Prólogo

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Había una vez un lejano reino, tan lejano que si mirabas hacia el atardecer lo perdidas entre las montañas, pero si lo veías al amanecer este brillaba como cientos de luciérnagas juntas en un solo lugar. Encantador, limpio, sin ninguna pizca de maldad o de pobreza, pero a pesar de que el Reino era un lugar próspero y sereno para todo ser vivo, los reyes estaban sumidos en una gran depresión.

No eran capaces de concebir un hijo por más que lo intentarán o lo desearan, su anhelo por tener a su primogénito se volvió una súplica silenciosa que los fue separando de poco a poco. El rey con la corona de oro sobre su cabeza se volvió amargado, culpandose internamente por la desdicha de su mujer. La reina, con la corona de plata y rubíes sobre su cabeza lloraba silenciosamente durante las noches culpandose por ser incapaz de darle un hijo al rey, al amor de su vida.

Desesperados por seguir con su linaje y cumplir el único de sus sueños decidieron emprender un viaje hacia el templo abandonado de la deidad suprema, un lugar tan mítico como la deidad que lo gobernaba, un santuario donde sólo aquellos con corazón puro y sueños translúcidos eran capaces de entrar, la belleza en persona, el reflejo de la divinidad como si sus pisos y paredes fueran espejos pulcros que eran lavados por la mejor agua del mundo.

Tras días y días de viaje a caballo por fin dieron con el santo lugar, le rindieron homenaje a la deidad durante 3 días y 3 noches más utilizando fuego, oro y alimentos con tal de que ella les permitiera pasar. No fue necesario que los invitará a entrar, la deidad, enternecida por el anhelo de concebir que ambos jóvenes reyes tenían se les apareció durante las horas finales de la tercera noche oscura y los miró fijamente al rostro con aura espectral. La luz cubría la cara de la mujer con alas, pero su voz fuerte y atemorizante le heló la piel a ambos reyes.

—Su deseo se les será cumplido—habló la deidad haciendo eco por la soledad del bosque, antes de que la joven reina pudiera llorar y agradecerle por su compacion, la deidad levantó su enorme mano pidiéndoles silencio y sus labios rosas se curvearon hacia abajo generando escalofríos en los monarcas—Pero, solo podrán concebir al tan deseado niño durante el primer rayo de luz de la mañana, de no ser así jamás podrán tener un niño—el rey cayó de rodillas ante tal revelación incapaz de sostenerse sobre sus propias piernas. Tenía a una diosa frente a él y además debían de cumplir su mandato antes de poder tener lo que querían.

La diosa desapareció de sus ojos con una luz tan resplandeciente que incluso la mujer de cabellos café y ojos negros pensó que el día ya había llegado, ambos reyes se quedaron en silencio durante unos minutos intentando procesar todo lo que había ocurrido y tras decidir que harían cualquier cosa con tal de cumplir su anhelado deseo se pudieron a trabajar. Hicieron el amor durante el tiempo restante amando sus cuerpos y sus almas, lloraron al llegar al extasis rogándole al cielo, a la tierra y al agua que su viaje hubiera válido la pena. Se besaron con pasión, se abrazaron en medio del acto, se dejaron caer exhaustos sobre su tienda de campaña y para cuando finalmente ambos llegaron al orgasmo el primer rayo de luz de la mañana los bendijo con lo que tanto anhelaban.

Después de nueve meses esperando conocerlo finalmente la reina dio a luz a un sano varón que despertó al pueblo entero con su llanto, le dio la bienvenida al mundo con su primer aliento y permitió que las curanderas lograran calmar sus lágrimas pequeñas entregándolo a su madre, pero algo estaba mal, las mujeres que ayudaron a la reina a dar a luz no dejaban de mirarse con ojos misteriosos y muecas de desaprobación. El rey se sintió juzgado, cuando por fin pudo entrar a la habitación y encontró a su dulce esposa con la mirada seria arrullando al recién nacido príncipe, se acercó al cuerpo pequeño abultado por cobijas, lo miró tras asomarse tras la manta de seda y abrió sus ojos cafés con impresión

El príncipe había nacido con los cabellos tan rubios como los rayos del mismo sol, la piel de un color cálido que te inundaba el pecho con felicidad, mejillas rosadas y labios de un color pálido. Ese niño no podía ser hijo suyo, no se parecían en nada, ni siquiera se parecía a su esposa.

Fue entonces que el milagro volvió a aparecer, delante de las jóvenes mujeres y de ambos reyes la deidad suprema hizo acto de presencia en medio de un huracán de aire frío y luz magnífica que le cubría el rostro. Nuevamente hizo los labios hacia abajo con tristeza mirando al pequeño bebé que bostezo un poco y movió sus manos hasta tallar sus pequeños ojos aún cerrados. Con esa voz espectral que le puso los pelos de punta a todos, la hermosa deidad comenzó a hablar con calma y paciencia buscando hacer comprender a los jóvenes reyes la situación.

—Su hijo fue concebido gracias al poder de la luz del sol, tiene un gran poder en su interior. Será un muchacho fuerte y amado por todos—el rey volvió a respirar por fin, dándose cuenta que su mujer no le había sido infiel y la reina se alivio se saber que su bebé iba a estar sano—Pero, la maldición del sol cuesta caro, si al cumplir sus 21 años no es amado de verdad por una doncella, el príncipe caerá víctima de su propio poder y perecera en el acto—el corazón de ambos reyes empezó a latir con fuerza ante aquella revelación. Pasaron cinco minutos en un largo silencio y para cuando él hombre por fin reaccionó, su ceño se frunció en furia y apuntó su filosa espada hacia el cuerpo de la diosa que no se inmutó por tal acción.

—¡Tú!—gritó con rabia—¡Todo esto es culpa tuya! ¡Jamás debimos de ir hacia ti! ¡No eres una diosa, eres un maldito demonio! —

Silencio, ni la reina ni las sirvientas fueron capaces de decir algo después de las serias acusaciones del rey. La bella deidad suspiro tras segundos que parecieron eternidades. No valía la pena explicarle a los humanos que ellos jamás habrían podido tener a su tan deseado hijo sin su ayuda, debían de pagar un precio por tener lo que deseaban, pero los humanos no iban a entender y la iban a tachar de una crueldad tan grande. La maldición no era de parte suya ni por la maldad de condenar a un ser que acababa de nacer. Su hijo estaba molesto y cuando el sol se molestaba, todo niño que fuera concebido o nacido cuando el primer rayo del hermoso astro ilumine la tierra, nacerá con una terrible maldición.

—Lo lamento—y entonces desapareció, el rey no pudo alcanzar a apuñalar a la celestial mujer pues cuando su espada rozó el abdomen de la diosa está se desvaneció en luz de una luna que no brillaba en esos momentos. La ira que sentía en esos momentos era tanta que las sirvientas salieron corriendo espantadas de la demoníaca apariencia de su monarca. Enfurecido y dispuesta a no alimentar el ego y poder de las diosas, el rey se acercó hasta su balcón, clavo la espada en el piso de madera y miró al cielo con la mira oscurecida.

—¡Te maldigo! ¡Demonio! ¡Juro que no voy a descansar hasta que se pudran en su desdicha y desaparezcan de la mente de todos! —el pueblo entero lo escucho, los niños se refugiaron en sus casas aterrados por la voz espectral y el recién nacido príncipe empezó a llorar nuevamente tras el grito horripilante de su progenitor.

La joven reina sonrió un poco aún algo sudada por su labor de parto sintió la brisa fresca sacudir sus cabellos de color avellana, empezó a acariciar el dulce rostro de su hijo al que amaba sin importar su apariencia, empezó a mecerlo utilizando su cuerpo como soporto y luego beso la frente del menor que dejó de llorar con un suspiro.

—Shhh tranquilo—susurro la dulce reina—Mami te va a proteger de todo más, mi querido meliodas—

*

Este es solo el prólogo y será de ayuda, pese a esto la historia será diferente a como imaginan XD

Básicamente meliodas y yo nos vamos a pelear...

Ya verán XD✨

Disculpen faltas de ortografía sin mas que decir nos veremos luego

El Camino Del Príncipe (PAUSADA)Where stories live. Discover now