventana de la nueva casa a la que se habían mudado, después de la tragedia.

—Qué va, se parece mucho más a ti. ¿Cuándo ha sido la última vez que me has visto tan quieta y calmada?

Badger se rio en voz baja y rodeó a Ivy por la cintura, atrayéndola a él para darle un beso en la frente. Ivy sonrió y se apoyó en su cuerpo, dejando que la abrazara mientras escondía su cabeza en su clavícula. Badger olía igual que la casa, la chimenea o el sofá cuando lo limpiaban. Ivy no sabría cómo describirlo mejor, era cómo debería ser el aroma de un hogar cálido.

Siempre abierto a ella. Siempre dispuesto a acogerla, frente a cualquier adversidad.

—Sabes que no me arrepiento de nada, ¿verdad? —murmuró Ivy, trazando figuras con sus dedos sobre la camiseta de Badger.

—¿Ni siquiera de haber pintado la habitación de amarillo? —bromeó Badger, mirando las paredes con la luz apagada.

—No seas tonto —dijo Ivy, sonriendo—. Me refiero a... A ti y a mí. Te quiero. Y a Astoria la quiero un poquito más, pero lo negaré si sacas el tema.

𝕸𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖙𝖑𝖞 𝕮𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉 | Narcissa BlackWhere stories live. Discover now